El gran proliferador
Estados Unidos se está convirtiendo en incitador a la proliferación de armas de destrucción masiva. La Administración de Bush está dispuesta a reducir unilateralmente sus armas nucleares, pero promete mirar para otro lado si China moderniza las suyas o rompe la moratoria sobre pruebas nucleares, a cambio del silencio o apoyo de Pekín al proyecto de escudo antimisiles balísticos. The New York Times ha sacado a la luz que los militares tienen un programa de armas bacteriológicas de gran alcance que no sólo roza la ilegalidad, pues el tratado contra la guerra biológica de 1972 prohíbe la producción de bacterias de la clase contemplada, sino que deslegitima a Washington en sus esfuerzos por evitar que Estados como el Irak de Sadam Husein se doten de armamento químico o biológico.
Es sumamente grave que los militares no informaran a Clinton ni al Departamento de Estado de este programa, que ahora recibe el apoyo de la Administración de Bush con la excusa de que hay que desarrollar estas armas bacteriológicas para fabricar defensas contra ellas. Ahora se explica mejor por qué hace poco esta Administración rechazó el protocolo de verificación sobre el cumplimiento de la prohibición de armas biológicas: no quería abrir sus laboratorios a una inspección externa.
Ante tal actitud irresponsable, no sorprende que los aliados de EE UU se muestren sumamente preocupados. Incluso algunos sectores en EE UU lo están por la facilidad con que la Administración ha dado luz verde informal a China para modernizar sus sistemas nucleares, pues los nuevos cohetes podrán alcanzar una parte importante del territorio estadounidense. De hecho, con el visto bueno o no de EE UU, China está modernizando los arsenales nucleares más cercanos a Pakistán e India, esencialmente ante el temor a la carrera armamentista que puede desatar la nueva política de Washington.
La senda tomada por EE UU es muy peligrosa. El anterior Senado rechazó la ratificación del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares, aparentemente porque los militares quieren poder hacer ensayos reales para una nueva generación de microbombas. Además, esta Administración no sólo ha rechazado una iniciativa china para desmilitarizar el espacio, sino que no esconde sus propósitos de utilizarlo en el futuro para desplegar capacidades ofensivas y defensivas. Bush defiende obsesivamente su escudo, aun a costa de que se multipliquen las lanzas.
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