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Chirac se enfrenta a críticas de sus aliados al iniciarse el curso electoral

François Bayrou amenaza el liderazgo del presidente desde la derecha

Las elecciones presidenciales de abril de 2002, seguidas de unas legislativas, amenazan con modificar el paisaje político francés. Si el Gobierno de izquierda plural muestra fisuras por todos los costados -los comunistas reclaman una 'moratoria de los despidos', los ecologistas se pelean en familia, los republicanos de izquierda de Chevènement se reafirman en sus convicciones centralistas-, la derecha, a falta de programa, tiene ahora dos candidatos a la presidencia: el inoxidable Jacques Chirac y el eurocentrista François Bayrou.

Durante los tres últimos días las principales formaciones políticas se han reunido para afinar sus programas y estrechar vínculos. Los socialistas del PS han reivindicado sus cuatro años de gobierno diciendo que se ha conseguido 'hacer retroceder el paro sin desmantelar la protección social' y que eso permite prometer que se hará 'disminuir la inseguridad sin renunciar a la libertad'. El primer ministro, Lionel Jospin, ha pedido a los militantes socialistas que 'se levanten contra el discurso derrotista y creador de ansiedad de una derecha que no teme la incoherencia, sino que la cultiva'. El PS busca, reactivando el debate sobre la llamada tasa Tobin (un impuesto a las transacciones especulativas de capital internacional), atraer al radicalismo antiglobalización al mismo tiempo que, a través de la insistencia en el asunto de la seguridad, recuperar el electorado popular atraído por la extrema derecha.

Los neogaullistas de la Unión para la República (RPR), a través de su presidenta, Michèle Alliot-Marie, han criticado a Jospin 'que se presente como una hormiga ahorradora cuando es una cigarra despilfarradora', y le acusan de fracasar 'en Córcega, pues allí siguen asesinando'. El ex primer ministro Alain Juppé señaló que hay que 'ir más lejos en la descentralización, incluso en la autonomía'.

La cuestión corsa ha seguido levantando ampollas. Jospin se ha preguntado: 'Si los diputados regionales corsos no tienen legitimidad, si los diputados de la Asamblea Nacional tampoco, entonces ¿quién la tiene? ¿Acaso esos clandestinos con los que la oposición negoció a escondidas?'. Para la mayoría de los ecologistas, aunque sea inoportuno, no es un error hablar de 'la amnistía como final del proceso corso'. Pero varios de sus líderes -Noël Mamère, Daniel Cohn Bendit, el secretario de Estado Guy Hascoët- se niegan a aceptar que 'la República acepte borrar la responsabilidad de quienes han asesinado a un representante de la República'. De pronto, el candidato verde a las presidenciales, Alain Lipietz, aparece en situación de extrema debilidad.

Por su parte, François Bayrou, presidente de la Unión Democrática Francesa (UDF), cree que 'ha llegado el momento de cambiar de equipo'. Su discurso centrista recuerda que 'Jospin está atrapado por su arcaísmo estatalista, marxista', mientras que el presidente Jacques Chirac lo está por 'su arcaísmo de político de ideas de geometría variable, que cambian según sopla el viento, antieuropeo un día, ecologista al siguiente, en contra del quinquenato ayer, a favor hoy'.

Chirac, que contaba con ser él único candidato de la derecha democrática para vencer en un país que él estima sociológicamente conservador, ve pues cómo no sólo le ataca la izquierda -el socialista François Hollande se refirió a él como 'candidato cada vez, candidato siempre, a veces contra los suyos, siempre contra la izquierda, candidato por naturaleza, temperamento, vocación y porque es su única razón de vivir'-, sino también sus antiguos aliados -Bayrou le trata de 'veleta'- o sus eventuales futuros primeros ministros como Nicolas Sarkozy, para quien 'la elección será dura a causa de los affaires', el último de los cuales es unas ridículas fotografías de Chirac -que se sabía en el centro de los objetivos- desnudo en su residencia veraniega oficial.

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