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Tribuna:COMUNICACIÓN
Tribuna
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La crisis colombiana derriba 'El Espectador'

De sus escritorios salió la mayor figura literaria de Colombia, Gabriel García MárquezLa autora relata la heroica trayectoria cívica del más prestigioso diario del país, ejemplo de periodismo crítico, que se ve obligado a pasar a dominical.

Colombia es un país acostumbrado a las malas noticias, pero la de esta semana entra en esa etérea categoría de lo simbólico que suele dejar a una sociedad angustiándose más por su futuro que lamentándose por su presente. El diario El Espectador, el más prestigioso del país, y por décadas el principal asidero ético de la castigada sociedad colombiana, dejó ayer de circular y a partir de hoy se convierte en dominical. Con el cierre, 114 años después de que una influyente familia ilustrada s soñara un sueño de transparencia y compromiso crítico, se cierra uno de los últimos resquicios para el pluralismo en Colombia, justo cuando el país clama por que los medios muestren algo más que la versión oficial. Y es precisamente la conjunción de la recesión económica con la agudización de su guerra civil no declarada y la corrupción de los vínculos entre las diversas esferas del poder lo que ha clausurado el que era, quizá, el principal referente nacional de exigencia democrática. La crisis colombiana ha acabado derribando su gran símbolo moral.

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En 1887, cuando Colombia acababa de redactar una constitución más, al cabo de un siglo de frenesí de cartas magnas que redactaban los ganadores de cada guerra civil cuando arribaban al poder, Fidel Cano, intelectual de acomodada familia liberal, fundó un periódico que, desde su nacimiento, sintió un especial compromiso con la independencia y el espíritu crítico.

El nacimiento de Colombia como nación en 1819 fue fruto de una guerra, contra los españoles, pero a la guerra quedó abonado desde entonces el país para solventar sus disputas, con una herencia militar y fratricida que conecta sin solución de continuidad con el conflicto armado actual. El Espectador, liberal hasta los huesos, tuvo que vérselas con el poder. Su fundador dio un par de veces con sus convicciones liberales en la cárcel. Pero eso no sería nada comparado con lo que hubieron de padecer sus sucesores.

Su posición editorial y su esfurezo crítico llevaron a El Espectador a abrirse paso hasta ser el diario más importante. Y como el centro político era en Bogotá, allí trasladó su sede principal. A mediados del siglo XX surgió en Colombia un candidato liberal de inmensa popularidad capaz de construir una democracia real: Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado en 1948. Con este magnicidio comienza el período de La Violencia, que desató una guerra feroz contra liberales y comunistas. La sede de El Espectador fue incendiada en 1952 por el poder para para silenciarlo. El Partido Conservador encontró la ocasión de desatar toda su furia contra el diario. E inauguraba una costumbre que medio siglo después ha acabado con él. Acoso y derribo por el expeditivo método de la eliminación física.

Aun así, el periódico siguió saliendo. Dos años más tarde, el dictador Gustavo Rojas Pinilla decretó el cierre de los dos diarios entonces liberales, El Espectador y El Tiempo. Pero al poco ambo volvieron, con censura pero sin interrupción. Luis Cano, el director de esa época tan dura para el país, manntuvo la línea editorial intacta.

Su redacción se pobló de intelectuales críticos, articulistas entusiastas y escritores de todos los rincones. Introdujo un periodismo fresco, desprejuiciado, vanguardista, que contrastaba con el tono formal y señorial del resto de la prensa. De sus escritorios salió la mayor figura literaria: Gabriel García Márquez fue redactor, reportero, corresponsal y articulista.

La familia Cano, dueña del periódico hasta 1997, acentuó su mordacidad mientras la clase política se corrompía. En los años 70 ya no existían diferencias entre liberales y conservadores: habían estrechado sus manos para alcanzar la paz y resultó un paraíso para la corrupción y la guerra. El Espectador se distinguió como el único diario que no cambiaba de posición editorial dependiendo de quien estuviera en el gobierno. Sus editoriales adquirieron una importancia ética descomunal, de consulta obligada hasta por sus enemigos.

Lucas Caballero Klim, el articulista satírico más grande que ha dado Colombia, fue acogido tras haber sido cesado en otro periódico por sacar a la luz los desmanes del presidente de entonces, Alfonso López Michelsen, su primo. Sus artículos eran leídos por un país entero, ávido de columnistas sin rodilleras. Durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-1982), época de dictaduras en Hispanoamérica, Klim y el periódico denunciaron la feroz cacería contra el sindicalismo, los líderes cívicos y los partidos políticos de izquierda, insana costumbre que se ha hecho cotidiana en Colombia.

La fidelidad a sí mismo le costó a El Espectador convertirse en el diario más amenazado, castigado, presionado y represaliado. En los años 80 sufrió una censura de prensa de distinta naturaleza: el principal conglomerado financiero, el mayor cartel mundial de la droga y los paramilitares perpetraron simultáneamente una de las mayores campañas de acoso. En 1983 el holding bancario-empresarial Grancolombiano decidió la muerte de El Espectador por asfixia publicitaria. Este poderoso grupo, auténtica versión colombiana de Rumasa, y contratante de más de la mitad de la publicidad privada en los medios de la época, retiró todas sus campañas como castigo a las demoledoras revelaciones del periódico sobre turbios autopréstamos, contabilidad dudosa y amenaza para la economía.

El periódico no flaqueó ni siquiera ante el imperio de Pablo Escobar, hasta entonces diputado semidesconocido. En 1984 realizó sensacionales revelaciones denunciando que aquel fascinante Robin Hood de Medellín, que construía barrios para los marginados, era un mafioso. Sólo luego llegaría a ser conocido como el criminal más perseguido del mundo. En 1986, el director Guillermo Cano moría asesinado por el cartel de Medellín.

A finales de esa década los paramilitares amenazaron de muerte a cualquiera que fuera visto con el diario en un territorio equivalente a una cuarta parte de España. El Espectador fue desapareciendo de la provincia colombiana a punta de bayoneta.

En la guerra contra el narcotráfico desatada por el Estado tras el crimen del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989, una bomba voló la redacción en Bogotá. Pero el miedo jamás ocupó una silla en la redacción. Antes y después del bombazo, sus periodistas han sido asesinados y perseguidos sin tregua, sin que el periódico claudicara. Hoy los principales reporteros y columnistas están en el exilio, muchos de ellos en España.

Tras el atentado, los Cano intentaron todo para evitar el naufragio. Bajo un endeudamiento que aconsejaba el cierre, la familia lo vendió al grupo económico Santodomingo, que desde 1997 ha intentado reflotarlo. Los problemas económicos hicieron reducir su tirada un 51% entre 1998 y 2000. Pero se mantuvo como última esperanza frente a la tiranía del comunicado oficial.

Al convertirse en un semanario dominical, apoyado en el éxito de su edición dominical, este periódico espera capitalizar un prestigio conquistado cada mañana más de un siglo: 'No se cerrará porque es patrimonio histórico de Colombia', promete su director Carlos Lleras de la Fuente, cuya menguada redacción (la mitad de sus 425 empleados, probablemente) enfilará sus esfuerzos para empujar una edición dominical que no renuncia a la circulación diaria de aquí a un año.

Pero lo que esta semana pierde Colombia no es sólo su periódico más prestigioso, sino un ejemplo cívico de resistencia contra los violentos. Aunque es cierto que como diario cierra sus puertas en una época en que es usual el cierre de pequeñas y grandes empresas, a El Espectador lo demolieron el narcotráfico, la corrupción institucionalizada, el enquistamiento de la dinámica guerrerista de guerrilla y paramilitares, la indiferencia e iniquidad de los sucesivos gobiernos, y la brutal crisis económica derivada del conflicto: realismo trágico en un país que cuando se quiere explicar su forma de autodestrucción, se escuda olímpicamente en el realismo mágico.

alá no vengan ahora cien años de soledad periodística... y moral.

Olga Gayón es corresponsal de El Espectador en España.

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