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Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. El almirante Sinegato le cuenta a Horacio lo que sucedió al final de la era Etnológica: tras los problemas que hubo en la Tierra, los gobiernos decidieron detener el progreso y dar comienzo a la era Feliz. A pesar de todo, se mantuvo un pequeño sistema de vigilancia en diversos centros de control. Precisamente, Horacio se encuentra en uno de ellos, que ha estado vigilando su nave durante todo el viaje.

30

Jueves 3 de julio

Todo el día de ayer y toda la noche que ahora acaba dedicados a la doble tarea de comprender el alcance de las revelaciones del almirante Sinegato acerca de nuestra misión y de tomar las disposiciones necesarias para finalizar el cumplimiento de la misma.

Cuando hace poco menos de un año las autoridades competentes me convocaron para confiarme esta misión, sólo se me dijo que debía transportar un cierto número de delincuentes, mujeres descarriadas y ancianos improvidentes a un lugar cuyas coordenadas, por razones de seguridad, me serían facilitadas al término del viaje. Sólo se me indicó la ruta a seguir. Asimismo se me notificó que la dotación de la nave, tanto los mandos como la tripulación, estaba compuesta por personas cuyo historial presentaba algún elemento negativo, por lo cual debía supervisar su conducta con discreción, evaluarla con equidad e informar a las autoridades competentes con exactitud. En este sentido, la misión constituía para ellos una oportunidad de rehabilitación, aunque lo ignorasen.

Lo que no me dijeron es que yo también me encontraba en las mismas condiciones, pues a causa de mi solicitud de jubilación anticipada habían aflorado algunos asuntos personales y episodios profesionales que yo creía a buen recaudo o, a lo sumo, olvidados. Esto último, sin embargo, ya no tiene la menor importancia, porque ayer tarde el almirante Sinegato me notificó que había pasado la prueba a plena satisfacción del Comité de Evaluación, al igual que el primer segundo de a bordo, Graf Ruprecht von Hohendölfer, el segundo segundo de a bordo, M. Gaston-Philippe de la Ville de St. Jean-Fleurie, y el médico de a bordo, doctor Aristóteles Argyris Agustinopoulos.

Por este motivo, y por orden expresa de las autoridades competentes, las cuatro personas antes mencionadas hemos sido relevadas de la presente misión y autorizadas a emprender el regreso a la Tierra en el plazo de dos días, en una nave regular, pues la que nos ha traído hasta aquí no ofrece condiciones de navegabilidad y se encuentra en proceso de desguace en los astilleros de la Estación Espacial Aranguren, con objeto de ser aprovechadas algunas de sus partes como piezas de repuesto y el resto, como chatarra.

Una vez en la Tierra, a los dos segundos de a bordo se les restituirá en sus cargos, y al doctor Agustinopoulos, en el ejercicio de su profesión. En cuanto a mí, se me concederá la jubilación anticipada con goce de pleno sueldo, una vez deducidos algunos adeudos con sus correspondientes intereses, recargos y costas. Éste es, pues, el final de mi carrera y el principio de un merecido descanso.

Al oír estas gratas noticias ayer tarde, de boca del almirante Sinegato, expresé de inmediato mi agradecimiento al Comité de Evaluación, reiteré mi fidelidad a las autoridades competentes y pregunté, sin ánimo de inmiscuirme en las decisiones de la superioridad, quién me sustituiría al mando de la misión y en qué nave continuarían viaje la tripulación y el pasaje.

El almirante Sinegato respondió que nadie me reemplazaría al frente de la misión, por cuanto, en realidad, el trayecto no tenía destino alguno, siendo su único objetivo aislar a una serie de personas dificultosas por el método habitual en tiempos de crisis económica, es decir, enviarlas a dar vueltas por la zona helicoidal en una nave averiada, gobernada por inútiles y desaprensivos. De momento, sin embargo, no había nave disponible, por lo que dichas personas deberían permanecer en la estación espacial hasta tanto dispusieran las autoridades competentes.

Pregunté dónde se encontraban dichas personas y me respondió que el primer y segundo segundos de a bordo, así como el doctor Agustinopoulos, se encontraban en sus respectivos camarotes, preparando el viaje de regreso. En lo concerniente a los miembros de la tripulación y del pasaje, no era ya asunto de mi incumbencia, aunque el almirante Sinegato, para tranquilizar mis escrúpulos, tuvo a bien informarme de que todos se encontraban sanos, salvos y bajo su protección, y que habían sido lavados, desinfectados, hidratados, alimentados, curados y encerrados en el calabozo.

Reiterada mi gratitud y mi alborozo, el almirante Sinegato, alegando apremios y compromisos, llamó a la camarera, le ordenó que cargara las consumiciones a la cuenta oficial de gastos y salimos. Antes de abandonar la cafetería Bar Quincoces, sin embargo, tuve ocasión de susurrar al oído de la camarera el número de mi camarote.

Esta madrugada, cuando ya me había quedado dormido, ha llamado a mi puerta. La he hecho entrar, he cerrado la puerta y la he reprendido por su tardanza.

Se ha excusado diciendo que no había librado hasta pasada la medianoche y que aún después había perdido bastante tiempo en impedir que la siguieran, no tanto por saber adónde iba, sino por razón de su palmito, ya que abundaban 'los moscones' en la cafetería bar Quincoces, de la cual, dicho sea de paso, ha obtenido una llave.

Aclarado este punto le confieso no haberla reconocido en la cafetería hasta que ella misma me mostró la palabra murder escrita al carboncillo en la palma de la mano. Mientras se desprende de la peluca y la cofia y se desmaquilla, la señorita Cuerda responde que la palabra no está escrita al carboncillo, sino grabada al hierro en el presidio donde estuvo encerrada hasta que le fue ofrecida la posibilidad de inscribirse en el proyecto de expatriación junto a otras mujeres descarriadas. Nunca pensó que dicho proyecto condujera a nada bueno, pero está dispuesta a todo, menos a la reclusión. Por este motivo, al ser conducida al calabozo con el resto del pasaje tan pronto pusimos pie en la estación espacial, se las ingenió para evadirse y confundirse con la población local.

Preguntada de qué argucia se valió para que la dejaran salir del calabozo, ha rehusado contestar. Preguntada si la misma argucia serviría para el resto de los detenidos, ha respondido que lo duda mucho.

Acto seguido, sin embargo, añade que de sus contactos personales con el personal carcelario ha deducido que éste no sería reacio a otras formas de persuasión y que en esta estación espacial, como en cualquier otro lugar del Universo, el dinero abre todas las puertas.

La conversación queda interrumpida en este punto tan interesante por unos golpes en la puerta.

Acudo y entran el primer y segundo segundos de a bordo, quienes, tras saludar con excesivo entusiasmo a la señorita Cuerda, dicen haber realizado las averiguaciones que yo les encomendé la víspera cuando coincidimos a la hora de cenar en el refectorio.

Poco después llaman de nuevo y comparece el doctor Agustinopoulos, el cual refiere cómo, siguiendo mis indicaciones, se ha hecho mostrar el laboratorio farmacéutico por el médico jefe de la estación espacial y cómo, al término de la visita, tras haberle elogiado largamente las instalaciones y su funcionamiento, el doctor Agustinopoulos ha tratado de inducir a su colega a tomar unas copas en las que previamente había vertido un poderoso somnífero. Habiéndose negado el médico local a beber en horas de servicio, el doctor Agustinopoulos no ha tenido más remedio que partirle la cabeza con un taburete. Ahora el doctor Agustinopoulos dispone de la llave de acceso al citado laboratorio y la garantía de que no le molestará nadie.

Antes de pasar a la fase siguiente de la operación, pondero la conveniencia de dejar una nota al almirante Sinegato agradeciéndole sus atenciones, pero mis compañeros me disuaden de hacerlo alegando que en estos casos, el tiempo es oro. Cedo a sus argumentos, concluyo la redacción de este grato Informe, cojo la bolsa de equipaje y salimos todos del camarote para llevar a término el resto de mi plan.

Continuará

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