Jugando a ser papás
Sorprende encontrar tanto desbarre en el artículo de alguien que se ha demostrado juicioso y equilibrado en otras ocasiones, cuando se leen las palabras de Fernando Savater en EL PAÍS del día 26 de agosto. Comparto sus temores ante los avances (¿descontrolados?) de la ingeniería genética y la biotecnología y doy por buena su propuesta de control ético y/o moral de los mismos. Pero sigo leyendo y tengo que volver un par de veces sobre el texto para creérmelo. ¿Qué es eso de que las parejas de homosexuales juegan a ser papá y mamá? El pretendido argumento del valor simbólico de la triangulación papá (perfectamente heterosexual), mamá (perfectamente heterosexual) y nene (debemos suponerlo también hetero, claro) es tan pueril que parece el arranque de un chiste. ¿Cómo puede afirmarse que luchar por el derecho legítimo a ejercer la (durísima) responsabilidad de educar a un menor es jugar a ser papás y mamás? Por otra parte, olvida el filósofo que habitamos una sociedad donde se nos exige demostrar altos niveles de cualificación y aptitud para casi cualquier cosa (conducir un coche o una moto, ocupar un puesto de trabajo en la Administración o simplemente manipular alimentos), pero en la que cualquier perfecto inepto o desalmado puede tener cuantos hijos quiera y educarlos como quiera, siempre que cumpla con la inviolable ley no escrita, claro, de ser heterosexual. Por no hablar de lo que deben haber sentido leyendo el artículo las madres solteras, por poner un caso. Piénselo bien, ¿quién está jugando aquí y a qué?
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