Da igual lo que suene si es bailable
El tipo de música es lo que menos preocupa a quienes trasnochan en la Aste Nagusia ávidos de diversión
Tras 23 ediciones, la Aste Nagusia de Bilbao no puede escapar de ciertas rutinas sin las cuales daría la impresión de que no es el mismo sarao. Una de ellas es la invasión que sufren las calles al ponerse el sol ya que, aunque es en el fin de semana cuando resulta imposible atravesar el recinto festivo sin ser empujado y pisado en varias ocasiones, todos los días decenas de miles de jóvenes se muestran dispuestos a 'bailar toda la noche'. Son nueve jornadas de desparrame en las que la música enlatada y bailable es también a priori uno de los principales reclamos, aunque da la impresión de que las calles se llenarían igual si los altavoces escupieran únicamente piezas de Beethoven o Mozart.
Ante tan poca exigencia, los dee jays, o pinchadiscos, lo tienen fácil, ya que muy mal deberían de hacerlo para que la barra y el entorno que amenizan se despoblase. Bien provistos de recopilaciones veraniegas, superventas españoles (La Oreja de Van Gogh, Estopa) y éxitos añejos, se cubre el expediente. Y así año tras año, ya que si algo distingue a la oferta musical nocturna es la falta de riesgo. Algo normal cuando las demandas del respetable, distraído sobre charcos de kalimotxo derramado y cerveza desechada por caliente, y entre hedores fecales, son mínimas, cuando no inexistentes. Aunque hay quien discrepa.
'La gente sí es exigente en el sentido de que quiere bailar. Nosotros antes poníamos sólo música de baile, salsa y demás, y teníamos una clientela fija. Si se puede bailar, la gente te entra, como en esa txosna de El Arenal donde ponen todas las horteradas del momento, la Mayonesa, la pollanesa.... Siempre tienen 400 o 500 tíos bailando enfrente. Lo que no puede ser es que pinche música el que no sabe bailar; ahí falta sentido comercial', aseguraba la noche del viernes un comparsero de Satorrak, eludiendo comentar que las txosnas en las que es imposible mover el esqueleto también están repletas.
Siguiendo con las rutinas, recorrer el recinto festivo se ha convertido en algo de lo más previsible, un paseo en el que uno sabe que sus oídos van a ser asaltados por música contundente, compometida y preferiblemente en euskera ('jarraitxu total, a 2.000 decibelios', precisa un txosnero) si se deja caer por la parte de atrás del Arriaga, y que el mayor eclecticismo se encuentra en El Arenal y San Nicolás. Y, como es habitual, pasear por el Ensanche implica someter los siempre delicados pabellones auditivos a sobredosis de las cargantes canciones del verano, actuales y pretéritas, y sentirse un poco más viejo entre la marea de adolescentes que azota la plaza Circular.
'Si te das una vuelta por todas las txosnas, tienes para hacer un tratado sociológico, por edades, ideologías, tendencias políticas,...', señala Josu, de Bizizaleak. Aunque toda generalización es mala y, pese a que hay quien no sale de su entorno favorito, no es menos cierto que buena parte de la fauna nocturna, ávida de diversión, relacionarse y sin prisa por llegar a casa, no tiene inconveniente en dejarse caer por cualquier zona de la ciudad. Como dice Edgar, un portugalujo de 29 años, 'la música se escucha en casa'. Esto es, una vez en la calle lo más importante es procurar divertirse y lo menos conveniente es amargarse la noche porque los bafles no emiten la música que a uno más le gusta.
Parecida opinión tiene Santi, abogado bilbaíno que, aprovechando los días de vacaciones, se deja caer todas las noches por las txosnas y refleja el sentir general al afirmar que 'Bilbao a partir de las cuatro de la mañana es puro desfase. A la gente le da igual la música que pongas a esas horas. Baila igual con Barricada que con Tom Jones o la canción de La abeja Maya o Marco'.
Con todo, pese a lo difícil que es elaborar un hit parade, una lista con las composiciones más difundidas y bailadas en la Aste Nagusia, debería contener el Marijaia de Kepa Junkera, ya consolidado como socorrido himno popular, algunas piezas de Paulina Rubio, Raúl, Sonia y Selena y, en representación de corrientes más alternativas, Manu Chao y Fermin Muguruza. No se ha producido una saturación similar a la que hubo en años anteriores con la producción del portoriqueño Ricky Martin o La bomba, de King Africa, pero ellos constituyen buena parte de la banda sonora de unos festejos en los que también se han dejado oír los gritos de unos pocos manifestantes antitaurinos, el tintineo de las copas al brindar, las explosiones de los alardes pirotécnicos y, cómo no los actores y los músicos que actúan en la calle.
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