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Madrid, envejecer o emigrar

La carestía de la vivienda dispara la salida de la población de la capital a localidades de la periferia

Madrid es un botijo. Demográfico, se entiende. Un gran botijo de panza cada vez más gruesa y peana cada vez más reducida. Tal es el diagrama del perfil de edades de la población madrileña, que el 1 de enero de 2001 era de 3.009.472 personas. El diagrama tiene dos dimensiones: la altura, que corresponde a la tabla de edades ordenada de abajo hacia arriba, de cero años a 65 o más años, y la anchura, sobre la cual se despliegan los grupos de individuos con sus edades respectivas. Esto, para los especialistas en el estudio de la población, los demógrafos, significa que los habitantes de la ciudad muestran un envejecimiento cada vez más pronunciado, es decir, menos compensado por población joven. Asimismo, por la estrechez de su base, el botijo madrileño indica que la población joven se reduce. Y mucho.

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Así lo atestigua el matemático Enrique Tierno Pérez, que subraya la importancia de la creciente emigración de madrileños hacia las localidades de la periferia. Hay que añadir además la inmigración de nacionales de otros países, señaladamente ecuatorianos, colombianos y marroquíes. Tales son los fenómenos demográficos más relevantes que aquí se registran.

En Madrid nacen pocos niños. La tasa de natalidad es de 8,72 nacimientos por cada mil habitantes cada año. El desnivel es de 1,09 varones por cada hembra que viene aquí al mundo. Esta pauta se repite en casi todos los ámbitos y culturas. A partir de 1976, la natalidad ha venido descendiendo en Madrid, aunque en los dos últimos años aumentó levemente.

En los años setenta, Madrid presentaba un diagrama distinto, piramidal, con una población joven muy amplia y una población madura más reducida. Era lo que los demógrafos denominan una pirámide de población.

Hoy, el contraste entre ambas poblaciones, joven y mayor, pone de relieve que la demografía madrileña se mueve. ¿En qué dirección? Para Enrique Montoliú, sociólogo y jefe de la Sección de Elaboración Estadística del Ayuntamiento de Madrid, existen dos procedimientos para medir la población: el padrón y el censo. El primero es un registro administrativo personalizado. El censo, por contra, es un registro puramente numérico. El padrón se realizaba cada cinco años y el censo, cada diez, coincidentemente a los años que terminan por el número 1.

El censo correspondiente a esta década, el del 2001, se hará el próximo mes de noviembre, 'por razones de tipo presupuestario', señala. En cuanto al padrón, siempre se realizó mediante agentes padronales, una figura que desde 1996 ha desaparecido. El agente llegaba hasta el último rincón de la ciudad. Entonces, para empadronarse en Madrid en el caso de que una persona se instalara en la ciudad, debía previamente darse de baja en el padrón correspondiente a la localidad de la que procedía. Hoy, el padrón consiste en un registro continuo, cuyos datos se publican cada año, no cada lustro, como antes.

Toda aquella persona que se empadrona en Madrid lo hace ahora dándose de alta mediante su inscripción en una hoja padronal y por iniciativa propia, aunque se trata de una práctica obligatoria. Han de constar sus datos de filiación, padre y madre, fecha de nacimiento, nacionalidad y datos sobre escolaridad. Aunque anteriormente debían incluirse datos sobre estado civil, profesión y rama de actividad laboral en la que se desempeñaba, ya desde 1996 estos registros no son exigidos.

En cuanto a las altas padronales, también por nacimiento, y a las bajas por desplazamiento o defunción, es el Registro Civil el que las transmite al Instituto Nacional de Estadística, máxima autoridad a escala estatal, que a su vez la envía al Ayuntamiento de procedencia. El trámite anterior, que requería la baja en el padrón de origen, ya no la realiza el interesado, sino que se efectúa 'de oficio', precisa Montoliú.

A juicio de este técnico estadístico, el empadronamiento implica el reconocimiento del empadronado como vecino y su derecho a recibir los servicios municipales que el Ayuntamiento de acogida brinda al vecindario. Según los datos de población que el Ayuntamiento aprobará en el próximo pleno municipal, en Madrid, aproximadamente 19 de cada cien empadronados cuenta con una edad de 65 o más años. 'Es un síntoma claro del envejecimiento de la población', destaca, 'y viene causado por la emigración nacional. La población madrileña más joven emigra a la periferia'.

'Es lógico, porque la vivienda en Madrid es de las más caras de España', subraya por su parte Lorenzo Navarrete, profesor titular de la cátedra de Sociología de la Complutense y miembro del Consejo de Bienestar Social de la Comunidad de Madrid, que trata asuntos demográficos.

'La inmigración puede generar sorpresas en los próximos años, cuando los ahora adolescentes decidan emparejarse', dice Navarrete. 'Resultaría fundamental medir la tasa de mestizaje, es decir, la de las parejas en las cuales uno de sus miembros no es madrileño'. Y ello, subraya, 'porque la interculturalidad se aborda oficialmente sólo con campañas de tolerancia y sensiblización, aunque se trata más bien de un fenómeno interior a la familia'. Y añade: 'Es preciso desplegar soluciones públicas, de vivienda y empleo, que contribuyan a estabilizar estas parejas a fin de que la interculturalidad madure. Pero este Ayuntamiento ha abandonado su política estratégica y pública: frente a la gran atracción que Madrid ejerce como polo económico, el municipio mantiene unos niveles de servicios estancados, y, de seguir así las cosas, la emigración aumentará y el botijo demográfico puede convertirse en una bomba de relojería', sentencia.

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