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Reportaje:ESTAMPAS Y POSTALES

La ciénaga tenaz

Miquel Alberola

El gran asunto de la marisma que se extiende entre Pego y Oliva es la resistencia que ha desarrollado contra la conspiración continua a la que la somete el hombre. Esta albufera se cerró durante el neolítico, y en el período inmediato hubo una intensa actividad pesquera en su interior, propiciando un asentamiento humano que sacó provecho de esta abundancia y sentó las bases del respeto religioso que muchos profesan por el entorno. Sin embargo, el progreso se ha planteado siempre como una suma de premisas que concluyen en su extinción. En las épocas romana y musulmana, se trazaron acequias y canalizaciones, y con ellas empezó un proceso de transformaciones agrícolas que supuso la desecación de gran parte del área.

A principios del siglo XIX, con la ampliación de los cotos arroceros, algunas familias adineradas de Pego llevaron a cabo un gran proyecto de reconversión de la zona húmeda, y las transformaciones fueron en aumento hasta el siglo siguiente, aunque la actividad arrocera, unas veces por el paludismo y otras por la decadencia del cultivo, fue disminuyendo de casi mil al centenar de hectáreas.

Mientras se intensificaba la presión agrícola, a la zona pantanosa se le planteó la primera oportunidad de desaparecer del mapa. Fue en los años sesenta, en unas prospecciones Hidroeléctrica halló un yacimiento de turba, un carbón combustible producido por materias vegetales típico de los ambientes encharcados, y llegó a presentar un plan para la extracción de este mineral, que además de ofrecer un aprovechamiento energético se podía utilizar como fertilizante en la jardinería o como correctivo agrícola.

Esa operación sólo la podía impedir el mismo Franco. Y él la desbarató, a instancias del entonces presidente de la Diputación de Alicante, Pedro Zaragoza, quien aprovechando su buena sintonía con el Caudillo le alarmó del desastre que esto supondría para la agricultura de la zona.

La segunda oportunidad de desaparecer se fraguó por las mismas fechas, cuando los agricultores del marjal solicitaron una concentración parcelaria del coto arrocero de los términos municipales de Pego y Oliva, que hubiese reducido el paraje a la mínima expresión. La petición fue contestada en 1970 con un decreto de urgente ejecución, pero hasta cinco años después el Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario no aprobaría este plan, que obligó al abandono de los cultivos mientras terminaran unas actuaciones que por las circunstancias políticas nunca concluirían.

La tercera llegó en los años ochenta, cuando Disney planteó la posibilidad de instalar un parque temático en Europa y a alguien se le ocurrió ofrecer la marisma como el solar más propicio para instalar esta explotación de tiovivos. Es la que más pánico provocó y mayor movilización ecologista desplegó. Tras un proceso muy angustioso, Disney optó por la plaza de París.

El cenagal salvó de nuevo la vida, pero los 1.500 propietarios de las zonas productivas empezaron a cultivar en sus cabezas un malestar muy irritante que fue agravado a principios de los noventa con la declaración, primero, de paraje natural y, luego, parque natural.

Desde entonces, los mayores terratenientes libran una guerra con la Administración a través de un depredador delirante que han situado en la alcaldía de Pego para insultar al sistema democrático y mantener el conflicto sobre los límites del parque natural, sin otro objeto que revalorizar las propiedades. Pero a pesar de este alboroto municipal, apoyado con arremetidas de desecación, la ciénaga ha ganado de nuevo este desafío.

Un agricultor anfibio en el marjal de  Pego-Oliva.
Un agricultor anfibio en el marjal de Pego-Oliva.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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