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LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
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Lujurias y azoteas

Algo inquietante ocurre en las azoteas de los grandes hombres (del difunto, demócrata y comedido Areilza al todo lo contrario Pinochet, pasando por Fraga, Mitterrand y Felipe González) cuando, ante un ejemplar femenino de las características de Margaret Thatcher, se inflaman o inflamaron de lujuria. Debemos rendirnos a la evidencia. A los hombres que aspiran a joder a los demás les gustaría fornicar con damas clásicas capaces de enroscarse al cuello de las clases inferiores hasta estrangularlas, sin dejar por ello de empolvarse de vez en cuando la nariz y repintarse el rictus de los labios. Lo que, en la Thatcher, atrae a este tipo de hombres no es el fragor de su entrepierna, sino la capacidad asesina que guarda en el bolso.

Me pregunto si para practicar el gomorring por el Segre, nuestro ministro Josep Piqué lleva dodotis o sondas, o lo hace directamente sobre los salmones y las truchas. Por si acaso, he decidido excluir tales peces de mi dieta
'Mi deseo más intenso es que siga en la plaza de San Pedro hasta la caída del Vaticano'.

Luego se quejan de que la juventud se haga anti-sistema.

Trataríase, por un lado, del complejo de Edipo trasladado a la política, con ligeras variantes sobre el modelo clásico: ganas de matar al padre, que podría ser obrero de la construcción, campesino regularizado por la Unión Europea o inmigrante sin papeles en circunvalación forzosa; y ganas de acostarse con la madre, que sería una especie de cruce entre Cruella de Ville y Pedro Schwartz. Por otra parte, no deberíamos dejar que cayera en saco roto ni en cualquier otro tipo de saco el hecho, cada vez más innegable, de que los hombres que cortan el bacalao se sienten más a gusto ante, bajo, sobre y con la mujer tradicional. Fíjense en Pilar Valiente. ¿Creen que sus superiores e incluso colegas la exculpan por su inocencia? Mais non, mes petits et petites. Es el relumbre de su collar de perlas de tres vueltas, que actúa en estos casos a modo de ristra de ajos, lo que inmoviliza al macherío que se le acerca.

Entrando de lleno en el nuevo culebrón amoroso del verano, en ese triángulo pasional protagonizado por el arzobispo Milingo, su esposa María Sung y el mismísimo Papa de Roma, cómo no suponer que al tal Milingo, por muy tarambana o balarrasa que haya sido en el pasado, le han atraído más los encantos de un ser con faldas hasta los pies (aunque se trate de un hombre: nadie es perfecto) que los de una coreana vestida con traje-pantalón. Pónganse en lugar del subsahariano pródigo: ¿qué puede ofrecerle dicha Sung, en comparación con un tercero que te pone un Vaticano, una Guardia Suiza a los pies y hasta puede que unos caravaggios?

La mujer tradicional, aunque no sea un Papa ni siquiera un hombre, obra milagros. Por ejemplo, Ana Botella, por el mero hecho de amadrinar a la ONG esa de los alimentos, les multiplicó los panes y los peces y los convirtió en millones, del mismo modo que un libro presentado por ella luego resulta que son tres. Digo yo que podrían mandarla a Afganistán, a ver si la nombran madrina del Ministerio para el Fomento de la Virtud y la Persecución del Vicio, o como se llame: con un poco de suerte, les multiplicaría las Sodomas y las Gomorras. Por cierto, ¿alguien podría aclararme a qué se dedicaban los gomorrinos o gomorrenses? Porque a mí me dicen, ven aquí, serrana, que te voy a sodomizar, y según como me pille actúo en consecuencia o me pongo mirando a Orense. Mas si me insinúan que me van a gomorrizar ni siquiera sé que cara o qué cruz ofrecer.

Quizá, aventuro, gomorrizar es eso que hace cada año el ministro Piqué cuando baja por el Segre y el Segre baja en silencio al pasar bajo el ministro. Siempre ansío ver qué se nos pone para la ocasión, porque él suele incorporarse los últimos adelantos, tanto en cascos como en rictus: la perilla le otorga un sensual aspecto de hermano hervido de Fu-Manchú. Me pregunto si para practicar el gomorring, nuestro ministro lleva dodotis o sondas o lo hace sobre los salmones y truchas. Por si acaso, yo he decidido excluirlos de mi dieta.

Mas basta de digresiones. Mi deseo más intenso en estos momentos es que Maria Sung permanezca en la plaza de San Pedro hasta la caída del Vaticano. Y si está embarazada, mejor. ¿Qué lugar mejor para permanecer en capilla que la Capilla Sixtina propiamente dicha? Eso sí que sería parir como una clásica.

María Sung de Milingo.
María Sung de Milingo.

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