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Trágala, Skopje

Francisco Veiga

Pocos Estados en el mundo (y ninguno en Europa) hubieran aguantado el continuo trágala neocolonial que le ha tocado vivir a Macedonia. El reconocimiento comunitario de su independencia tenía que haberse hecho el 6 de abril de 1992, el mismo día que el de Bosnia. Pero mientras las potencias europeas tenían una prisa irreprimible para con esta república (con lo cual aceleraron el comienzo de la guerra), no ocurrió lo mismo con Macedonia, que se quedó en el limbo durante meses por las presiones griegas. Tampoco pudo mantener su nombre, sino que se le impuso la extraña sigla de FYROM (Former Yugoslav Republic of Macedonia); ni su bandera con la estrella de Vergina, descubrimiento arqueológico de 1977 y que se quiso identificar con Filipo de Macedonia. A cambio le tocó ondear una especie de estrella autista, con los rayos invertidos, que asemeja un sol naciente de estilo nipón.

Pero la siguiente perrada fue más original. En Macedonia existía un despliegue preventivo de cascos azules de la ONU, la misión Unpredep. A comienzos de 1999, cuando se veía claramente que la crisis de Kosovo terminaría en intervención de la OTAN, ocurrió un curioso incidente. Por medio de Vasil Tupurkovski, un popular político -que había residido en los Estados Unidos- y vicepresidente del Gobierno VMRO-DPMNE, Macedonia reconoció diplomáticamente a Taiwan. La furibunda reacción de la República Popular China consistió en vetar la renovación del mandato Unpredep en el Consejo de Seguridad de la ONU, que concluía el 28 de febrero de 1999. Muy a tiempo, porque pocas semanas más tarde comenzaba el ataque de la OTAN contra Yugoslavia, la ONU fue mantenida al margen por las potencias occidentales y sus tropas retiradas de Macedonia. Mientras tanto, la OTAN había desplegado una Fuerza de Extracción que en caso de urgencia debía actuar en Kosovo y retirar de allí a los observadores de la OSCE. Con lo cual, el Gobierno de la VMRO-DPMNE, que acababa de ganar las elecciones en otoño, tuvo que desdecirse de sus promesas, según las cuales ninguna fuerza extranjera se estacionaría en suelo patrio.

Una vez iniciada la campaña aérea contra Yugoslavia, Macedonia se vio obligada a acoger como pudo a una avalancha de refugiados albanokosovares que representaba más del 10% de su población total. Mientras tanto, se sucedieron toda una serie de gobiernos que, a la derecha o a la izquierda, incluían al correspondiente partido de la minoría albanesa sin mayores problemas de coexistencia.

Como premio tardío a tanta paciencia, la Unión Europa le ofreció a Macedonia un novedoso Acuerdo de Estabilización y Asociación, único en los Balcanes. Pero en marzo de este mismo año, pocas semanas antes de su firma, una fuerza guerrillera albanesa, cuyas armas e integrantes procedían en buena medida de Kosovo, se plantó ante la ciudad de Tetovo, dando comienzo una nueva crisis balcánica. El joven Ejército macedonio pareció controlar la situación, pero pocos meses más tarde se produjo un rebrote virulento de los combates. Tras numerosas presiones y sucesivos intentos de negociación apadrinados por la UE y la OTAN, en el que la parte macedonia ha hecho importantes concesiones, parece haberse logrado un tambaleante acuerdo de paz.

Dicho lo cual, ha de recordarse que en el estallido del conflicto han jugado un importante papel graves defectos infraestructurales del Estado macedonio. Uno de ellos era la enraizada corrupción en las esferas de poder de la joven república, que mucho tuvo que ver con los turbios negocios de privatización de las empresas públicas. Desde que la coalición de derechas presidida por los nacionalistas del VMRO-DPMNE se instalara en el poder se hicieron famosos ministros como Ljuben Pavnovski en la cartera de Defensa, y Dragan Danilovski, en la de Sanidad. Estos manejos no eran nuevos: los inauguraron los socialistas casi desde la independencia de Macedonia. Y tampoco eran exclusivos de los partidos de la mayoría macedonia, eslava o no: alcanzaban también a nombres de los partidos albaneses 'institucionales'. No en vano otro mago de la corrupción a escala gubernamental ha sido el albanés Besnik Fetai, ministro de Economía. Por lo tanto, todo parece indicar que, como mínimo, en la muy compleja crisis macedonia han jugado consideraciones de acaparación, control y reparto del botín entre 'viejos' albaneses y recién llegados o entre los que fueron dejados al margen y los que de alguna manera comieron en el banquete del poder. Más que explicar el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional, el fenómeno lleva hacia la fundación de un nuevo actor político, el Partido Democrático Nacional, que podría terminar por convertirse en cerebro y patrón político de los guerrilleros. Por otra parte, la ofensiva del ELK ha tenido y tiene un fuerte impulso desde Kosovo, hecho que ni la guerrilla albanesa ni el mismo presidente Bush ha negado en su reciente visita a la zona. La antigua provincia serbia se ha convertido en un claro elemento desestabilizador en la zona y a estas alturas ignorarlo es, pura y simplemente, temerario.

Pero la crisis está lejos de haberse resuelto porque los manejos negociadores apadrinados por los occidentales han vuelto a repetir viejos errores en cuyas consecuencias hemos tenido diez años para revolcarnos. Uno de ellos es no haber aprendido a manejar a los diversos grupos paramilitares o guerrilleros que han venido apareciendo en la zona, siempre que se autotitulen como fuerza de liberación nacional. A diferencia de lo ocurrido en Kosovo en 1999, el ELK en Macedonia todavía no ha entrado en las negociaciones de paz, pero sus reivindicaciones sí que han sido tomadas en consideración y parece claro que sus integrantes pasarán a formar parte de alguna forma de cuerpo de policía o 'cuerpo de defensa' local, que a su vez se convertirá en un foco de conspiraciones y futuras rebeliones. Por otra parte, los guerrilleros saben que si bien la OTAN no está de su parte, tampoco les atacará. En consecuencia, pueden jugar durante mucho tiempo a la política de los hechos consumados, fusil en mano, al margen de las negociaciones que apadrinen las potencias. Otro gran error es insistir en la diplomacia cerrada, en el secretismo y los dobles raseros descarados. Si se está hablando de federalizar Macedonia sin usar esos términos, ¿por qué no se hace lo mismo con el protectorado de Kosovo? La minoría serbia de esa provincia tiene, como mínimo, los mismos derechos que la minoría albanesa en Macedonia. No les vendría mal a los albaneses probar un poco de la medicina que ellos están pidiendo a Skopje. El tercer error consiste en no contar con las perspectivas de conjunto y abordar las crisis en base al 'efecto lupa'. Esa práctica es bien nociva, pero ha sido la pauta seguida por las potencias occidentales desde 1991 en unos territorios que muchas veces apenas están separados por menos de un centenar de kilómetros. El resultado final es un batiburrillo de soluciones políticas que de alguna forma están llevando a la recreación de una especie de nueva federación yugoslava, al menos en lo que respecta a Bosnia, Serbia más Montenegro y, posiblemente, Macedonia. Curioso panorama en el que incluso los viejos tanques del Ejército federal yugoslavo han sido sustituidos por los de la KFOR y la SFOR, mientras pandillas de guerrilleros y paramilitares juegan al escodite entre ellos como si tal cosa.

Por último, las tentaciones satelizadoras. En el conflicto de Macedonia interviene el proyecto norteamericano de convertir a Albania en cabeza de puente balcánico, idea que arranca, como mínimo, de 1993, y que ahora recobra nuevos bríos cuando las potencias europeas parecen decantarse más por los países eslavos de la zona. Algo lógico si se piensa que el destino final de la UE será establecer fuertes vínculos con Rusia, algo que Washington intentará dificultar o retardar como sea. Aparte de las ventajas geoestratégicas inmediatas que supone la satelización de Albania, puede resultar bastante barato. Pero la condición es que el pequeño aliado no presente fisuras, es decir, que previamente se hayan reunido todos los territorios albaneses en uno solo. Llámesele Gran Albania o como se quiera.

Francisco Veiga es profesor de Historia de la Europa Oriental en la UAB y autor de La trampa balcánica.

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