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Rusia, entre la democracia y el autoritarismo

Tras ocho años de extravagancias protagonizadas por Borís Yeltsin y lastrado por una grave crisis económica, el Kremlin construye la ficción de una sociedad estable y optimista

Pilar Bonet

Para apostar por Rusia como moderna democracia europea es pronto todavía. No basta la década transcurrida desde el golpe de Estado de agosto de 1991, que precipitó el fin del sistema comunista, ni los 16 años que han pasado desde que, en 1985, Mijaíl Gorbachov comenzara la reforma fallida que se llamó perestroika.

Las incógnitas por despejar ante el futuro de Rusia no están en la superficie, sino en las profundidades, y tienen que ver con las tradiciones propias y con relaciones arcaicas entre quienes ejercen el poder, a menudo despóticamente, y quienes lo sufren. En Rusia, a diferencia de otros países occidentales europeos, el protagonista de la historia sigue siendo el Estado, interpretado por los sumos sacerdotes que lo custodian, y no el ciudadano como portador y sujeto de derecho. La batalla por la modernización de este inmenso país no se da, pues, en los escaparates occidentales que transforman las ciudades de provincias, sino en los cimientos de la sociedad.

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Por las tardes, al término de la jornada laboral, una multitud apresurada invade el metro de Moscú. En este medio de transporte, que cada día utiliza un millón de personas, los jóvenes de traje y corbata, que en nada se distinguen de los ejecutivos occidentales, se apretujan con los vendedores de los mercados. Los unos llevan sus ordenadores portátiles colgados del hombro. Los otros arrastran gruesos fardos, atados con cordeles y garfios a carros de ruedas. De vez en cuando se suben a los vagones mutilados en traje de camuflaje, que quieren ser 'veteranos' de la guerra de Chechenia, y refugiados de repúblicas periféricas ex soviéticas con niños exhaustos en los brazos. Los pedigüeños se abren paso entre las secretarias que aprovechan el trayecto para estudiar inglés, los chicos sumergidos en el tecno de sus auriculares y el enjambre humano, que rellena crucigramas o se enfrasca en novelas rosas y policiacas.

La publicidad subterránea da una idea de los puntos débiles e intereses de los ciudadanos de a pie en estos días estivales. Los anuncios van desde las rebajas de una multinacional de muebles suecos hasta distintas marcas de desodorantes. La multinacional del mueble ofrece una posibilidad económica de hacerse un euroremont (una renovación del hogar al estilo europeo). El anuncio de la multinacional del desodorante, por su parte, puede ser ofensivo, pero responde a realidades cotidianas: junto a la imagen de una máscara de gas puede leerse la siguiente frase: 'Usted entra en el vagón y el resto de los pasajeros sale'. Y entre los desodorantes y los muebles se cuela la nostalgia, reflejada en la marca de cigarrillos Soiuzni (cigarrillos de la Unión), que se anuncian junto a un rostro masculino con una gorra militar, que podría ser el de un piloto o un militar, y el escudo con la hoz y el martillo de la Unión Soviética: 'El sentimiento de la patria. El auténtico cigarrillo nacional', reza el eslogan.

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Contrastes

Mientras tanto, en la superficie, los automóviles hacen cola en los atascos, aunque los coches oficiales que salen del Kremlin o de la sede del Gobierno tienen facilidades para transgredir las normas sin temor a que les multe el guardia de tráfico de turno. Los mismos mendigos que operan bajo tierra abordan a los conductores que, camino de las dachas, el gimnasio o el club de golf, se han quedado bloqueados entre la multinacional que ofrece hamburguesas por un par de dólares y el lujoso restaurante Pushkin, donde una merienda frugal puede costar varias decenas.

Los contrastes en Rusia no sólo se dan en la vida cotidiana, sino también en la política, la economía, la cultura y las costumbres. La yuxtaposición de mundos que chocan entre ellos muestra los diferentes caminos que el país tiene ante sí. Los relaciones públicas del Kremlin echan las campanas al vuelo. Putin, dicen, ha comenzado a estabilizar a Rusia, ha iniciado un proyecto modernizador, ha conjurado el peligro de desintegración del Estado, ha puesto firmes a los gobernadores provinciales y a los empresarios oligarcas y ha fortalecido la vertical del poder. Los analistas admiten que, en gran parte, todo esto puede ser verdad, pero no se dejan arrastrar por el entusiasmo.

El Club 2015, una asociación de empresarios y ejecutivos de élite, ha suministrado tres posibles guiones al debate sobre el futuro de Rusia. Partiendo de una famosa imagen de cuento ruso -la de tres caballeros medievales en un cruce de caminos-, el club, con ayuda de un centenar de personas, incluidos políticos, sociólogos y periodistas, han esbozado tres sendas. La primera, la negativa, es una desintegración del Estado peor que en Yugoslavia. La segunda supone el estancamiento en un país en el que es posible vivir, pero que no participa en la construcción de la civilización occidental, y la tercera, la optimista, presenta a Rusia como un país donde se desea vivir y donde existe un futuro mejor para las próximas generaciones.

Trabajar para que este desarrollo optimista sea posible es uno de los fines del club, que tiene medio centenar de selectos socios, unidos como mosqueteros en torno a intenciones que suenan bien: ayudarse mutuamente, defender la libertad individual, ejercer responsabilidad social, implicarse en el destino de Rusia, mantener un rigor profesional y moral en el trabajo, cumplir la palabra dada y atenerse a las reglas.

Los socios del 2015 tienen experiencias distintas a las de la primera oleada de empresarios poscomunistas, que se beneficiaron de la privatización de las grandes compañías. Son más jóvenes, son ejecutivos más que propietarios, han trabajado en empresas occidentales o en Occidente y hablan bien idiomas.

El club fue una consecuencia directa de la crisis financiera de agosto de 1998, que diezmó a los oligarcas y acabó con la ilusión del dinero fácil. Los socios del 2015 quieren vivir en su país, pero no están seguros de si eso será posible. 'En Rusia cualquier persona con energía puede realizarse hoy mejor que en Alemania, Estados Unidos o Japón', dice Serguéi Nédoroslev, presidente del grupo de compañías de aviación Kaskol. A fines de los ochenta, Nédoroslev, de 37 años, dejó su carrera científica por una firma de programación. Sus hijos adolescentes estudian ahora en un internado en Suiza, (donde él tiene negocios) y, según dice, residir en el extranjero no les impide sentirse como patriotas rusos. Sean cuales sean sus deseos respecto a Rusia, Nédoroslev, como el resto de los socios del club y los analistas occidentales, se prepara para cualquier eventualidad, que Rusia salga del bache, que se arrastre largo tiempo en el estancamiento o que se hunda en la depresión.

Ante este futuro nebuloso, los rusos buscan certezas y se refugian en los viejos símbolos, con ayuda de Vladímir Putin. La recuperación del himno nacional soviético (con letra distinta, pero del mismo autor) y de la bandera roja en las Fuerzas Armadas, así como la perpetuación del cadáver de Lenin en el mausoleo de la plaza Roja configuran una restauración más aparente que real. El 14 de julio, en la clausura del periodo de sesiones parlamentarias, los diputados de la Duma se levantaron para cantar el himno. Para sorpresa de quienes les observaban, los legisladores, en su inmensa mayoría, no se sabían la letra que ellos mismos habían aprobado pocos meses antes. Los que habían insistido en que los deportistas rusos debían tener una melodía y un texto para identificarse en las pistas internacionales movían los labios imitando el canto, o entonaban las palabras del himno soviético.

Con Putin como presidente, el Kremlin se ocupa de nuevo de su imagen, tras ocho años de sorpresas y extravagancias protagonizadas por Borís Yeltsin. Donde el comunismo tenía ideólogos y propagandistas, los actuales dirigentes tienen expertos en relaciones públicas, una materia a la que aquí se designa como píar, cuando se trata de vender el producto propio, y chernii píar (relaciones públicas negras), cuando se trata de desacreditar al adversario.

Desfase económico

Los altos precios del petróleo han beneficiado a Rusia y han ayudado a Putin, pero la economía no ha sacado todo el partido que hubiera podido a la buena coyuntura. En su estrategia de desarrollo, German Gref, el ministro de Desarrollo Económico, calculó que Rusia necesitaba un crecimiento del 8% anual para ponerse a la altura de España y Portugal en el 2010. Sin embargo, el Ejecutivo está contento ante la previsión de un crecimiento del 4% para este año. El optimismo gubernamental inspira sospechas a Otto Latsis, un respetado periodista económico. 'Si la previsión es verdad, se necesitan por lo menos cuarenta años para ponerse a la altura de la península Ibérica. Así que estamos hablando de una generación y no de una transición como las de Europa del Este', sentencia el experto. Rusia no ha restablecido aún el nivel de vida de antes de la crisis del 98. El sueldo medio es hoy de unos 115 dólares (más de 21.000 pesetas), y el nivel de vida de la población está entre un 10% y un 15% por debajo del de 1997. Latsis considera que la economía hoy en Rusia es 'inestable' y que el mercado sólo se ha introducido a medias.

En el segundo año de su mandato, el presidente Putin sigue siendo enormemente popular. En julio, un 72% de la población aprobaba su gestión, según el Centro Ruso de Estudio de la Opinión Pública (TSION). 'Son cifras comprables con las cotas máximas alcanzadas por Gorbachov en 1988 o por Yeltsin en 1991 y 1992', dice Yuri Levada, el director del TSION. Levada advierte que el apoyo es una expresión de confianza para el futuro, pero no la aprobación de una política concreta.

Un 43% de los que apoyan al presidente esperan que logrará solucionar los problemas del país. A la hora de valorar los detalles, la mayoría cree que el líder ruso no ha puesto orden en el país, no ha incrementado el bienestar de la población y tampoco ha solucionado el conflicto de Chechenia. Sí creen, en cambio, que la política internacional de Putin fortalece a Rusia en el mundo. Tal como están las cosas, nadie duda que Putin será elegido para otro mandato. Ayudado por los expertos en relaciones públicas, el Kremlin construye ahora la ficción de una sociedad estable y optimista en torno a él.

Movilización de los jóvenes

Para movilizar a los jóvenes, que en general muestran baja actividad política y electoral, se ha creado Idushche Vmeste (los que van juntos). Sus integrantes, que son varias decenas de miles, según los organizadores, predican un modo de vida sano y corean eslóganes a cambio de camisetas con el rostro de Putin, entradas de cine y un sistema jerarquizado de incentivos inspirados en las compañías de venta de productos a domicilio.

'Lo peor de Idushche Vmeste es que fomenta una mentalidad oportunista y los jóvenes no conciben meterse en política si no les dan algo inmediatamente a cambio', dice Vladímir Schmeliov, líder del movimiento juvenil Primera Generación Libre. Schmeliov constata consternado cómo los cinco años de laboriosos esfuerzos que ha dedicado a su organización no son nada comparados con el poder del dinero.

A principios de julio, los jóvenes de Idushche Vmeste se manifestaron ante la Duma a favor del nuevo código laboral, un documento de compromiso entre las normas del pasado y una política más liberal. Los jóvenes coreaban consignas con tomos del viejo código colgados del cuello, mientras una manifestación de comunistas llegados de provincias protestaba en contra de la nueva legislación. 'Fuera los vejestorios de la Duma...', exclamaba Alisa, una chica de 20 años, estudiante de Psicología Práctica, que se agitaba como si estuviera en una discoteca. Cuando le recordé que 'esos vejestorios han sido elegidos democráticamente...', la joven se calló.

Detrás de Idushche Vmeste está Vasili Yakimenko, un empresario de la industria cárnica que trabajó en la administración presidencial. La desangelada sede de la organización, adonde Yakimenko se desplaza en Mercedes, recuerda las oficinas de las pirámides especulativas que se desmoronaron en 1994. El producto intelectual de más envergadura que alcancé a percibir en el local fue un libro de aforismos.

'Periodistas modernos'

Para contrarrestar a los profesionales contestatarios de la Unión de Periodistas, que se solidarizaron con los colegas del grupo Most cuando se hundió el imperio de medios de comunicación de Vladímir Gusinski, han surgido los periodistas modernos de Mediasoyuz. Los líderes de esta nueva entidad no hablan de la libertad de información ni de la guerra de Chechenia ni de los abusos de los poderosos. Los periodistas modernos no se plantean acabar con el imperio monopolista de la publicidad televisiva, ejercido por la empresa Video International, cuyo antiguo dirigente, Mijaíl Lesin, es hoy ministro de Prensa. En cambio, están dispuestos a conectar a los colegas de provincias a las redes de Internet, que se nutren directamente de la propaganda del Kremlin.

Ahora que los oligarcas, Vladímir Gusinski y Borís Berezovski, han sido apartados de la escena, Putin se reúne con empresarios dóciles que no le critican y que se abstienen de participar abiertamente en política. En el nuevo pacto entre la política y los negocios, la política está por encima del dinero, lo cual restablece viejos equilibrios y supone un cambio sustancial con relación a la época en que los oligarcas dictaban su voluntad al presidente. El Kremlin deja que los grandes empresarios hagan sus negocios, pero les obliga a financiar proyectos de la Administración. Los mecanismos de esta complicidad son complejos y no se airean en público, pero existen y son sistemáticos. Y nadie se salva, porque en Rusia la complicidad con el poder, y no el respeto a la ley, es el factor básico de la prosperidad.

Empresarios leales

Debatir sobre la responsabilidad social del empresario ruso está hoy de moda. Mijaíl Jodarkóvski, el presidente del gigantesco consorcio petrolero Iukos, afirmaba hace poco en un seminario de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú que su compañía gasta un 5% de los beneficios en proyectos sociales. Jodarkóvski admitía que el grado de responsabilidad social, en su caso, depende de los precios del petróleo.

Quienes se han beneficiado de la privatización de la riqueza rusa están obligados a suplir las deficiencias del Estado y también a neutralizar la animadversión de los rusos por la forma en que se realizó la privatización. Jodarkóvski se quejaba de la mentalidad de sus conciudadanos y ponía el ejemplo de un pueblo del lejano Oriente al que su empresa tuvo que auxiliar para que no se congelara. Los habitantes del pueblo no ayudaron a los empleados de Iukos a almacenar el combustible que les llevaron, sino que se lo robaron, afirmaba Jodorkóvski, que contrata a sus ejecutivos en el extranjero, y que dice pagarles sueldos de 500.000 dólares anuales. 'Me sale más barato que contratarlos aquí', afirmaba este hombre de 38 años, que comenzó su carrera en las juventudes comunistas soviéticas a finales de los ochenta.

Más que luchar por un sistema legal de igualdad de oportunidades, los grandes empresarios rusos siguen tratando de situarse cerca del poder y participar de sus prebendas, aunque ahora lo hagan algo intimidados por el destino de Gusinski.

Kaja Bendukidze, el presidente de la fábrica de construcción de maquinaria Uralmash, de Yekaterinburg, no quiere ir a los tribunales a causa de una estructura de tarifas eléctricas que prima a unos propietarios y castiga a otros. Antes, Bendukidze prefiere negociar con las autoridades locales para incorporarse al círculo de los privilegiados.

Los elementos con las que se construye la sociedad de Vladímir Putin, sean jóvenes, periodistas de nuevo cuño o empresarios leales, tienen algo en común: son cómodos para el poder. A cambio de su complicidad, todos ellos esperan favores, directos o indirectos, del Kremlin, es decir, no se orientan hacia la creación de condiciones transparentes válidas para todos, sino hacia la kormushka, una palabra rusa que significa pesebre y sirve para designar una fuente de privilegios o favores.

Jóvenes rusos queman un billete de dólar durante la conmemoración, en San Petesburgo, de la Revolución de Octubre.
Jóvenes rusos queman un billete de dólar durante la conmemoración, en San Petesburgo, de la Revolución de Octubre.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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