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Reportaje:

Alaska, en peligro

El petróleo amenaza el entorno de los indios gwitch'in, así como de bueyes almizcleros, osos y caribús en su refugio ártico

George W. Bush ha sacado el petrolero que todo tejano lleva dentro y se ha lanzado a la conquista de Alaska. Más concretamente, a por el petróleo del Refugio Nacional Ártico de la Vida Salvaje (ANWR, en sus siglas inglesas), una reserva natural de 87.000 kilómetros cuadrados, la extensión de Andalucía, con una riqueza natural única.

Allí, en una planicie costera (conocida como Área 1.002 por el epígrafe que la nombraba en una ley de 1980) de entre 20 y 60 kilómetros de ancho y 200 de largo, encerrada entre montañas y el Ártico, el Gobierno estadounidense espera encontrar entre 4.000 y 11.000 millones de barriles de petróleo. Un estudio elaborado en 1998 por el Servicio Geológico Americano asegura que existe un 95% de posibilidades de que se puedan extraer de forma rentable 2.000 millones de barriles como mínimo.

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'La joya de la corona' El único problema es que esa zona es 'la joya de la corona de la naturaleza americana', como la definió el anterior presidente de la Agencia Americana de Vida Salvaje. El número y la variedad de animales que allí conviven es impresionante: bueyes almizcleros (una especie de gran bisonte lanudo), osos pardos, lobos y zorros árticos, alces, glotones (una comadreja muy feroz), miles de gansos de nieve que a finales de agosto recalan en la zona, y caribús, muchos caribús. La mayor manada del mundo de estos últimos, compuesta por unos 130.000 ejemplares, llega cada verano recorriendo más de 700 kilómetros desde Canadá para criar y pastar. En invierno sólo quedan las focas, las morsas, las ballenas y las osas polares, que acuden a hibernar en los bloques de hielo de la zona, donde alumbran.

Los grupos de presión petroleros y los republicanos defienden sin complejos la prospección petrolífera. '¿Naturaleza? Ya hay bastante en Alaska. Los alasqueños no necesitan más', dice una revista del grupo Poder Ártico, uno de los más activos en favor de la perforación. Calculan que la apertura de la zona al petróleo crearía 736.000 puestos de trabajo y aseguran que las nuevas técnicas de perforación y prospección (técnicas avanzadas de detección, extracción de bolsas alejadas por varios kilómetros desde una misma plataforma y reinyección de los residuos al subsuelo), causan poco impacto ecológico. La huella del complejo, su extensión, sería similar a la de un aeropuerto internacional.

La visión de los ecologistas es bien distinta y no sólo critican el aspecto ambiental del asunto, sino que han entrado en el económico. Según sus estudios, no es una gran bolsa de petróleo la que se esconde bajo el área a horadar, sino muchas pequeñas. El problema radicaría no sólo en las plataformas y los posibles vertidos, sino en las carreteras y camiones, tuberías e instalaciones adyacentes.

Aluden además a un informe del Departamento de Interior elaborado en 1987 cuando Reagan (sí, él también lo intentó) recomendó el arrendamiento de las tierras a las petroleras. El informe, favorable a la explotación, reconoce, sin embargo, que ésta desplazaría a caribús de su zona de cría. Así ocurrió cuando en 1968 se abrió la plataforma de la bahía de Prudhoe, a 100 kilómetros al oeste del Área 1.002.

Abandonar sus crías Los osos polares, especialmente sensibles a la actividad humana, podrían abandonar a sus crías, lo que dispararía la mortalidad y los acostumbraría a los humanos haciéndolos más peligrosos. Con todo, los más afectados serían los peludos bueyes almizcleros, que desaparecieron del ANWR hace cien años y fueron reintroducidos con éxito hace 25. Son los que viven allí todo el año y verían muy reducido su hábitat.

Los republicanos insisten en que prefieren perforar Alaska a comprar petróleo a los iraquís, escudándose en los apagones de California para reforzar la independencia energética americana y reducir el precio de la gasolina. Sin embargo, el petróleo no se podría obtener antes de diez años. Con el ritmo actual de crecimiento y si se cumplieran las previsiones más optimistas, sólo se reduciría un 9% la actual dependencia de la importación de crudo.

La batalla por la opinión pública continuará hasta el próximo asalto en el Senado, de mayoría demócrata y teóricamente contraria a la perforación. Canadá, los ecologistas, los 500 científicos que le enviaron a Bush una carta en marzo en este sentido, los ex presidentes Clinton y Carter seguirán pidiendo que se respete. Mientras, los indios gwitch'in, unos 7.000 que viven en la zona y que utilizan la carne, las pieles y los cuernos de los caribús, esperan que el ANWR siga siendo refugio.

Un oso polar en la bahía de Prudohe (Alaska), a 100 kilómetros del Refugio Nacional Ártico.
Un oso polar en la bahía de Prudohe (Alaska), a 100 kilómetros del Refugio Nacional Ártico.AP

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