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Columna
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MARQUÉS DE GRIÑÓN

Elvira Lindo

Mi padre toca el cláxon desde el otro lado de la verja. Me asomo. Grita: '¿que si has comprado vino?'. Le digo que sí y sólo entonces pasa. Él no se digna a entrar en una casa donde no hay vino. No nos ha visto hace un mes, pero todavía se acuerda de que la última vez nos quedamos escasos con el vino. Con mi padre puedes perder hasta diez puntos por algo así. Lo considera una falta grave. Para ir recuperando su cariño le pongo encima de la mesa un Marqués de Griñón con el precio visible. Con mi padre es tan fácil perder puntos como ganarlos: cuanto más te hayas gastado en la botella, más puntos ganas. '2.500 pelas...', murmura mirando la botella con una sonrisa. Mi santo y yo nos miramos: acabamos de ganar cinco puntos. Me oye toser y saca de la mariconera un bote de Bisolvón: 'Échate un trago, ya verás cómo esto te entona'. Le voy a decir que yo tengo mi propio jarabe, pero sé que si le rechazas su Bisolvón puedes perder hasta cincuenta puntos. 'Ese trago que te estás bebiendo, hija mía, lo estoy pagando de mi bolsillo, la Seguridad Social no me cubre el Bisolvón'. Mi padre compra bisolvones como otra gente compra cajas de Mahou. También los mete en la nevera, dice, que en verano se agradece. Luego saca una caja de pastillas y me la da: 'Toma una cada dos horas, que te calma, yo chupo una cada diez cigarrillos'. Pero, papá, si son contra el infarto. 'Ay, es verdad -dice, y me las quita-, las confundo siempre con las de mentolín'.

Me las receta el médico del ambulatorio -nos cuenta-, yo me hago mi lista completa de lo que quiero, como si fuera al Pryca: valium, pastillas para los bronquios -para reforzar el Bisolvón porque el Bisolvón desde que le quitaron la codeína ha perdido mucho-, unas pomadas que me gusta tener por si me salen forúnculos. Que de pronto te sale un forúnculo, pues no tienes por qué ir corriendo al ambulatorio. Yo le voy dictando al médico, que es un chiquito joven pero competente, y el tío, pim pam, me hace las recetas y adiós adiós. No soy de esos pesados que quieren pasar la mañana con el médico. Yo voy sabiendo lo que quiero, y el tío sabe que yo sé y me respeta, no que ahora, en verano, es una vergüenza: hay una suplenta -se ve que como es mujer quiere imponerse-, y ayer voy a dictarle mi lista y la tía que dice que eso no es así, que si me receta es porque primero me ha visto en la camilla. Y a mí esta tía no me ve en la camilla (se ríe). Sólo faltaba. Y yo le he dicho, pues no va a durar mucho usted aquí porque con el paciente hay que tener psicología. Mejor estaría usted en la privada. También le he dicho, ¿ha visto usted cómo ha denunciado EL PAÍS que ahora en verano la Seguridad Social cierra habitaciones? Y me dice la tía que qué le quiero decir. Y le digo, pues que ojo, que yo en EL PAÍS tengo a mi hija...

-Pero, papá, ¿eso le has dicho?

-¡Esas cosas hay que decirlas! En el hotel de Torremolinos me querían cobrar el zumo en la habitación más caro que en el bufé, y fue decirles lo de EL PAÍS y mano de santo.

-Pero, papá...

-Ni papá ni papó, ¿tú de parte de quién estás, de la mamarracha esa o de tu padre?

'De mi padre', respondo. Sí, ya sé que es caer bajo pero es que no me gusta perder puntos. Que los puntos que yo pierdo se los ganan mis hermanos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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