El incendio en el Prepirineo aragonés sigue activo y ha arrasado ya 4.300 hectáreas
Los vecinos de Riglos regresan a sus casas después de dos noches de angustia
La chispa de un rayo de una tormenta seca prendió ayudada por el viento y el calor y extendió el fuego hacia la zona del pantano de La Peña, entrando en los abruptos desfiladeros de la Foz de Escaletes y dispersándolo hacia Loarre y Ayerbe, donde se centraban ayer los trabajos de contención.
Más de 4.000 hectáreas de monte bajo y pino silvestre desparecieron en el incendio más grave ocurrido este verano. Un incendio sin víctimas, pero que ha mudado durante años el paisaje de una zona de gran atractivo turístico para los deportistas de montaña, cazadores y los amantes del senderismo como son los mallos de Riglos.
Los habitantes de Linás, Riglos y Sarsamarcuello fueron desalojados de sus casas en la madrugada del miércoles. Ayerbe, la localidad donde vivió y se conserva la casa de Ramón y Cajal, fue el lugar de acogida de los vecinos y veraneantes que tuvieron que dormir en un habilitado polideportivo hasta que hubo seguridad de que podían regresar. Nadie creyó al principio que la tormenta y el rayo que cayó en los montes de Linás cobrase semejante virulencia. El jueves por la mañana, el fuego dejó Riglos y se acercó desde la madrugada a Loarre y el propio Ayerbe.
Su alcalde, José Antonio Sarasa, se afanaba en atender a los alojados y en dirigir las tareas de arado de los alrededores, donde los tractores trazaban cortafuegos para salvar los pueblos. 'El monte no se cuida y hay que hacerlo', aseguraba Sarasa ayer por la tarde. Su pueblo, que había acogido a los desplazados, vio llegar las llamas a 500 metros. Ahora Ayerbe, una localidad de 1.100 habitantes ha perdido su patrimonio más preciado: sus setas. 'Teníamos hasta 200 especies y nos hemos quedado sin nada'
El fuego cortó carreteras, saltó la vía férrea, arrasó un apeadero en Riglos, la ermita está calcinada y todos creen que los buitres -unas doscientas parejas- que anidaban entre los mallos han perecido asfixiadas. 'El milagro es que no haya habido daños personales ni entre los vecinos, ni entre los que apagaban el fuego', insistía el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, que llamaba la atención sobre lo ocurrido. 'Los campos ya no se cultivan y el fuego llega a los pueblos. El monte no se cuida y es una tea'.
En eso inistían también los alcaldes, en la necesidad de ayudas para limpiar un espacio donde ya no pasta el ganado y el presupuesto municipal no llega. El 70% de lo arrasado es monte público. Hay daños en fincas y propiedades. Ramón Buil, un guarda forestal retirado de Loarre, se lamentaba de la pérdida de su finca mientras otros no podían hablar al ver lo ocurrido en su paisaje. Cinco o seis años tardará en recuperarse lo arrasado. El consejero de Medio Ambiente, Victor Longás, confiaba en tener totalmente controlada la situación ayer y cifraba 'en dos años el tiempo para comenzar a recuperar la zona quemada de pino silvestre'. Y prometía más esfuerzos para prevenir situaciones como esta.
En la extinción del fuego trabajan 10 cuadrillas forestales, tres hidroaviones, dos avionetas de carga en tierra, dos helicópteros con base en Boltaña y Ejea, un avión de reconocimiento procedente de Madrid, tres brigadas de Intervención Rápida de Daroca (Zaragoza), León, La Rioja y efectivos de Navarra junto a bomberos de parques de todo Aragón.
Incluso el Gobierno de Aragón mantuvo contactos con la Generalitat catalana por si era necesaria su ayuda. Y es que todos los esfuerzos eran necesarios. Primero el viento del sur empujó el fuego hacía la zona del pantano de La Peña, pero el jueves por la tarde el cierzo cambió su curso y activó el foco que se dirigía hacia Loarre, una hermosa villa de 400 vecinos con un emblemático castillo que se construyó entre los siglos XI y XIII.
Y el fuego seguía dirigiendo las llamas en un sentido u otro. Por capricho. Sobre las cinco de la tarde de ayer la alarma saltó en Linás de nuevo. Los efectivos concentraban allí sus esfuerzos. En la zona de La Peña había tranquilidad, el pantano servía de barrera y el rescoldo no se había avivado. También respiraban en Loarre, donde se quemaron algunas fincas de almendro y melocotón. Pero nadie bajaba la guardia, porque el cierzo seguía soplando.
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