Un cambio de mucho peso
Los lanzadores Manolo Martínez y Mario Pestano transforman las perspectivas del atletismo español
El atletismo español continúa su novedoso tránsito hacia lo desconocido. La irrupción del saltador de longitud Yago Lamela cambió hace dos años la mirada sobre un deporte que era patrimonio de los fondistas o los mediofondistas. Ahora, en los Campeonatos del Mundo de Edmonton (Canadá), la revolución es absoluta. Los lanzamientos serán probablemente el principal foco de atención del equipo, lo que supone un cambio histórico en la cultura del deporte español, lleno de prejuicios hasta ahora con respecto a especialidades que parecían imposibles. Manolo Martínez, de 26 años, que acude como un evidente candidato a una medalla en el lanzamiento de peso, y Mario Pestano, un canario de 23 que se ha colocado en los primeros puestos del ránking de disco, son algo más que excelentes atletas. Son los hombres que representan a un país que se ha transformado en los últimos años. En un país cuya talla media ha crecido seis centímetros desde los 70 y que ha abierto el abanico del deporte como pocos otros, Martínez y Pestano vienen a confirmar el cambio.
Hasta los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, en los que Martínez alcanzó el sexto puesto, los lanzadores no existían a los ojos del aficionado medio. Se les veía como el lastre que históricamente arrastraba el atletismo español, lo que los volvía no sólo inexistentes, sino responsables de un déficit dañino en las grandes competiciones. Arrinconados y despreciados, nadie podía pensar en el papel capital que ahora juegan en el concierto mundial. Es cierto que Martínez y Pestano tienen mucho de pioneros y que su emergencia recuerda a las de Santana, Nieto, Ballesteros o Jesús Carballo, gente decisiva en la historia del deporte español. Todos ellos tuvieron que luchar frente a condiciones penosas para establecerse en la cima y servir como ejemplo a las nuevas generaciones. Algo parecido ocurre con Martínez y Pestano, principio y fin de los lanzamientos en España. De su éxito y popularidad dependerá el fenómeno de imitación que tanto, y con tan buenos resultados, se prodiga en España.
Ellos son conscientes de la transformación que representan, pero consideran que todavía hay demasiadas reticencias. Aunque Martínez, tercero del mundo este año con un tiro de 21,29 metros, es una pequeña celebridad, no recibe la atención de los mediofondistas o los maratonianos. Ni tan siquiera se acerca al efecto que produjo la explosión de Lamela en 1999. Y, de alguna manera, son casos parecidos: atletas apenas conocidos que se convierten en el eje de las expectativas del atletismo español. 'En la transmisión por televisión de los pasados Campeonatos de España apenas se ofrecieron imágenes de los lanzadores. Somos una nota al margen', dicen Martínez y Pestano.
Ambos se entrenan en León, en la pequeña y excelente comunidad de lanzadores que ha creado Carlos Burón, un antiguo lanzador de disco que no se resignó a la mediocridad. Después de terminar su carrera deportiva, se convirtió en un estudioso de unas disciplinas asociadas con el Este de Europa, Alemania, los países escandinavos y Estados Unidos. 'Cogí el manual de Berenguer [un antiguo técnico de la Federación Española] y me lo empollé de arriba abajo, todos los días', comenta Burón. Siguiendo la tradional ruta española de los pioneros, tuvo que desarrollar una fe ilimitada frente a todos los obstáculos que encontró. No había tradición, ni facilidades para trabajar, ni lanzadores.
Todo cambió con Martínez. Segundo en los Mundiales júniors de 1992, comenzó una progresión que le permitió ascender en la escala jerárquica de los lanzadores europeos. Su fiabilidad se concretó en los Juegos de Sydney, en los que fue el sexto y batió el récord de España con 20,55 metros. Un año después ha rebasado la barrera de los 21, frontera que le declara como uno de los mejores del mundo.
Han pasado nueve años desde que se tuvieron las primeras noticias de un atleta que cuenta con el máximo respeto del equipo español. Hombre tranquilo, con un finísimo sentido del humor, devoto del cineasta Pedro Almodóvar, su ascendencia sobre el resto de los atletas resulta evidente. No sólo es uno de los mejores del equipo español, sino que se le ve como un ejemplo.
Ahora no está solo. Pestano abandonó hace tres años Tenerife para instalarse en León y ampliar el prestigio de la escuela de Burón. Con 23 años, casi un juvenil para una especialidad dominada por gente mayor de 30 años, acaba de lanzar 67,92 metros, marca que le coloca al acecho de los grandes del disco: el lituano Alekna, el alemán Riedel y el estadounidense Setiff.
Ninguno de los dos parece especialmente impresionado por la responsabilidad que han adquirido. Han vivido tanto tiempo en la orilla del atletismo que no tienen deudas con nada ni con nadie. En los Mundiales cumplirán con su trabajo. Si logran las marcas de los dos últimos meses, estarán muy cerca de las medallas. Y entonces no tendrán más remedio que aceptar su nuevo estado: dos lanzadores que obtendrán la fama que hasta ahora sólo parecía reservada a las estrellas de la pista.
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