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Reportaje:AMPOSTA | VIAJE POR EL EBRO (1)

RÍO ARRIBA

El autor comienza a recorrer el Ebro, el curso de agua más largo de España, en sentido inverso, desde su desembocadura en Amposta hasta su nacimiento en Cantabria.

E l viajero narrará río arriba su viaje. No hay que descartar que la elección se deba a su temperamento. Pero hay otras razones. Una noche le hicieron ver que el nombre del río era un palíndromo (o un anacíclico, si se quiere ser puntilloso): una de esas palabras, como Roma, que tienen sentido con independencia del lado por donde comiencen a leerse, y aún más, cuyos dos sentidos dialogan con sentido. De modo que pensó que tal vez sería interesante aplicarle al río el rasgo de su nombre y que si el Ebro nacía peñas arriba, tal vez el Orbe pudiera hacerlo en el Mediterráneo. El viajero, formado en la ley del periodismo, sabía, además, que las noticias empiezan a explicarse por su presunto desenlace. Ya fuerte en sus razones retóricas y en uno de esos momentos vagos del viaje, entre una habitación y otra, recordó las incertidumbres y aun las lipotimias metafísicas que otros como él habían sufrido en la búsqueda iniciática de las fuentes de los ríos, dada la dificultad de establecer dónde se producía el brote exacto primigenio; y que esas incertidumbres, por supuesto, también le afectarían: así, y tal vez confundiendo la impasibilidad con la clarividencia, concluyó que él no iba a padecerlas y que la narración de su viaje terminaría cuando el río, ya convertido en un hilillo sin aliento, desapareciese debajo de una piedra, como cualquier otra vida.

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Por tanto, el viajero cruza el Ebro por el puente de Amposta. El sol está en lo alto. El agua, translúcida, tiene un color azul esmeralda, iluminado, vivísimo. Así debe verse, aunque ahora el viajero esté realmente en su ciudad, escribiendo en la mesa de todos los días, con las ventanas abiertas, y haya vuelto ya del viaje y sepa sobre el río mucho más que el hombre que cruza el puente. Otra mañana, pero de los años cincuenta, Josep Pla se había parado allí mismo. El río que veía era del color del escabeche; bajaba cargado, sólido. Hasta el delta llegaba un aluvión de sedimentos: las riadas se sucedían ateniéndose a los ciclos naturales, el desarrollo español incluía la desforestación de miles de hectáreas de bosque y los pantanos de la zona de Mequinenza aún no se habían construido. El resultado de estas tres circunstancias era fango. Aludes de fango fértil. El delta crecía cada año. Por entonces llegaban al Mediterráneo, fácilmente, los 13.000 hectómetros cúbicos anuales de agua que algunos biólogos consideran imprescindibles para garantizar la supervivencia del ecosistema del delta.

'El Ebro llega lento, pesado, cargado de vida', escribía Pla. Hoy va rápido y leve como el azogue. Desde la construcción en los sesenta de los pantanos de Mequinenza, el delta entró en regresión. El fango se quedó a medio camino, varado en los fondos cementeros. Al principio, el impacto fue fortísimo. Ahora, la superficie total está más estabilizada, aunque un leve ritmo de disminución se mantiene por la inexorable física de compactación de los suelos que el antiguo aporte de sedimentos ya no puede equilibrar.

Los planes hidrológicos del Gobierno prevén que el delta disponga cada año de mil hectómetros cúbicos menos de agua. La cuña salina, es decir, la penetración del mar en el eje, se intensificará: durará más días de cada año hidrológico y tal vez avance territorialmente, más allá de la isla de Gràcia. No es probable que el trasvase afecte a los cultivos ni que incida sobre el tamaño del delta, afectado ya por otras causas; pero mil hectómetros cúbicos menos de agua dulce no favorecerán la supervivencia de un ecosistema muy frágil. Pla veía el río pletórico de vida, rebosante, y clamaba para que pudiera calmar la histórica sed mediterránea: 'Sobre el puente de Amposta me he preguntado muchas veces: ¿por qué una parte de esta agua que de aquí a un momento se perderá en el mar no se proyecta sobre las tierras de Castellón de la Plana? ¿Por qué otra parte de esta agua no se decanta sobre las tierras de Tarragona y sobre Barcelona, que tiene un agua infecta? ¿Por qué el Ebro se ha de diluir, estúpidamente, inútilmente, en el mar?'. El río lento, cargado de vida y su disolución estúpida eran lo mismo: la condición del delta, de esa cadena de hombres, peces, aves y hierbas engarzados en una vida emotiva y amenazada.

Por los caminos, en determinados cruces, el viajero observa que algunos coches hacen sonar la bocina a su paso. Comprueba las luces y las puertas del suyo y todo parece en orden. Ante los bocinazos siguientes piensa en algún enigmático incidente del camino, o en alguna costumbre del lugar. Por un instante cree incluso que lo conocen y que festejan su paso. El último bocinazo es el de una mujer joven, que lo adelanta muy secamente y le escupe con la mirada. El viajero es un sujeto frágil, casi tanto como el paisaje, y está a punto de caer en la depresión y, con ella, en alguna acequia del camino. A un milímetro de lo irreparable, sin embargo, y aún obstinado en los motivos puramente mecánicos, recuerda que no conduce su propio coche, y recuerda, sobre todo, que este coche alquilado lleva matrícula de Madrid. Lo comprende todo y ahora frenaría. Ahora frenaría y bajaría del coche con los brazos abiertos, y empezaría a gritar cualquier cosa para desmentirles, algo duro e inequívoco, 'Vaixell!' o 'Tanmateix!' o hasta '¡Redós!', gritaría, palabras todas que distinguen al catalán de nuestro tiempo. Pero sólo grita '¡Germans!' a través de la ventanilla en marcha. Tiene prisa: lo esperan a cenar bajo una pérgola de tamarindos. La promesa es que podrá saber cómo nace una nación.

El Ebro, a su paso por el puente de Amposta, considerado como la puerta del delta del río, a 86 kilómetros de Tarragona.
El Ebro, a su paso por el puente de Amposta, considerado como la puerta del delta del río, a 86 kilómetros de Tarragona.JESÚS CISCAR

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