La madrastra y el adolescente
Pocas veces como ahora, también los políticos llegan resoplando al mutis vacacional. Pidiendo respiro y tiempo. El primer curso de la legislatura en que José María Aznar estrenó mayoría absoluta ha resultado tan pródigo en política que parecía ser el último. Y prefigura una rentrée quizá más densa, decisiva para augurar si en el próximo periodo el Partido Popular seguirá siendo el más votado, mientras su liderazgo resulta el menos querido.
Mucho dependerá de si la ciudadanía considera que el aznarismo ha hecho un uso moderado, centrista y dialogante -o bien sectario y autoritario- de su mayoría.
El curso que ahora se cierra ha ofrecido síntomas de ambas tendencias contradictorias. En un platillo de la balanza pesa la realidad de que ninguna de las leyes aprobadas en las Cortes lo han sido en solitario por el PP.
En este curso, y con maneras de adolescente tímido, el nuevo líder del PSOE ha estrenado un estilo de leal oposición, inédito en España
Pero si esa estrategia parlamentaria popular transmitió innegable voluntad consensual, ésta parecía trocarse en pura cosmética ante las reacciones del Ejecutivo frente a casos concretos en que se veía puesto en entredicho por otros poderes del Estado. Así, el intento de domeñar al Tribunal Supremo en el caso del ex juez condenado por prevaricación, Javier Gómez de Liaño, o la extrema gubernamentalización del ministerio fiscal para proteger al ministro de Exteriores, Josep Piqué, en el caso Ercros, convertían el uso prudente de la mayoría parlamentaria en innegable abuso del poder del Gobierno.
El balance también resulta contradictorio si nos atenemos a los tres grandes asuntos del curso que más afectan a la cohesión, a largo plazo, de esa comunidad llamada España. Tanto en el Plan Hidrológico Nacional (PHN) como en la política vasca, el Gobierno se reveló enfermo del síndrome del rodillo, como si las conciencias pudiesen gobernarse por decreto. Con los resultados consabidos, el fiasco en las elecciones autonómicas vascas y la profunda oposición social, muy apegada al territorio, al PHN, que hará inaplicables muchas de sus disposiciones. Sólo en la búsqueda de un acuerdo para el nuevo esquema de financiación autonómica, el Gobierno apuntó maneras de querer gobernar para todos y no sólo para los clientes y según los prejuicios propios. Obtuvo en ello una buena cosecha.
Más allá de estos asuntos esenciales, se ha discutido casi hasta la saciedad sobre si la firma de algunos grandes pactos 'de Estado' entre el PP y el PSOE -contra el terrorismo y por la reforma de la Justicia- ha beneficiado en mayor medida al Gobierno o al primer partido de la oposición. En teoría, y aunque en ambos casos la iniciativa ha corrido a cargo del estrenado líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, ambos deberían haber sacado dividendos políticos.
El PP, en forma de demostración plástica y audiovisual de que justamente ha elegido gobernar en consenso en vez de mandar mediante diktats. El PSOE, al acreditar que su labor opositora no queda en mera resistencia testimonial, sino que sirve para entronizar medidas que moderen lo que considera excesos de su rival.
Y si lógicamente los beneficios debieran ser mutuos y de similar grosor, todo indica que han recalado más en las faltriqueras opositoras. Se sabía ya que Aznar era capaz de ganar al mismo tiempo más votos y menos cariño que todos sus sucesivos contrincantes. El resultante complejo de madrastra ante el espejo multiplica y retroalimenta la natural aspereza de sus reacciones, sí, pero hasta ahora no había cristalizado en un resultado político tangible.
Ocurrió en el último debate sobre el estado de la nación, un formato parlamentario que privilegia a quien ocupa el poder, más aún si lo ocupa absolutamente. Analistas y ciudadanos encuestados concluyeron que Aznar ganó técnicamente el pulso por puntos, pero también que Zapatero gustó más y, por tanto, venció políticamente. ¿Cómo explicarán este extraño fenómeno los apologetas del político vallisoletano, a quien reputaron de ungido por una baraka sobrenatural?
En este curso y con maneras de adolescente tímido, el nuevo líder del PSOE ha estrenado un estilo de leal oposición, inédito en España, que le ha permitido sortear tiburoneos de distintas especies, interesados abrazos del oso y tragicómicas cacofonías de su propio partido. Ha existido, y eso constituye casi un milagro, pero sólo con existir no se gana. A otros les costó más sacar la cabeza. La desconfianza mutua y un sutil navajeo de salón se instalaban en la coalición nacionalista Convergència i Unió, a la espera del reparto de lo que quede de la herencia del patriarca Jordi Pujol, quien anunció su prejubilación. Y el morigerado Juan José Ibarretxe se consolidaba en el PNV a costa, lenta pero cierta, de las maneras trabucaires de Xabier Arzalluz.
Pues bien, estos pilotos, sus adláteres y otros personajes protagonizarán una rentrée densa en el ámbito autonómico: de las elecciones gallegas en octubre -¿resistirá Fraga?- a la anunciada y polémica moción de censura de Pasqual Maragall contra Pujol, pasando por el aún desgarrado, más calmo. pero más confuso, tablero vasco.
Quedan muchas asignaturas pendientes, entre ellas:
El consenso
para el relevo de cesantes en el Constitucional, el poder judicial y otras instituciones, que volverá a ser un intercambio de cartas según cuotas partidistas y descartes de sobrantes, en vez de la búsqueda de intachables.
La reorientación
de la radiotelevisión pública, en medio de una polémica que divide a las filas del poder entre partidarios del statu quo y los de la hipercomercialización, y que amalgama a poder y oposición en la tradicional óptica instrumentalista.
El difícil trámite
parlamentario de la nueva ley universitaria y otras reformas educativas, en este país desgraciado en que cada ministro del ramo redacta una nueva ley, en vez de realizar pequeños cambios eficaces.
El combate
contra una inflación que sigue distanciándose de la de la zona euro y la toma de nuevas medidas liberalizadoras que aumenten para ello la competencia: ¿cuáles?
La coordinación
entre los ministerios de Sanidad y de Agricultura en los imprevistos que sin duda llegarán. Y sobre todo:
La preparación
de la presidencia semestral de la Unión Europea, con un ministerio capitidisminuido, sin una visión sobre la Europa que quieren los españoles, y con un enfoque puramente policial frente a los antiglobalizadores.
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