Orejas, puertas grandes y la Biblia
Hubo seis orejas, tres puertas grandes, la Biblia en pasta... La fiesta tomaba los derroteros que quieren institucionalizar los tarurinos: pase lo que pase, triunfalismo total.
Lo que pasaba tampoco se crea que era como para tirar cohetes. Los toreros estaban bien, más que nada voluntariosos; los toros mal (quiere decirse de salud), si bien sacaban la suficiente bondad para que los voluntariosos toreros les pegaran pases.
Pases hermosos, no se crea que llegaron a darlos; pases de esos que levantan del asiento a la afición, pues no; pases dotados de arte o -en su defecto- de ese aroma que derrama la torería, pues tampoco.
Pases, muchos pases... Pases con la mano derecha principalmente, que llaman derechazos y constituyen la esencia de la neotauromaquia, andante, apabullante y abracadabrante.
Los toros, pertenecientes a la acreditada ganadería de Celestino Cuadri, tomaban esos pases y más que hubiera, sin ningún problema. Cierto que algunos parecían renuentes, tardaban en reaccionar cuando los diestros les presentaban el engaño, al embestir iban despacito... Mas no se crea que era por falta de voluntad sino por penosa fatiga corporal.
Por ellos -los cuadri- habrían estado embistiendo sometidos y humillados cuantas veces lo hubiesen requerido sus respectivos lidiadores. Esta ganadería, que fue orgullo de la raza brava, hierro de referencia de la más acendrada afición, ha experimentado una evolución espectacular que tiene un poco desconcertadas a las acendradas aficiones y hasta a la cabaña de bravo.
De toro poderoso y duro de pezuña, serio y bravo, ha pasado a ser toro feble, desfallecido y bondadoso. No podría argüirse que esto es fruto de una misteriosa mutación genética (aunque tampoco se va a descartar, ni mucho menos), sino quizá del síndrome habitual en muchos de los criadores de toros poderosos, duros de pezuña, serios y bravos: que lo que de verdad quieren no es que los aplauda la afición acendrada ni que se enorgullezca de ellos la cabaña brava sino que los quieran las figuras y los exijan Ponce y El Juli, pongamos por caso.
Lo de Valencia supuso un gran logro, y había que ver a los taurinos cómo exteriorizaban por el callejón su felicidad, cómo abrazaban y felicitaban al mayoral, representante del género bovino que había contribuido a la concesión de la media docena de orejas y, ganado el premio de la triunfal vuelta al ruedo del toro que cerró plaza.
El presidente estaba que lo tiraba. El presidente parecía puesto allí por ese contubernio de taurinos que se está gestando. Pronto llegará la autogestión que prepara el contubernio. Los del PP (que gobiernan ahora) son de la misma cuerda y harán lo que les manden. Éstas serán las bases del nuevo orden: el régimen interior (y el exterior) de la fiesta, establecido por ellos; el reglamento -si lo hay-, redactado por ellos; los veterinarios, designados por ellos; los presidentes, nombrados por ellos.
El presidente de Valencia ya ha hecho méritos suficientes para ser de los primeros. Y los veterinarios de Valencia que han aprobado las corridas anovilladas, desmedradas, desmochadas, que han estado saliendo en la feria, también.
Lo bueno de la tarde de los cuadris fue que no toreaban figuras y los espadas, más o menos modestos, pudieron aprovechar su bondad y su insustancialidad. Raúl Blázquez, por ejemplo, que es torero de vocación con excelentes condiciones para el oficio, que ha carecido de apoyos, echó el resto, presentó la muleta con la izquierda más que nadie, se fajó en los derechazos, hizo alarde de valentía y derroche de pundonor.
Alberto Ramírez, acaso porque intentaba una interpretación más fina de las suertes (por tanto más complicada) lució menos con ocasión de los derechazos a su primer toro; en tanto se los hilvanó con decisión y gusto y añadió la versión no tan selecta del circular al cuadri quinto, que sacó una boyantía excepcional.
Y Rafael de Julia, reciente triunfador de la Feria de San Isidro, mostró el buen momento en que se encuentra; suyos fueron los derechazos mejor ligados de la tarde, el apunte del natural tampoco desmereció del resto, y suya fue asimismo la contundente estocada al sexto toro, que sirvió al presidente para concederle los máximos trofeos, al toro el máximo premio, tirar la casa por la ventana y convertir la plaza de Valencia en un coladero. Enhorabuena, che.
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