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El alargamiento óseo permite corregir el déficit de crecimiento

La técnica trata las displasias óseas, las deformaciones congénitas y las lesiones

Cada persona forja su propia grandeza. Los enanos permanecerán enanos aunque se suban a Los Alpes'. Esta cita del poeta y dramaturgo alemán August Von Kotzebue se muestra ante la cirugía como cierta y errónea a la vez. Aunque se conocen desde principios del siglo XX, las técnicas de alargamiento óseo se popularizaron en Europa a partir de los años ochenta. Con estas técnicas se puede tratar, entre otras patologías, las displasias óseas (término científico para enanismo, una palabra poco acertada) con el objetivo de alargar los huesos de aquellas personas que padecen un déficit congénito en su crecimiento. Por tanto, los enanos no permanecerán necesariamente enanos aunque se suban a Los Alpes, ya que, efectivamente, cada persona puede forjar hasta cierto punto su propia altura mediante la cirugía.

Las complicaciones y la estricta selección de candidatos limitan el número de operaciones

'Pero la técnica del alargamiento de huesos no se utiliza únicamente para tratar las displasias óseas. Otros dos tipos de patologías pueden ser objeto de la elongación ósea. Por un lado, las malformaciones congénitas, generalmente producidas por enfermedades que, como la polio, dejan un miembro más largo que el otro. Por otro lado, las lesiones postraumáticas fruto de un accidente que produce una asimetría entre las extremidades. En ambos casos, el objetivo de la intervención quirúrgica es corregir las discrepancias de longitud', explica Ignacio Ginebreda, director de la unidad de patología del crecimiento del Instituto Universitario Dexeus de Barcelona.

En general, el alargamiento óseo se utiliza únicamente con fines terapéuticos y funcionales, y nunca estéticos. 'Desde el punto de vista funcional, cuando los acortamientos o deformidades son de suficiente importancia, pueden producir alteraciones en el raquis, la cadera y la rodilla que precipitan procesos degenerativos, lo que disminuye la calidad de vida de los pacientes. En el caso de las displasias óseas, los pacientes pueden tener problemas para relacionarse con otras personas o con el medio que los rodea', asegura Eduardo García Cimbrelo, jefe de la sección de traumatología y cirugía ortopédica del hospital La Paz de Madrid.

El primer alargamiento óseo data, al parecer, de 1905 y fue realizado por un cirujano apellidado Codivila. Pero ya desde un principio la técnica tenía asociadas numerosas complicaciones, por lo que durante todo el siglo XX hasta nuestros días se han ido desarrollando distintos procedimientos que han intentado evitarlas. No obstante, las técnicas se han estandarizado y han evolucionado desde unos procedimientos muy traumáticos a otros más simples. En todo caso, un solo principio rige todas las intervenciones para el alargamiento óseo.

'Para alargar el hueso lo que se hace es partirlo, conservando su vasculación interna, es decir, el riego sanguíneo que alimenta el hueso, y se insertan unos clavos en cada una de las secciones mediante pequeñas incisiones. Estos clavos están fijados a un aparato externo regulable que produce una distracción', explica Ignacio Ginebreda. 'Como cuando se rompe un hueso accidentalmente, éste comienza a crecer para soldar la fractura. Lo que hacemos con este fijador externo regulable es ir separando las dos secciones del hueso de forma que no dejamos que se unan hasta que se ha conseguido la longitud deseada. Y esto se hace con el fémur, la tibia y el húmero'.

La distracción de los dos fragmentos del hueso se realiza a razón de un milímetro al día, y la callosidad ósea crece a un ritmo de un centímetro al mes. Los pacientes afectados por algún tipo de displasia ósea pueden llegar a aumentar su talla en una longitud máxima de entre 30 y 34 centímetros, por lo que se trata de tratamientos muy prolongados que pueden presentar complicaciones tanto físicas como psicológicas.

La lista de posibles complicaciones físicas es larga: 'Luxación articular de gran gravedad, desviaciones secundarias de los ejes del hueso, lesiones neurológicas o vasculares tanto por el alargamiento como por el traumatismo directo producido por las agujas del fijador, consolidación prematura, consolidación retardada que puede requerir el empleo de nueva cirugía con aplicación de injerto óseo, infecciones en el trayecto de las agujas, refracturas al retirar el fijador externo y rigideces articulares', explica García Cimbrelo. 'Sin embargo, aunque algún tipo de dificultad aparecerá en la mitad de este tipo de tratamientos, el resultado final en pacientes psicológicamente estables es bueno, y la mayoría de los pacientes acaban satisfechos, a pesar de los sinsabores pasados'.

Aspectos psicológicos

Dado que la edad recomendada para realizar los alargamientos está establecida entre los nueve y los doce años, la utilización de esta técnica debe tener en cuenta el aspecto psicológico del tratamiento. De hecho, las unidades que llevan a cabo el alargamiento óseo cuentan con gabinetes psicológicos que evalúan la preparación emocional del paciente para recibir un tratamiento tan prolongado, y que lo instruyen en el manejo del fijador externo. 'Porque en realidad los pacientes permanecen hospitalizados únicamente durante tres días. Y después serán ellos los que realicen las curas de las incisiones producidas por los clavos de fijación, y serán ellos también los que regulen la distracción de los huesos', afirma Ignacio Ginebreda, director de la unidad de patología del crecimiento del Instituto Universitario Dexeus.

Todas estas posibles complicaciones y los estrictos criterios para la selección de los pacientes hacen que el número de intervenciones anuales para el alargamiento de huesos sea escaso. 'En nuestro centro, de ámbito nacional y de referencia, la frecuencia de las operaciones puede ser de tres al año', asegura García Cimbrelo. En el Instituto Dexeus se atienden entre cinco y seis casos anualmente.

La estética del hueso

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