La insoportable levedad del insulto
Cada año, los Juzgados de Instrucción de la Audiencia de Vizcaya despachan más de un centenar de juicios de faltas por insultos contra ciudadanos denunciados por agentes de la Policía Municipal. 'Payaso', 'baboso' y 'gilipollas' son tres de los apelativos más frecuentes en el fragor de las batallas urbanas. De babas y gilipolleces hablaremos más adelante, pero permítanme que haga un inciso en lo concerniente a las payasadas en el circo de las lides verbales.
La culpa pudo ser de José María García y no del 'cha cha cha' airado de los dicterios como creen algunos. Tal vez la cosa empezó con aquella agria polémica entre el implacable Butanito y Pablo Porta, el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, al que Dios guarde de afrentas hoy en su gloria. Aquel hombre se fue a la tumba llevándose un buen puñado de rebuscados calificativos, 'chupóptero', 'tragaldabas', 'trincón'. Pero un día, el laureado periodista radiofónico le llamó 'payaso'. Pudo haber dicho clown, gracioso, bufón, animador o si me apuran 'mamarracho', pero el caso es que le llamó 'payaso' y la cosa acabó en los Tribunales. Esa fue la primera vez en su largo pugilato con Supergarcía que el digno mandatario deportivo logró una condena en firme 'por insultos', porque según explicaba la sentencia 'la emisión de apelativos formalmente injuriosos e innecesarios para la labor informativa, supone un daño justificado a la dignidad de las personas o al prestigio de las instituciones'. Desde entonces, y como prueban los hechos, cualquier referencia fuera de contexto a esta noble profesión puede acabar sancionada.
'Baboso', 'payaso' y 'gilipollas' tres de los apelativos más frecuentes en los juicios de faltas
Bilbao es de las pocas ciudades con el buen gusto y la exquisita sensibilidad de haber levantado un monumento al payaso cerca del estanque dorado de un parque, donde Tonetti saluda sombrero en mano frente al magnífico Museo de Bellas Artes, así que parece excesivo que algunos diligentes funcionarios se sientan ofendidos y ciertos jueces consideren un agravio lo que debiera ser un alto honor.
Imaginemos por un momento que todos los agentes de la autoridad deciden una soleada mañana hacer frente al zafarrancho del tráfico disfrazados a la manera de Charlie Rivel. Se acabaría esa vitriólica y extendida definición al marcial paso de los uniformados servidores públicos: 'ahí vienen los pitufos'. No habría motivo para la afrenta ni el atropello, el desarme verbal sería inmediato y los automovilistas más agresivos quedarían tan desactivados como faltos de crédito. Se acabaría el vilipendio gratuito, nadie se sentiría ultrajado, ni zaherido, ni deshonrado y ningún probo ciudadano perdería el juicio mental ni las costas del juicio porque seguramente no llegaría a ser denunciado por denuesto, oprobio, invectiva, rabotada, lindeza, descuerno, coz o exabrupto a la autoridad.
Lo de 'baboso', se diga como se diga ya es otro cantar. Suena como un salivazo y más que una facundia exagerada resulta un espumarajo afrentoso y vejatorio. Es como un 'lapo' virtual en pleno rostro del sufrido funcionario y por lo general encuentra su correspondiente sanción en los juicios de faltas por irrespetuoso, humillante, provocativo e insolente. La multa, no obstante, puede salir más apañada que una sesión de pago en el 906 de Don Insultón. Este vocablo es apropiado únicamente cuando se aplica a los varones que echan muchas babas, que no tienen condiciones para lo que hacen dicen o intentan o que resultan rendidamente obsequiosos al paso de las damas.
En cuanto a lo de 'gilipollas' qué quieren que les diga, es de un uso tan extendidamente relativo que depende del humor de su destinatario. Un renombrado dibujante vitoriano de cómics ha publicado un libro titulado 30 millones de gilipollas sin que hasta el momento hayamos puesto demanda alguna ninguno de los aludidos. Sin embargo, la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Bilbao acaba de condenar, con multa de quince mil pesetas, a un ciudadano por dirigirse presuntamente a otro con el mismo habitual vocablo. Y con matizaciones, porque hasta hace poco no era posible llamar 'gilipollas' a los 'gilipollas' ya que la Real Academia no había tomado cartas en el asunto. Ahora sí. Ahora actuamos a sabiendas que gilipollas es un 'adjetivo vulgar que significa gili, tonto, lelo', aunque también corto, tímido o fatuo, cualidades estas muy comunes, manifiestamente visibles y por las que nadie que no sea un gilipollas completo puede llamarse a ultraje ni querella.
Recientemente, el Tribunal Supremo en una larguísima exposición jurídica no ha apreciado ánimo de injuria en que un concejal llame a una alcaldesa 'mentirosa', 'subnormal' y 'corrupta' dado el hábito y costumbre en la suelta de determinados improperios. Vamos, que se trata de un lenguaje coloquial. Quizá por eso el lehendakari, con buen fundamento jurídico, hizo oídos sordos cuando un diputado le envió a tomar por culo en el mismo Parlamento, foro donde el vilipendio alcanza matices insospechados como aquél de 'calla, Pérez, que eres un Pérez', que le lanzó un político a otro como envenenado dardo étnico. Pudo haberle tildado de 'manchurriano', 'koreano', 'belarrimotza' o ya en plano de histórico contencioso, 'españolazo', pero le llamó 'Pérez'. Y esto que cuento no me lo dijo Pérez, que hoy debe estar en Mallorca encantado de todas las cosas que ve por allí este verano, sino el dibujante que cada vez que se pone faltón te suelta un 'ganorabako' de esos que dejan herido el honor y maltrecha la autoestima para los restos. Cualquier día de éstos le meto una denuncia. Que te llamen 'gilipollas' pase, pero 'ganorabako'...
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