Proporcionalidad y congruencia
Los dos principios básicos que han de inspirar cualquier intervención de las fuerzas de seguridad son los de proporcionalidad y congruencia. Proporcionalidad en relación a la magnitud y fuerza a desplegar frente a la situación planteada, y congruencia, es decir, correspondencia entre lo que se hace y lo que se ha de afrontar. Desde mi punto de vista, las fuerzas de orden público en ciertas ocasiones delicadas están haciendo caso omiso de esos criterios. La falta de preparación adecuada de las fuerzas de seguridad, las dificultades que tienen para responder ante las formas de operar de los novísimos movimientos sociales, y la tremenda miopía, falta de anticipación y de adecuada mediación ante los casos a resolver, se quieren camuflar bajo la estigmatización de cualquier cosa que se aparte de aquello considerado convencional y 'normal'. Y creo que ese déficit está convirtiendo temas típicos del mundo alternativo, perfectamente habituales en otras tantas ciudades europeas, en algo excepcional y paradigmático. Sólo nos falta la proximidad del conflicto vasco para que todo se tiña de kale borroka y de preterrorismo balbuceante.
Pronto va a hacer cinco años del asalto de la policía al local que había albergado durante más de 20 años el cine Princesa en la Vía Laietana. Algo podríamos haber aprendido. En medio han abundado las okupaciones y los desalojos, pero no vemos que las autoridades gubernativas hayan innovado demasiado la forma de operar ante tales situaciones. Ya en aquel entonces se observó la desproporción y la falta de congruencia entre los medios empleados y la circunstancia con la que tuvieron que enfrentarse las fuerzas de orden público. Entonces como ahora denuncié que no haya sido posible encontrar otras vías para enfrentarse a un tema que no tiene nada de nuevo ni de inopinado. Es evidente que el Cuerpo Nacional de Policía no parece demasiado preparado para enfrentarse a unos movimientos sociales que basan su atractivo precisamente en su no convencionalidad, en el uso de medios poco habituales para provocar y llamar la atención, y que se mueven con provecho en las fronteras de lo legal o lo políticamente incorrecto, pero usando y reivindicando, al fin y al cabo, alternativas con suficientes dosis de legitimidad, y sabiendo que todo lo que escapa de lo habitual tiene impacto mediático.
Hemos de recordar algunas cosas. La cosa okupa empezó a mediados de los ochenta en Barcelona y Madrid, cuando Berlín era el gran referente. El movimiento okupa se nutre de jóvenes en busca de identidad y de simbolismo alternativo. No hay reivindicaciones específicas frente a políticas concretas. Muchas veces, las casas okupadas se convierten en centros sociales autogestionados, espacios abiertos que buscan expresiones culturales críticas. Otras veces predomina el buscar de forma privada modos de vida alternativos. No hay demasiados referentes ideológicos claros, aunque la resistencia al sistema es denominador común ¿Podemos realmente hablar desde esos parámetros de embriones de kale borroka, de terrorismo etarra en ciernes? ¿No sería mejor confesar que la policía y sus responsables políticos no saben muy bien que hacer ante algo frente a lo que las rutinas tradicionales no funcionan? ¿No podemos exigir desde una ciudadanía que no quiere sólo tranquilidad y consumo, sino también capacidad crítica y reflexión sobre el porvenir, que se responda con mayor anticipación y con mediación ante problemas que no surgen de un día para otro? ¿Es sólo un problema policial o deberíamos imaginar que existen otros medios para enfrentarse al tema?
Me preocupa que a caballo de una parte de la sociedad que muestra desazón ante el cambio de época en el que estamos sumergidos, y que frente a sus propios fantasmas, pide más y más seguridad, no estemos poniendo las bases de eso que en algunos países se ha denominado 'tolerancia cero', que a mi más bien me suena como 'intolerancia selectiva'. Entiéndaseme bien: no trato de justificar la violencia como una forma legítima de reaccionar ante hipotéticos desmanes del capitalismo. Pero, pienso que podemos exigir más autocontrol a quiénes han hecho del uso de la fuerza su profesión que a los que la practican de manera inopinada, festiva y reactiva. No me vale tampoco el sonsonete de los responsables públicos locales y autonómicos que, con algunas excepciones se limitan sistemáticamente a respaldar de forma institucional a las fuerzas de seguridad. Tenemos derecho a que las cosas se hagan mejor. Y tenemos derecho a exigir que se busquen otros medios para hacer lo que en cada caso se tenga que hacer. Una policía que actúa usando la fuerza después de cargarse de razón, y después de que se han usado todos los demás medios disponibles no coactivos, siempre atesorará más legitimidad que aquella otra actuación policial en la que uno sólo percibe represión pura y dura.
El desalojo violento de la policía y la reacción violenta de los okupas ha llenado páginas de periódicos y minutos de radio y televisión estos días. Se añade al dramatismo con que se vive la cumbre de Génova. Parece que el énfasis se pone en los efectos de ese tipo de eventos, pero poco se trabaja en las causas y en cómo anticipar situaciones futuras o dar respuesta alternativa a las insatisfacciones que se expresan. Si vamos hinchando el globo de una sociedad insegura, que vive cada vez más fenómenos de violencia incontrolada, no nos extrañe que vayamos acercándonos a ese tremebundo paraíso de la seguridad total. Más congruencia política para reconocer que no se están dando demasiadas respuestas a nuevas demandas e insatisfacciones, y más proporcionalidad de medios para enfrentarse a ello.
Joan Subirats catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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