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Crítica:PANTALLA INTERNACIONAL, TAQUILLA Y CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viaje inmóvil

Entre Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, y los confines de la península de Yucatán, junto a Belice, se alarga una lejanía de 3.000 kilómetros de tierra mexicana en carne viva. Pero Sin dejar huella es fiel a su título y, pese a que recorre de hocico a rabo esa profunda grieta abierta, no nos deja en la retina ningún rastro de su hondura, pues reduce el recorrido de un largo itinerario lleno de sombrío esplendor a una sucesión de estampas a flor de mirada de turista.

No hay percepción de la energía del México vivo en esa enorme caminata. La hay en cambio de un México preconcebido, disecado e inmóvil. Un filme itinerante, lo que en la jerga llaman una road movie, es ante todo y sobre todo la captura por la cámara de una traslación física dentro de la que tiene lugar una traslación, e incluso una mutación, anímica, la conjugación de un movimiento de viaje exterior y otro de viaje interior, que acaban fundiéndose, siendo un único viaje, una única secuencia itinerante. Pero no se percibe en Sin dejar huella ese trenzado de flujos de tiempo y de ahí procede su endeblez como construcción, que no es dinámica sino mecánica, que no es flujo de un tiempo sobre un camino, sino un añadido de imágenes detenidas, inmóviles, sin verdadera sustancia itinerante.

SIN DEJAR HUELLA

Directora: María Novaro. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Tiaré Scanda, Jesús Ochoa, Martín Altomaro, José Sefami, Juan Manuel Bernal. Género: road movie, España / México, 2001. Duración: 125 minutos.

Y es lástima, porque bajo esa su endeblez de viaje no vertebrado se ven algunos muñones de ideas que traen a la memoria destellos de la capacidad vivificadora que la directora y escritora de este filme fallido dio a otras obras suyas. Porque María Novaro logró filmar auténticos movimientos físicos y anímicos en su hermosa Danzón, donde había una emocionante cercanía entre lo que su instinto buscaba y lo que su cámara encontraba, que es precisamente lo contrario de lo que ocurre dentro de Sin dejar huella, donde las intenciones de la poeta y los logros de la peliculera van cada uno por su lado, sin aproximarse casi nunca y sin coincidir nunca. Vemos en la pantalla lo que se nos quiere decir, no porque se nos diga, sino por la evidencia del amago de decírnoslo. Es por eso este filme un brillante y esmerado, pero decepcionante, querer y no poder.

Algo de muy dentro no funciona, y ni la hermosura ni la solvencia de las dos actrices protagonistas, Aitana Sánchez-Gijón y Tiaré Scanda; ni la deslumbradora fotogenia de su recorrido sobre la piel de México logran remediar el mal de fondo.

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