Europa lejana, lejana
La Unión Europea tiene un creciente problema de contacto de sus políticos con los ciudadanos; es decir, un grave problema de liderazgo. Los dirigentes europeos se manifiestan unánimemente a favor de la ampliación, pero no han conseguido convencer a la mayoría de los ciudadanos de sus ventajas. Tal vez porque cada gobernante pone tanto hincapié en sus propias condiciones que ha cundido la desconfianza ante todo el proceso. No ocurre lo mismo con otras cuestiones de la agenda de integración de la UE, según demuestra el eurobarómetro de primavera. Crece la confianza en el euro a seis meses de su implantación en doce países; una amplia mayoría (65%) apoya el desarrollo de una política exterior común y ese respaldo se eleva al 73% en materia de seguridad y defensa. La desconfianza en las instituciones no es, pues, dramática. Pero se da al mismo tiempo un descenso general en la convicción de que resulta positivo formar parte de la Unión.
En España, aunque se registra un retroceso importante de seis puntos en la satisfacción por pertener a la UE, el europeísmo sigue gozando de buena salud con un apoyo mayoritario. Pero al igual que en otros países los ciudadanos se consideran distantes y mal informados, por ejemplo, sobre el Tratado de Niza. En el conjunto de la Unión, el rechazo a la ampliación debería preocupar a los gobernantes, sobre todo porque los ciudadanos se sienten mal informados (en un 78%) y nada implicados en este debate en particular. A los ciudadanos les gustaría ver a la UE ocuparse más de problemas que les atañen de cerca, como el paro, la seguridad alimentaria, la sanidad o el medio ambiente. Todos estos frentes han causado serios quebraderos de cabeza a los europeos en fechas recientes.
Las principales conclusiones de este eurobarómetro se dieron a conocer al día siguiente del penoso debate público de los ministros de Asuntos Exteriores de los Quince dedicado a una autocrítica tras el triunfo del no al Tratado de Niza en Irlanda, un país que esta encuesta sitúa entre los más europeístas, o tras las violentas manifestaciones callejeras en Gotemburgo contra la globalización. En las buenas palabras de los ministros hubo cierto atisbo de diagnóstico, pero ni una expresión sobre la terapia a seguir, que es lo que hay que pedir a unos políticos con responsabilidades de gobierno. Y ahí anida el problema que refleja la euroencuesta: la cuestión central no es que los ciudadanos europeos no quieran más integración, sino la pasmosa crisis de liderazgo político que padece Europa. Más allá, el euroescepticismo creciente es una manifestación regional de la creciente distancia entre administradores y administrados que aqueja a las democracias en nuestros días.
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