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Tribuna
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La pequeña historia de la farmacología

Los deportistas han recurrido a la farmacopea desde los tiempos de la antigua Grecia. El ciclismo no iba a ser una excepción. Qué mejor testimonio que el de Henri Pélissier, vencedor del Tour de 1923, y que se retiró en la edición del año siguiente harto de tanto sufrir. 'Nos tratan como a perros', se quejaba. 'Esto es un vía crucis, pero de 15 estaciones en vez de 14' (el Tour de 1924 tuvo 15 etapas de unos 360 kilómetros de media). '¿Quieren saber qué es lo que nos permite resistir?'. Entonces empezó a sacar botellitas llenas de pastillas y sustancias diversas. Por ejemplo, cocaína. Un estimulante y enmascarador del dolor, cuya absorción facilitaban los ciclistas masajeándose las encías con cloroformo. Para atenuar la fatiga y el dolor, mezclaban vino con estricnina (una sustancia capaz de excitar el sistema nervioso y que se utiliza en los venenos matarratas), o inhalaban éter (un anestésico), con el que empapaban sus pañuelos. 'Cualquier día utilizaremos dinamita con tal de aguantar', decía Pélissier. 'Por la noche bailamos el baile de San Vito en vez de dormir' (en referencia a los temblores que les producía el cocktail de fármacos que se metían en el cuerpo).

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Aguantar como sea

En la primera mitad del siglo, las drogas estrella del ciclismo son los estimulantes del sistema nervioso. A partir de 1927, no hace falta recurrir a plantas para ingerir efedrina, pues esta sustancia ya se empieza a preparar químicamente: ya es una droga. Y con los años, las anfetaminas van invadiendo poco a poco el mercado farmacológico. Hasta llegar al deporte. ¡Demasiada tentación!: los controles antidopaje no se hacen oficiales hasta el Tour de 1966 y mientras tanto en las farmacias se podían lograr drogas capaces de estimular el sistema nervioso central, proporcionando a sus consumidores una sensación de euforia y un alivio a su fatiga.

Aunque el primer estudio científico sobre testosterona y rendimiento se publica en 1939 y el primer caso conocido de dopaje con testosterona, en un caballo trotón llamado Holloway, data de los años cuarenta, hay que esperar a los sesenta para que la testosterona y los esteroides anabolizantes (derivados sintéticos de la misma) alcancen protagonismo en la farmacopea deportiva. Estas drogas incrementan la fuerza y la masa de los músculos y pueden acelerar la capacidad de recuperación de un día para otro.

Y llegan los ochenta, y con ellos, la ingeniería genética: se pueden comprar, en farmacias o en el mercado negro, hormonas prácticamente idénticas a las que produce el cuerpo humano. Como la hormona del crecimiento, con efectos comparables a los anabolizantes. O la eritropoyetina (EPO), capaz de aumentar artificialmente el número de glóbulos rojos, y con ellos, el transporte de oxígeno a los músculos. La EPO marca un antes y un después en la historia de los deportes de fondo, pues su potencial efecto sobre el rendimiento es realmente significativo, como muestran algunos estudios científicos.

¿Y el siglo que empieza? ¿Qué nos deparará? Respuesta de un optimista: una nueva era para el deporte, pues cada vez será más efectiva la lucha antidopaje. Respuesta del pesimista: la ciencia del dopaje siempre irá por delante de la ciencia del antidopaje. Imposible hacer predicciones. Eso sí: pesimistas u optimistas, esperemos que no se utilice la terapia génica para mejorar el rendimiento deportivo. ¿Qué es eso de la terapia génica? Consiste en insertar un gen en las células humanas para generar en ellas una nueva función. Por ejemplo, para que produzcan mucha más EPO de forma natural. La cosa no es broma ni ciencia ficción: este avance ya se ha logrado en primates. El hematocrito les subió al 80%...

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea.

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