Chirac contraataca
Jacques Chirac ha elegido el 14 de julio, la fiesta nacional, para aparecer con todo su aire presidencial y pasar al contraataque en las alegaciones de haber usado los fondos reservados entre 1992 y 1995 para pagar viajes suyos, de sus familiares y de sus colaboradores cuando era alcalde de París. Lo ha hecho con cierto éxito a la hora de dar explicaciones razonables. Pero la sombra de la financiación ilegal de los partidos persigue a todos los dirigentes franceses de importancia. Chirac lleva tres años escurriendo el bulto, tanto de su época de alcalde como por la financiación de su campaña presidencial en 1995.
El fiscal de París quiere que Chirac comparezca como 'testigo asistido' por abogados para explicar el uso de estos fondos. Chirac aprovechó la tradicional alocución televisada del aniversario de la toma de la Bastilla para dar su versión personal: que los viajes se habían pagado con fondos legales en metálico por cuestiones de 'discreción y seguridad', aunque con factura -en el caso de los colaboradores, como premio a los servicios prestados, lo que recuerda los sobresueldos pagados por Interior en España bajo varios ministros socialistas-, y que la cantidad que se le reprocha haber utilizado, unos 60 millones de pesetas, es a todas luces excesiva. Además, Chirac se reafirmó en que no tiene que declarar, salvo que se modifique la Constitución, que preserva, según interpretación del Consejo Constitucional en 1999, el 'privilegio de jurisdicción' del presidente de la República, incluso por hechos anteriores a su cargo. Es lo que ha ratificado el fiscal general, en contra de la opinión del de París. Sólo le podría juzgar un alto tribunal, una instancia política pensada más bien para casos de alta traición y formada por 24 diputados y senadores, y con acuerdo de ambas cámaras, en un momento en que precisamente es la derecha la que controla el Senado.
Chirac denunció sobre todo los ataques contra su esposa, Bernardette, y su hija Claude, que trabaja como asesora del presidente y ya ha declarado, como otros colaboradores. Esta estrategia de aproximación indirecta al presidente puede acabar rebotando contra los que la pusieron en marcha. Chirac recordó precisamente que el primer ministro -él también lo fue- dispone de un 95% de fondos de libre disposición más que la Presidencia de la República, y que había que congelar estos gastos y supervisarlos a través de una comisión especial. Devolvía así la pelota al primer ministro, el socialista Lionel Jospin, y su rival para las presidenciales de dentro de 10 meses, al que acusa a su vez de haber desaprovechado el crecimiento económico que ha vivido Francia.
Los fondos de reptiles y la financiación ilegal de los partidos siguen echando una sombra de inmoralidad sobre el funcionamiento de la democracia francesa de las últimas décadas. Los socialistas, con el caso Elf-Acquitaine, han visto ya condenado al ex ministro y ex presidente del Consejo Constitucional Roland Dumas. Y los gaullistas se han visto salpicados por todo tipo de escándalos surgidos de la gestión de Chirac como alcalde de la capital. Los viajes en cuestión son una minúscula gota en un gran charco, pero es a menudo a través de pequeños cabos como se destejen enormes madejas. Chirac sabe que la mejor forma de protegerse de la justicia, amén de otras muchas razones, es ser reelegido. Y de momento, Chirac tiene una imagen más presidencial que la de Jospin. La campaña hace tiempo que empezó y promete ser dura, y llena de chispazos y encontronazos.
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