Un orden del día para el Grupo de los Siete
Los líderes del Grupo de los Siete (G-7) se reunirán entre el 20 y 22 de julio en Génova con su atención puesta en la desaceleración de la economía mundial. Probablemente alabarán a la Reserva Federal de Estados Unidos por sus acciones firmes para luchar contra ese problema, pero no mencionarán la responsabilidad que ha tenido al respecto. Hablarán de las acciones de expansión en Europa, pero no pisarán los callos del Banco Central Europeo. Japón renovará su compromiso con las reformas estructurales y, aunque ahora tendrán más credibilidad que antes, todos los líderes dejarán de lado el hecho de que las consecuencias a corto plazo de esas reformas, sobre todo si se hacen rápido y con decisión, pueden ser negativas.
Sin embargo, las preocupaciones a corto plazo no deben distraer al G-7 de los asuntos a largo plazo. Entre ellos, el más importante es la coordinación de las políticas económicas entre el norte y el sur, ya que, en ese punto, el mundo se enfrenta no a una desaceleración temporal sino a una crisis de larga duración.
Antes de referirme a lo que se debe hacer, permítanme aplaudir la reducción de deuda que se aprobó en la junta del año pasado del G-7. Los resultados han sido estupendos. Más de 20 países recibieron reducciones de deuda. Durante años he presenciado cómo el FMI se demora con la reducción de deuda y el escaso número de países que logran vencer los obstáculos. La decisión del año pasado mejorará la vida de millones de personas.
Sin embargo, la tarea sigue inconclusa. Muchos países necesitan todavía reducciones de su deuda. Sin la presión continuada de los países más ricos del mundo, los obstáculos podrían volver a surgir. Otros países que también merecen reducciones pero que no cumplen los requisitos actuales son igual de importantes. ¿Acaso Indonesia, por ejemplo, sólo debe recibir reducciones si su ingreso sigue cayendo? Por cierto, el FMI tiene parte de la culpa de los problemas de Indonesia. Las políticas del FMI llevaron a Indonesia a la depresión. Un intento fallido para reestructurar el sistema financiero provocó retiros de pánico por parte de los ahorradores. Los recortes en los subsidios a los alimentos generaron disturbios. La liberalización del mercado de capitales dejó al país expuesto a la volatilidad de los capitales de corto plazo.
Hay muchos ejemplos donde tanto el acreedor como el deudor tienen la culpa. Por ejemplo, ¿quién debe cargar con las pérdidas en un proyecto de agua potable después de que se descubrió que afectaba a cierta especie de sapos? ¿Debe pagar las cuentas el país deudor pobre o el acreedor que no llevó a cabo un estudio de impacto ambiental previo? Diseñar una política sólida de reducción de deuda no será fácil, pero el G-7 no puede dormirse en sus laureles del año pasado.
En segundo lugar, el sistema de comercio global está con problemas. Se predica al libre comercio como el evangelio en todas partes, pero parece que los países ricos no hacen caso de su propio mensaje: sus mercados permanecen cerrados a muchos de los productos de los países en desarrollo; subsidian a sus agriculturas en forma masiva, lo que hace imposible que los países en desarrollo puedan competir. El mensaje del G-7 parece ser: 'Hagan lo que decimos, no lo que hacemos'.
Peor aún, los intereses económicos están por encima de todo, dejando de lado el delicado equilibrio que caracteriza a las políticas económicas y sociales en las democracias exitosas. La Ronda Uruguay de 1994, por ejemplo, estableció un régimen de propiedad intelectual que pone los intereses de los productores por encima de los de los usuarios, incluyendo a los del mundo en desarrollo. Las compañías farmacéuticas insistieron en sus 'derechos', aun si ello condenaba a las víctimas pobres del SIDA. La sociedad civil mundial finalmente ganó en este punto, pero el régimen de propiedad intelectual no sufrió ningún cambio. Otras batallas se aproximan.
Algunos nuevos acuerdos de comercio e inversiones que se están discutiendo proponen ir más allá para permitir que se obvien leyes internas, sin importar sus méritos, con el fin de promover los flujos internacionales de bienes y servicios. Bajo un régimen así, del cual ya se pueden ver algunas muestras, los intentos para proteger a nuestros hijos del tabaco, incluso con medidas moderadas como las restricciones a la publicidad, podrían verse cancelados.
El comercio puede ser un poderoso motor para el crecimiento económico, el cual es muy necesario en los países en desarrollo y en los poscomunistas. La ironía consiste en que mientras el G-7 impulsa los asuntos comerciales demasiado en ciertas dimensiones, no lo hace lo suficiente en otras. He aquí algo que los países ricos podrían hacer de inmediato: abrir totalmente sus mercados a todos los bienes y servicios de los países más pobres del mundo (a excepción de las armas).
Por supuesto, si eso sucede habría que pagar algunos costos iniciales, pero dada la fuerza de las economías más ricas del mundo, se adaptarán con facilidad. En el largo plazo, los países del G-7 saldrán beneficiados y podrán defenderse en contra de las acusaciones de hipocresía que lanzan en su contra los países en desarrollo.
Desgraciadamente, en las instituciones económicas multilaterales hay ciertas voces que se escuchan más que otras. Por ello, hay un tercer asunto que abordar: la demo-cratización del FMI y del Banco Mundial. Los intereses especiales y los intereses de los países ricos son demasiado dominantes. Dentro de los países del G-7, cuando se discuten asuntos económicos no sólo participan los ministros de Finanzas y los dirigentes de los bancos centrales. Los trabajadores, los comerciantes y los consumidores también se hacen oír. Las organizaciones económicas multilaterales deben escuchar a todas las partes involucradas.
La mayoría de los líderes del G-7 están comprometidos en casa con la búsqueda de un terreno intermedio entre un Estado demasiado dominante y la economía del laissez faire. Aun cuando los mercados desempeñan un papel central, se deja una parte importante al gobierno. Desgraciadamente, las organizaciones económicas multilaterales frecuentemente se alejan de los principios democráticos -al asignar votos, en materia de representación y en la falta de transparencia que caracteriza gran parte de su trabajo-. Sin embargo, interfieren libremente en los procesos democráticos internos de los países a los que supuestamente tratan de ayudar.
Los retos son muy grandes. Algunos líderes del G-7 considerarán que estas reformas son muy dolorosas. No obstante, todos tenemos mucho que perder si no se atacan estos problemas, ya que son asuntos que determinarán el futuro de la economía mundial.
Joseph Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Stanford, y fue asesor económico del ex presidente de EE UU Bill Clinton y vicepresidente del Banco Mundial. © Project Syndicate, 2001
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