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Columna
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El síndrome de don Hilario

En apariencia nada incrementa tanto la respetabilidad de un analista como ejercer de severo Catón con los afines. El fin de semana pasado el director de un gran medio de comunicación conservador echó una bronca al Gobierno, al que tildó de incoherente y altanero; también le reprochó 'relaciones peligrosas', refiriéndose quizá a ese género de fidelísimos retroprogresistas con que el Gobierno se adorna y logra brillo y esplendor esta temporada. Esto último no es más que la consabida carrera a codazos por el pasillo del poder; en cuanto al tono de brusquedad, se explica por la pertenencia del periodista a la categoría de vasco obsesivo, lo cual no deja de ser un eximente.

Pero, en realidad, habiendo sugerido un tema de calado ese articulista se quedaba tan sólo en la epidermis. Meditando su invectiva quizá podamos profundizar un poco en la sintomatología de una parte del Gobierno del PP. No afecta a todos sus miembros, muchos de los cuales dan un nivel alto (Rajoy, Rato...), pero pesa cada día más en el conjunto por el abandono de Mayor y la lejanía de Aznar. El recuerdo que viene a la memoria es el de un diputado republicano llamado Hilario Ayuso al que Fernández Flórez inmortalizó en sus 'Acotaciones parlamentarias'. Decía el escritor que don Hilario parecía, desde su escaño, tremendo en sus gestos y en sus proclamas, pero en realidad sus discursos, incoherentes e indocumentados, parecían más propios de una charla de café en labios de un retirado. El contraste entre lo uno y lo otro le llevaba a la conclusión de que en realidad el nombre más apropiado que le correspondía era don Hilaridad.

El síndrome de don Hilario hubiera podido ser evitado si se hubieran tenido en cuenta tan sólo cuatro sabias sentencias:

1. 'Loyola no hay más que una'. Para ser ministro es necesario buen sentido, pero también un cierto conocimiento de lo que tienes en las manos. Sólo muy excepcionalmente un ministro ignorante acaba por aterrizar, a base de tiempo y codos. Pero ya se agotó el cupo.

2. 'Cambiar no indica saber sino que puede provocar mareo'. El club de ex comunistas que forma parte de este Gobierno ya se equivocó una vez. Una cosa es la evolución política; otra, la acrobacia circense.

3. 'Dilatar no es resolver'. La máxima ignaciana -en tiempos de tribulación mejor es no hacer mudanza- no vale para las previsibles inclemencias meteorológicas estacionales. En el caso Iberia -¿y en el Piqué?- no hubo chaparrón ocasional sino indicio evidente de borrasca.

4. 'El conflicto no es prueba de decisión sino de incapacidad'. Los mejores políticos son los hipotensos que encuentran una vía discreta para resolver algunos problemas sin envenenar los demás.

Como todas estas sentencias obvias han sido desdeñadas, gozamos de un equipo ministerial muchas de cuyas cabezas quieren hacer reformas tremendas o tomar decisiones taxativas con amenaza de síncope ciudadano. Pero, por desgracia, detrás de ello no hay más que insolvencia, inseguridad y desorientación. El caso más manifiesto es el de Villalobos, un curioso ejemplo de populismo sin popularidad. Si, como don Hilario, fuera tan sólo diputada, algo habríamos ganado.

Pero, en mayor o menor grado, el mal está ya demasiado generalizado. Tengo una mala noticia para la ministra de Educación: el mes de octubre existe. El Gobierno ha desaprovechado el principio de consenso existente entre los universitarios sobre la necesidad de reforma y ha propuesto una nueva ley que en sus dos aspectos fundamentales -forma de regirse la Universidad y de seleccionar el profesorado- no sólo parece farragosa y complicada sino que, en la actual redacción, no proporciona el más leve indicio de poder mejorar la calidad de la enseñanza. Pero, además, al obligar a la reelección de los claustros y de los rectores va a empantanar la gestión durante meses por motivos, como mínimo, absurdos o fútiles. En estas condiciones no sabemos con exactitud quién ejercerá de Cojo Manteca, pero nos ronda la amenaza evidente de un inicio de curso muy conflictivo por causas tan gratuitas e innecesarias como perfectamente evitables. Desde aquel famoso 'calendario juliano' del ministro de Carrero no se había visto cosa parecida. Por supuesto, cuando Mariano Rajoy era ministro de Educación y Cultura no pasaban estas cosas.

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