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Reportaje:MOLINA DE ARAGÓN | EXCURSIONES

Un placer monumental

Paseo completo por esta ciudad de Guadalajara que fue declarada conjunto histórico-artístico en 1956

Molina de Aragón es la asignatura pendiente de miles de madrile-ños que atraviesan todos los veranos Guadalajara en busca de las playas fluviales del alto Tajo y, al pasar por ella, miran de reojillo y con aprensión para su cerro fortificado como si se les viniera encima la lista completa de los reyes godos con la Espasa bajo el brazo. Créannos: por dedicar una hora a callejear por Molina no pasa nada, no se va a secar el Tajo en el ínterin ni nada por el estilo.

Lo primero que llama la atención no es la silueta almenada de sus dos fortalezas, ni su viejo caserío apretujado desde tiempos de los moros entre el pino cerro y el río Gallo, tributario del Tajo. Lo primero es el nombre. Porque Molina de Aragón tiene un nombre engañoso. Molina de Aragón, que se alza en el extremo oriental de Guadalajara y que fue declarada conjunto histórico-artístico en 1956, era y es castellana. Aunque la reconquistó en 1129 el aragonés Alfonso I El Batallador, enseguida se la regaló a su esposa Urraca, que era reina de Castilla.

El alcázar fue erigido por don Manrique de Lara, primer señor de Molina, en el siglo XII

Los castellanos condes de Lara, durante los siglos XII y XIII, y los reyes de Castilla en los sucesivos, gobernaron bien este señorío, pero bastó un desafuero de Enrique II para que los molineses se pasaran durante siete años al bando aragonés (1369-1375) y para que la villa trocase su viejo nombre de Molina de los Caballeros por el que aún tiene.

El paseo por su denso núcleo histórico debe arrancar de la cén-trica plaza de San Pedro, donde se yergue la iglesia renacentista del mismo nombre (siglo XVI), con retablo mayor barroco. De aquí se sale por la calle de Martínez Izquierdo, rodeando el con-vento de las ursulinas por una angosta costanilla que sube a mano izquierda para ir a dar al convento de Santa Clara y a la aneja iglesia de Santa María de Pedro Gómez (románico de transición, siglo XII), que es la joya arquitectónica de la villa, pasmosamente bien conservada y de continuo acicalada por las vecinas monjas clarisas.

Bordeando el ábside por el exterior se enfila hacia el cercano alcázar -hay que cruzar la carretera N-211 con mucha precaución- y, por una empinada senda que corre junto a las murallas del lado oriental, se asciende hasta la vecina torre de Aragón, en la cima misma del cerro, desde cuya azotea -accesible por una escalera interior de madera- se domina una vista soberbia de la fortaleza, el caserío y el páramo circundante. El alcázar -de muralla kilométrica, casi china, en la que la piedra rubia de los lienzos combina elegantemente con los rojos sillares esquineros- fue erigido por don Manrique de Lara, primer señor de Molina, en el siglo XII. La torre de Aragón -pentagonal, de tres pisos- podría ser anterior.

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De vuelta junto al ábside de Santa María de Pedro Gómez, hay que bajar por la plaza y la costanilla de Santa Clara hasta el oratorio de San Felipe (barroco, siglo XVII), que está frente por frente de La Subalterna, casona del XVI que fue palacio de los Molina y hoy es el mejor hotel del lugar. El paseo continúa por la cercanas calles del Carmen y de las Tiendas, doblando por la de Tejedores nada más pasar la iglesia de San Martín para ver el palacio del Virrey de Manila (siglo XVIII), conocido como la casa pintada por los ajados frescos que decoran su fachada. Éstos y otros palacios evocan la edad dorada de Molina, cuando se establecieron en ella familias hidalgas procedentes del País Vasco, Navarra y La Rioja.

La calle de Tejedores desemboca en la del Chorro a dos pasos de la calle del Capitán Arenas, en la que se encuentran la iglesia de Santa María la Mayor de San Gil, con portadas renacentistas, y el palacio de los Funes (siglos XVII-XVIII). El último hito de este paseo es el convento de San Francisco -fun-dado en 1293-, con barroca torre de sillería rematada por el elegante giraldo, una garbosa talla de madera de sabina de tres metros de altura. Pero antes se ha de pasar por un precioso puente románico de piedra cárdena sobre el río Gallo, afluente del alto, deseado y, ahora sí, merecido Tajo.

De procesión con doña Blanca

-Dónde. Molina de Aragón dista 195 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Barcelona (N-II) y desviándose a la altura de Alcolea del Pinar por la N-211. Hay varios autobuses al día de la empresa Samar (teléfono 91 468 42 36), que salen de Méndez Álvaro. -Cuándo. El 16 de julio se celebra en Molina de Aragón la famosa procesión de los Caballeros de doña Blanca, que, ataviados con curiosísimo uniforme -pantalón rojo, levita-frac blanca con ribetes encarnados y alto morrión negro con borla roja-, acompañan a la Virgen del Carmen a su ermita al son de trompetas y tambores. Los días previos son de mucha animación en la ciudad, por lo que merece la pena hacer coincidir nuestra visita con estas fechas. -Quién. La Oficina de Turismo de Molina de Aragón (teléfono 949 83 20 98) facilita los planos y la información necesaria para efectuar este circuito urbano. Se encuentra en la calle de las Tiendas, 1, y abre en verano todos los días de 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. -Y qué más. Si decidimos pernoctar en Molina, el mejor alojamiento es el hotel La Subalterna (Martínez Izquierdo, s/n; teléfono 949 83 23 63), palacete del siglo XVI rehabilitado en 1996, que sale por 9.500 pesetas. Su restaurante ofrece rico cabrito al ajillo.

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