Amigo burro, hermano ogro
El cine de animación hollywoodiense, la tradición de sus pantallas pintadas a mano, fotograma a fotograma, vive últimamente un viento de empuje, una tardía tensión de renacimiento y refundación, de busca y rebusca de autoexigencia y calidad sin escapar de la lógica del enorme negocio en que la televisión y la informática han convertido a este venerable género. El sorprendente destello innovador de algunas recientes obras de la casa madre Disney, como La bella y la bestia, y la creación por Steven Spielberg y Jeffrey Katzenberg de esa criba de lugares comunes llamada DreamWorks son indicios de algo que se parece a un vuelco en el hasta ahora plácido, casi inmóvil territorio, que hace un par de décadas parecía al borde del estancamiento, del cine de fantasía y laboratorio pictórico.
SHREK
Dirección: Andrew Adamson y Vicky Jenson. Voces en V/O: Myke Myers, Eddie Murphy, Cameron Diaz, John Lightow. Guión: T. Elliot, T. Rossio, J. Stillman, R. Schulman. Género: animación. Estados Unidos, 2001. Duración: 89 minutos.
Si La bella y la bestia urdió con finura y astucia el rescate, en toda su turbadora complejidad, del milenario mito erótico sin tener que dejar fuera de las salas a la enorme clientela infantil creada por el casto mito casero Disney, ahora, en el ejercicio de puesta patas arriba de algunas sagradas leyendas infantiles emprendido por DreamWorks en Shrek, ocurre lo mismo, pero intensificado y multiplicado. Es Shrek cine concienzudo y admirablemente construido, todo un alarde de encuadre de alta precisión y de creación (lo que es una seria innovación formal en el género) de pofundidades de campo, de espacios escénicos hondos. Está el filme lleno de un agilísimo movimiento visual y de juegos de montaje impecables y exactos, así como de una cadencia secuencial no elemental, consecuencia de una bien afinada elaboración de los personajes, las tracas de gags y los encadenados de situaciones e imágenes.
Es Shrek cine delicioso, cautivador, divertido, inteligente, adulto y para adultos, pero gracias a su gracia nada impide que millonadas de niños de medio mundo entren a saco en sus juegos de inversiones y capturen sus paradojas, ambigüedades y complicidades. Que -por poner dos o tres ejemplos entre las docenas que estallan en la pantalla de Shrek- a los niños se les ofrezca una fugaz imagen de Pinocho, Mamá Oca y los Tres Cerditos que choca, burla y desmiente a la que le dieron en el santoral de sus leyendas caseras poco o nada importa, ya que en Shrek la sombra y el relevo irónicos del mito son tan jugosos o más que las fuentes clásicas, sagradas, del mito mismo
Es Shrek una risueña subversión del patrón genérico del cuento de hadas, que convierte al arquetipo negativo y atemorizador del ogro en una concreción afirmativa, acogedora e irradiadora de serenidad. El fantasmagórico itinerario de Shrek, el ogro fraternal, acompañado de un liante y arrollador asno, burro amigo de tremendo desparpajo e irresistible elocuencia, ambos enviados por el irrisorio aristócrata Farquaad a rescatar a la bella princesa Fiona, que es mucho más que esa pastelera bobada, de las garras y resoplidos de una infeliz dragona sentimental e incomprendida, es un chiste que a medida que avanza rompe los límites de sus estrechuras y derrama fuera de ellas el fluido de una emocionante metáfora de conquista de libertad y amistad.
Se verá aquí el filme doblado, y sin duda bien doblado, pero es Shrek cine intraducible, cuya música visual ha sido en gran parte construida sobre marcha, siguiendo las inflexiones de las voces de Eddie Murphy, que hace reventar de vitalidad al asno; de Myke Myers, que borda las dulces y sombrías honduras de Shrek, y de Cameron Díaz, que siembra inquietantes ondulaciones sonoras a Fiona. Si la secuencia se hizo sobre la locución de estas voces, ver Shrek con otros sonidos es arrugarlo, empequeñecerlo. Ojalá se exhiba en alguna sala en su plenitud.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.