Vacas (y II)
La colocación de las vacas pintadas en el centro de Bilbao ha sido por decisión de los patrocinadores -aseguran determinados responsables de la organización-, para así tenerlas cerca de sus establecimientos y negocios, lejos de los barrios populosos, salvo alguna rara excepción. Ante esto nada hay que objetar. La empresa privada paga y exige. Sin embargo, ¿sabían que 65 de esas vacas, lo que supone algo más de una tercera parte, fueron patrocinadas por instituciones públicas como el Gobierno vasco, la Diputación de Vizcaya o el Ayuntamiento de Bilbao, entre otras? A muchos ciudadanos les gustaría saber cuál es el rasero de proximidad o lejanía, es decir, de mimo o desafecto, que han aplicado en este caso nuestras instituciones.
En cuanto a la pretendida artisticidad del pintado de las vacas, uno de los mayores inconvenientes lo ha generado el totum revolutum de sus participantes. Cuando se supo que no pocos artistas de cierto prestigio rehusaron entrar en el proyecto -con razones sobradas para no hacerlo-, parece ser que los organizadores no tuvieron más remedio que dar entrada a chicos y chicas de colegios e ikastolas públicos y privados, además de consentir que los tales o cuales patrocinadores se encargaran de contratar no sólo a artistas, sino también a publicistas, escaparatistas y diseñadoras de moda femenina para el pintado de los bovinos de fibra de vidrio. El resultado a la vista está. Se ha ido de improvisación en improvisación. Mas para improvisar hay que saber.
Y al hablar de saber, estamos seguros que los resultados hubieran alcanzado otro sesgo previas consultas con las galerías de arte de la ciudad e incluso con un buen número de artistas a título personal. Antes de meterse de hoz y coz en los proyectos, tanto más vale planificar con quienes saben qué pros y contras van a suscitarse. El oficio de artistas y galeristas radica en moverse a través de la organización de muestras de arte, tanto en exposiciones tradicionales como a través de instalaciones y perfomances. Lamentablemente, en muchas ocasiones el ser humano quiere para sí el éxito que puede conseguir tras su provechosa particular incidencia, antes que los resultados que beneficien a eso que llamamos bien general.
Pese a lo dicho, no dudamos que les llegarán a los organizadores incontables muestras de beneplácito por el acontecimiento multicolor de los rumiantes artificiales. Gentes que piensan que todo lo que se pinta es arte. Esos que creen que, porque les gusta a ellos, aquello tiene que gustar a los demás. Incluso algunos de esos son los que al ver un cuadro de Miró, de Dubuffet o de Karel Appel, por ejemplo, exclaman: '¡esto lo hace mi hijo!'. En esas ocasiones sabemos que Karel Appel suele contestar, con irónica contundencia: 'que lo haga'. Por su parte, el escritor Paul Léautaud, los trata con menos piedad: 'Cuando no se conoce nada, todo parece admirable'.
En cuanto a los niños, que es la parte más simpática de esta historia, nos parece un fallo no haber previsto la manera de que hubieran podido subirse encima de las vacas y jugar con ellas. Con articular un mayor número de imprimaciones o idear la manera idónea que pudiera propiciar la consecución de los juegos infantiles -con el menor deterioro posible-, tal vez los resultados finales hubieran enfelizado a buen tropel de niños. Por cierto, salvo en tres de las entradas del Parque de Doña Casilda, ni en este ni en los concurridísimos parques de Txurdinaga, Erkuce o Amezola hay una sola vaca de las 175 mal repartidas.
Ajilimójili: Ninguno de los niños a los que han entusiasmado las vacas pintadas hubiera hecho destrozo alguno en ellas, tal como lo han llevado a cabo unos cuantos desaprensivos no tan niños. Todo lo contrario. Aunque mirándolo bien, ¿todavía queda alguien a quien le sorprendan esos actos vandálicos? Uno sale de casa a diario y tiene ante sí una ciudad plagada de patologías de toda índole.
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