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LA CRÓNICA
Columna
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Nuestro hombre en Tirana

En la primavera de 1999 se creó la Comisión Albanesa de Emergencia para el Conflicto de los Balcanes y los Refugiados Kosovares, una iniciativa de la Generalitat de Cataluña para intentar controlar y distribuir la ayuda humanitaria que generó aquel sangriento conflicto. El éxito de la campaña de solidaridad sorprendió a la propia empresa: Cataluña fue el país que más contribuyó a ayudar a los habitantes de una tierra en la que todavía se amenaza a los niños diciéndoles: 'Si no te portas bien, vendrán los catalanes', una consecuencia de la expeditiva gira que los almogávares hicieron por la zona. Pasados los siglos, en cambio, los catalanes resultaron ser unos tipos dispuestos a ejercer un voluntariado activo que culminaría con la construcción y gestión del Alberg Catalunya, una especie de campo de refugiados con techo, cocina y unos mínimos de escolarización para los niños gestionado por unos curiosos embajadores sin país.

Ramon Pujol aterrizó en Albania con 2.000 toneladas de alimentos y el proyecto de repartirlas sin que los mafiosos se las robaran y con la misión de construir un albergue

A la cabeza de aquel grupo estaba Ramon Pujol, jefe de Protocolo y Relaciones Institucionales del Departamento de Bienestar Social, un cargo que no cabe en una tarjeta de visita y que tampoco responde mucho a la impresión que, a primera vista, causa el alto, campechano y resfriado Pujol en su despacho del Palau de Mar. Para dar cuenta de todas las gestiones realizadas y dejar constancia de dónde fue a parar la ayuda procedente de este país, Pujol ha escrito el libro Catalans als Balcans, editado por el departamento y que no se vende en las librerías. El libro tiene un espíritu notarial que le honra, aunque a veces Pujol ameniza su minuciosa crónica de gestiones, logros, dificultades y negociaciones con impresiones personales divertidas, como la descripción de un partido de fútbol de la selección albanesa y sus fanatismos o la pachorra del público de una noche de ópera en la que, a grito pelado, acompañaban a los cantantes. En conjunto, se trata de un testimonio que desmiente la tan cacareada inutilidad de la política.

Dos años después, Pujol recuerda qué le llevó a meterse en aquel lío. 'Acompañé al consejero a un campo de refugiados y el impacto fue brutal. Me di cuenta de que, sobre el terreno, podían resolverse muchos problemas, cosas concretas, así que me ofrecí'. Esta visión altruista rompe un poco el retrato robot del funcionario típico, en este caso de un cuarentón políglota, que pasó del gabinete de una empresa pública a las relaciones públicas de un departamento tras completar su formación diplomándose en la Universidad de Oviedo. ¿Es compatible la diplomacia de despacho con el voluntariado de riesgo? 'Por supuesto, sobre todo la diplomacia bien entendida, no la de escuela, sino la del día a día, que está permanentemente en contacto con problemas humanos, con realidades casi táctiles'. Así que el funcionario aterrizó en Albania con 2.000 toneladas de alimentos y el proyecto de repartirlas sin que los mafiosos se las robaran y, además, con la misión de construir un albergue. En estrecha colaboración con la ONG Ciemen-Acció Solidària, aprendió a moverse por una Tirana decadente, compartiendo entusiasmo con bomberos de Gijón, L'Hospitalet y Barcelona, descubriendo las diferencias entre solidarios figurones y entusiastas sin medios, entre héroes anónimos y farsantes de postín. En una tierra abducida por las promesas de la RAI, negociar con unas autoridades herederas de la nada y proclives a la corrupción no fue fácil. Como música de fondo, llantos de niños, balidos de animales en los mercados o ráfagas de kalashnikov. Como decorado, hospitales con camas compartidas, morbosidad informativa, búsqueda desesperada de pañales y compresas y el descubrimiento de un país cicatrizado por conflictos, sin autoestima y con un mosaico religioso en el que, con más pena que gloria, intentan convivir musulmanes, ortodoxos, católicos y agnósticos.

De aquella experiencia, a Pujol le han quedado algunas cosas claras. 'Que todos nuestros problemas son tonterías; no tenemos problemas, sino anécdotas. Que en un país en guerra se radicalizan los odios y la urgencia del presente anula todo lo demás y arrasa con los principios hasta el punto de que si intentas ayudar, te toman por idiota o por un hipócrita que, en el fondo, esconde una voluntad de beneficiarse. Que, a veces, los grandes proyectos de las ONG se diluyen demasiado y no se llevan a cabo. Que me sorprendió que algunos llegaran con sus coches blindados y chalecos antibalas. ¿Por qué llevan chalecos antibalas y la población no?, me preguntaba. Que las ONG que trabajan en proyectos concretos, y en las que están personas a las que puedes conocer y pedir responsabilidades, tienen más posibilidades de cumplir con su cometido'.

A Ramon Pujol, por ejemplo, un amigo le dio 10.000 pesetas y, cuando regresó, le preguntó para qué habían servido. 'Para reparar la dentadura de uno de los viejos refugiados del albergue. Como las prótesis dentales artificiales eran demasiado caras, tuvimos que utilizar los dientes de un cadáver. Eso son cosas concretas, como todas las que están anotadas en el libro', le contestó. Y no le dio un recibo firmado por el refugiado de milagro.

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