Hermosa elocuencia muda
Se sabe poco aquí de la elocuencia, paradójicamente casi muda, del eminente cineasta georgiano Otar Iosseliani, que se forjó en el Moscú de la Unión Soviética y, ahogado por aquel clima moral represivo, huyó a Francia y allí sigue, casi escondido, desde hace dos décadas, haciendo con cuentagotas el islote de su bellísimo cine, del que esta ¡Adiós, tierra firme! es su más reciente cumbre.
La desconcertante y sin igual, la mágica imagen que Iosseliani extrae de París es uno de los hallazgos más refinados y una de las señas de identidad más rotundas del cine francés reciente. La mirada -apacible, impregnada de amor y humor, y al mismo tiempo severa, recta y con un fondo duro, radical y comprometido- de este incatalogable cineasta deduce zumo de vida de una imagen riquísima y sin equivalente de la ciudad, una imagen luminosa, libérrima, expansiva, enamorada, abierta, que se perfecciona y se ahonda en cada nueva película con angulaciones insospechadas e inéditas indagaciones dentro de itinerarios urbanos secretos, en los que corre parsimoniosamente un tiempo, o tempo, lleno de armonía, de misteriosa música callada interior. Y en las concreciones de su mirada, este elegante y sutil cineasta ha creado, a lo largo de media docena de películas, que culminan en ¡Adiós, tierra firme!, un discurso o un flujo poético lleno de humor solidario y con aristas afiladas por la inteligencia.
¡ADIÓS, TIERRA FIRME!
Director y guionista: Otar Ioselliani. Intérpretes: Nico Tariaelashvili, Lily Lavina, Philippe Bass, Stéphanie Hainque, Mirabelle Kirkland, Amiran Amiranachvili, Otar Iosseliani. Género: comedia. Francia 1999. Duración: 90 minutos
Es ¡Adiós, tierra firme! un filme poroso, lleno de un aire que se respira con gozo, un filme que secuestra, cautiva, mueve y conmueve, y que lleva dentro la esencia del talento de este perplejo testigo del siglo XX y sus negruras y miserias, de las que extrae la jugosa gracia y las deslumbrantes chispas que brotan de los roces y cruces de una serie de vivísimas historias paralelas y confluyentes, trazadas con ligereza y precisión magistrales. Son cruces de líneas argumentales que se suceden en relevo y en contrapunto, creando así un continuo secuencial muy variado, pero nunca disperso, sino lleno de la apretada coherencia de una secuencia fluida y originalísima, que se cierra allí donde arranca el hormigueo humano que se mueve en estos deslumbrantes tejidos de relatos.
Y el círculo narrativo, una vez cerrado sobre sí mismo, expulsa hacia fuera la idea de un filme formalmente muy libre y tan audaz que quedará como uno de los pocos verdaderos casos de cine de autor genuino, no fingido, del cine europeo moderno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.