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OPINIÓN
Columna
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Gobernabilidad y gobierno

Al parecer, las cosas están ya resueltas en lo que al próximo Gobierno vasco se refiere: habrá un Ejecutivo monocolor, PNV-EA, con cierto apoyo de IU en el Parlamento, abierto, eso sí, a un posterior acuerdo más decisivo. Un Gobierno similar al anterior, aunque con un mayor apoyo parlamentario. Un asunto, en verdad, decisivo. De los 27 escaños con que contaba el Gobierno Ibarretxe antes del 13-M frente a los 32 de la oposición, pasaría ahora a tener 33-36 escaños frente a los 32 del PP y el PSE (que serían 33 a 35 si IU decidiera pasar abiertamente a la oposición). Una mayoría escasa pero suficiente para gobernar. Obsérvese que, tanto antes -en la última fase- como ahora, se deja fuera del cómputo parlamentario a EH (antaño HB, ahora Batasuna). Porque, en caso contrario, si Gobierno u oposición jugaran a acuerdos esporádicos con EH (7 escaños), esos equilibrios se romperían decisivamente. Es claro que la actual oposición no quiere jugar ese juego. Pero el Gobierno deberá tomar una decisión firme para que esto no ocurra en caso de un enfrentamiento marcado de IU (algo poco probable). Bastaría con que compusiera acuerdos concretos según el proyecto. De momento, está la palabra de Ibarretxe, de quien confío sinceramente que recupere su crédito. Ésta debería ser, en cualquier caso, la primera decisión firme del futuro Gobierno.

En efecto, el problema de la gobernabilidad parece resuelto. Pero, con ser esto decisivo, gobernabilidad no es sinónimo de gobierno de un país (aunque sí una condición necesaria). Gobernar quiere decir hacer frente a los verdaderos retos a los que se enfrenta esa sociedad, no simplemente poder hacerlo. Especialmente cuando son tan graves como los nuestros. Y hoy, como ayer, el reto está en evitar la exclusión social por amenaza de muerte y con oprobio; hoy como ayer, es un problema de libertad básica, de construir una sociedad integrada y tolerante. No otro.

Acertó Ibarretxe al señalar (y quiero seguir creyendo en esa palabra) que un país no puede construirse sin contar con la mitad de él, que no cabe la exclusión. Y acertó al marcar como tarea prioritaria de su próximo gobierno el logro de lo que él llama 'pacificación'. No creo que ahora se trate de dar a ese Gobierno un matiz más o menos social. Si IU cree seriamente en el proyecto de ese Gobierno en torno a este punto central, debiera dar el paso. No ampararse en un maquillaje social (que es mucho más digno que todo eso, y sobre el que volveré en otra ocasión con ayuda de mi amigo Brujo). Y, menos aún, culpar a terceros de sus propias debilidades; no se muestra precisamente un buen estilo.

Acuerdo contra la violencia. Ésta es, como era y seguirá siendo, la cuestión clave. Las cosas no han cambiado. Y en este punto, sí, debe cargarse se significado el término 'diálogo'. Se debe converger en el diagnóstico. Hoy la violencia directa y difusa se ha convertido en un eficacísimo instrumento de exclusión social (concejales que no pueden serlo, vecinos amedrentados, intelectuales exiliados). No es el residuo de un viejo conflicto (¿por qué no del de la injusticia, tan viejo como la humanidad misma?). El problema no es la violencia mafiosa, aun siéndolo, sino la violencia utilizada con fines políticos de exclusión. Sin saber que la violencia está asociada a esa idea de exclusión, como lo estuvo en la Alemania nazi o en la desaparecida Yugoslavia, no seremos capaces de avanzar.

A partir de ahí se impone, como una continuidad, la necesidad de una política institucional de unidad democrática. Una política de defensa decisiva, pedagógica, de los valores de la democracia, que, en efecto, es mucho más que un instrumento; es una cultura que se debe ir recreando permanentemente. Una política de defensa de las instituciones mismas, Gobierno vasco, Parlamento, Estatuto, cuestionadas en el pasado desde su interior, únicas formas jurídicas que tenemos de garantía democrática para cualquier proceso -por definición, todo proceso es abierto, pero ello no justifica la irresponsabilidad-. Sobre estos valores cabe un Gobierno fuerte que acuerde esos mínimos con la oposición, rechazando, por salud democrática, a quienes son partidarios de la exclusión social a través de la violencia.

Un Ejecutivo así, no sólo tendría garantizada la necesaria gobernabilidad del país, sino que comenzaría a hacer una verdadera labor de gobierno. De lo que todos nos alegraríamos, porque nos jugamos el futuro. Que no se nos escape el siglo XXI.

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