900 millones, y debían ser más...
Leo desde hace unas semanas que se critica a la Diputación porque tiene el propósito de instalar en la entrada de cada pueblo carteles que anuncian los elementos más significativos de los mismos. Ello se tacha de dispendio ya que existen todavía algunos núcleos que no poseen las infraestructuras necesarias -agua, alcantarillado, etc- y por tanto gastarse tanto dinero para este fin resultaría un despropósito económico al no tener en cuenta las prioridades que una institución como la Diputación de Valencia debe proporcionar a sus municipios.
Existen varias definiciones de demagogia, y diversas categorías de las mismas que los politólogos analizan, pero ciñámonos a la que destaca el profesor Pantercorbo: demagogia sería difundir una noticia verdadera sin analizar el contexto en que se produce para destacar la incongruencia de los hechos y resaltar su despropósito. Así podríamos decir que no debería existir la Capilla Sixtina, el Palau de la música, los museos, la restauración del patrimonio artístico, etc mientras subsistan carencias sociales, sanitarias o educativas. En efecto, siempre hay contradicciones entre lo que parece superfluo y las condiciones en que viven algunos ciudadanos. Claro que podríamos estimar que el hambre que existe en el mundo nos llevaría a una austeridad absoluta hasta que éste se eliminara, y no deberíamos gastar nada innecesario porque eso nos haría insolidarios. A partir de mañana nada de consumir en El Corte Inglés.
Las noticias demagógicas suelen producir un gran impacto en la población porque tienen apariencia de verdad y elevan a la categoría de auténtico aquello que parece obvio. Así, cómo no escandalizarse que existiendo pueblos que todavía tienen déficit la Diputación se gasta 900 millones en su señalización, una señalización que pretende mostrar, cosa que hasta ahora no se había hecho, las características que los viajeros que entran en una ciudad pueden encontrar, algo que parecería obvio en cualquier país europeo. Aún recuerdo que viajando por Inglaterra me encontré de pronto con un cartel que me avisaba que allí estaba enterrado Malcom Lowry, el autor de Bajo el volcán, unas de las obras más significativas de la literatura de siglo XX. Entré en el pueblo y visité su cementerio. Una gran parte de su riqueza y desarrollo se debía al anuncio de los restos del escritor. Existen verdaderas peregrinaciones cada año para visitar su tumba y se han formado asociaciones de malcomlowryanos. A lo mejor me apunto. ¿Y qué decir de Stratford-on-Avon, el pueblo de Shakespeare?
Pues bien, siempre he considerado que uno de los defectos que padece la Comunidad Valenciana es la falta de una señalización adecuada, no sólo en las carreteras provinciales y locales sino en los elementos artísticos o paisajísticos que esta Comunidad tiene de Vinaròs a Torrevieja. Podríamos tener un turismo más cualificado, que generara opinión si en Alzira, por ejemplo, hiciéramos un recorrido por aquellos parajes en que Blasco Ibáñez se inspiró para escribir Entre naranjos o ir a El Palmar para recorrer como un pueblo ha ido recuperando tierras a la Albufera como nos describe en Cañas y Barro. O visitar los lugares descritos por Almela o Fuster.
Igual ocurre en el interior de los pueblos de la provincia: señalar por ejemplo que en el termino de Serra subir a Els Rebalssadors es uno de los espectáculos más impresionante que podemos contemplar desde las últimas estribaciones de la Calderona, o escalar el Garbí para apreciar cómo se extiende el Camp de Morvedre. Si fuéramos a Alicante deberíamos ir a los lugares en que se inspiró Gabriel Miró, y en Castellón para recorrer el Maestrazgo y recordar uno de los enclaves de las guerras carlistas donde el general Cabrera campaba por sus respetos.
De esta manera ese turista accidental que viaja consumiendo monumentos o paisajes que olvida rápidamente, a lo mejor encuentra que la magia de envolverle en un contexto histórico y cultural puede hacer que esta Comunidad no sea conocida sólo por sus playas, y eso a la larga potencia una imagen, y las imágenes generan opinión. Y las opiniones sirven para que se vaya formando una consideración de seriedad que reporta a la media y a la larga beneficios económicos. Que se lo digan a las finanzas del Vaticano con las pinturas de Miguel Ángel o el baldaquino de Bernini en la Iglesia de San Pedro.
Y es que no se trata sólo de nominar el lugar, consiste en estimular su visita al viajero que pasa, y que puede ser incitado a descubrir a los Borjas de Gandia o por qué los setabenses colocaron el cuadro de Felipe V al revés. Aquí no necesitamos crear películas del Oeste como los norteamericanos, que son sus cantares de gesta, como nosotros tenemos el poema del Mio Cid o Tirant lo Blanc.
Más dinero, por favor, para unos pueblos cargados de historia, incluida la guerra civil, que da para mucho, y serviría para recordar la gran tragedia de los españoles y los valencianos en el siglo XX, como se recuerdan en Virginia diversos episodios entre federales y confederales. Otra cosa es que la adjudicación de los encargados de llevar a término las señalizaciones se haga respetando la ley de contratos del Estado, y para ello existen cauces que los funcionarios conocen bien. Todo lo demás es demagogia, pura retórica que sólo sirve para confundir.
Javier Paniagua es profesor de Historia Social y del Pensamiento de la UNED.
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