_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El debate europeo: algunas ideas fuerza

I. El euro está a punto de entrar en los bolsillos de los ciudadanos europeos al tiempo que pierde posiciones respecto al dólar; la ampliación a los países del Este -y otros- es un fenómeno imparable -a pesar del referéndum irlandés- que pone en solfa toda la arquitectura institucional de la Unión; la hegemonía americana se acentúa en una dirección no acorde con los intereses europeos en materias como defensa, medio ambiente, cultura y comercio; en cuestiones de política exterior, la Unión sigue siendo un sujeto más pagador que decisor y, sobre todo, los ciudadanos siguen bastante ajenos al debate sobre el futuro de Europa. El tratado de Niza, último de la serie, no resolvió ni aclaró hacia dónde caminaba este gran proyecto en el que nos jugamos nuestro futuro. Por eso, desde la propia reunión en la ciudad francesa se lanzó la idea de un gran debate, que involucrase a instituciones y ciudadanos, sobre el futuro de la Unión y que culminase en la cita berlinesa del 2004, pues las cosas no pueden seguir así. Y el debate ha comenzado a través de las intervenciones de actuales responsables políticos como Fisher, Schroeder, Jospin, Prodi, Rodríguez Zapatero, entre otros. De momento, el gobierno español ha quedado al margen. En realidad, no sabemos qué postura tiene en esta apasionante discusión, aparte de las frustrantes escaramuzas con Alemania sobre los fondos de cohesión. Tengo para mí que una cierta derecha española no se encuentra cómoda en este debate. España llegó tarde a la cita con Europa por culpa de la dictadura franquista y la gran tarea de anclar, de una vez por todas, a España en Europa fue obra de una generación y de unas fuerzas políticas y sociales que no son las que hoy gobiernan nuestro país. Con ello no quiero insinuar que el actual gobierno no esté a favor de la construcción europea, pero lo cierto es que no ha lanzado ni una sola propuesta interesante sobre el particular y siempre se ha movido pensando en cuestiones internas. Probablemente porque no tiene una idea global de Europa y sin eso es inviable tener un proyecto para España. No es una casualidad que desde el momento en que el PP llegó al poder, España se fuese alejando del eje franco-alemán para establecer relaciones 'privilegiadas' con la euroescéptica Inglaterra, el inquietante gobierno Berlusconi o la ultrarreaccionaria USA de Bush.

II. Es complicado avanzar, a partir de ahora, en la construcción de la Unión sin una concepción global de Europa. Es decir, si no se atina en las ideas fuerza que sirvan para hacer atractivo a los ciudadanos de tan variados países caminar juntos, en este mundo globalizado, en la construcción de un proyecto común de convivencia que abarque los más variados aspectos de las realizaciones humanas. Ya que es necesario responder a una pregunta previa a las demás. ¿Para qué a un español, a un danés, a un griego o a un alemán les interesa crear juntos un sujeto económico y político común? No sirve ya decir, a las nuevas generaciones, que la Unión es necesaria para evitar las guerras entre europeos; o para unificar la Europa del Este y la del Oeste. No se construyen proyectos de futuro sobre realidades ya existentes. Hay que ir más allá, salvo que nos quedemos en una amplia zona de libre comercio, como creo que les gustaría a algunos. Una Unión, ¿solamente para que trasieguen con mayor fluidez las mercancías, los capitales, no tanto las personas? No sería muy apasionante para los mortales y, además, si se queda en eso correríamos grandes riesgos de involución. Europa tiene que aportar al conjunto de la humanidad, perfeccionadas si se quiere, sus mejores realizaciones históricas, las que podríamos denominar sus señas de identidad comunes o modelo de sociedad. La primera de todas, una determinada concepción de la democracia que no sólo comprenda el respeto de los derechos humanos y las libertades políticas sino también la idea de solidaridad e igualdad que es requisito de la cohesión social. Europa es impensable sin las conquistas del estado de bienestar, que solamente podremos conservar y acrecentar, en las circunstancias de la globalización, si marchamos juntos con una gobernación común de la economía y la política. Idea de democracia que la distingue de otros modelos que o bien sacrifican la solidaridad en aras de una determinada concepción de la libertad o bien sacrifican la libertad en el altar de una supuesta igualdad, lo que conduce en los dos casos al sacrificio de ambas. Idea de democracia que si bien está consolidada puede irse vaciando de contenido si no garantizamos la participación creciente de los ciudadanos en la toma de las decisiones que les afectan.

III. La unión de Europa ha nacido de la experiencia de las devastadoras guerras que la han asolado durante varios siglos. Y en consecuencia su ambición debería ser convertirse en una gran potencia para la paz. La Unión es ya un sujeto económico global, pero no lo es políticamente hablando. Éste es el reto de los próximos años. Para ser una gran potencia de paz debería propiciar la globalización del bienestar y la democracia en el mundo, porque sin libertad y un cierto grado de reparto de la riqueza no es posible la paz. No es realista concebir Europa como sujeto político global sin poner en consonancia sus medios militares, con una defensa común, que la libere de dependencias y la permita jugar un papel equilibrador en la política internacional, incluso en la perspectiva de un paulatino desarme y no en el rearme que propone Bush.

IV. Por otra parte, el territorio de la Unión es un rico espacio de pluralidades culturales que hunde sus raíces en lo mejor de la historia universal y que debe ser conservado, potenciado y, en su caso, defendido de una uniformidad empobrecedora ajena a nuestras mejores tradiciones. Para los europeos los bienes de la enseñanza y la cultura no han sido nunca mercancías como cualesquiera otras. Es bien cierto que las obras de los creadores deben someterse a la prueba del mercado, pero no lo es menos que la cultura, así la lengua, es parte de nuestra identidad más profunda y no podemos dejarla inerme ante la invasión del más fuerte en el mercado. La idea de que la construcción europea daña las identidades nacionales es errónea, pues sucede todo lo contrario. Sólo los medios que esa unión proporcionaría pueden contrarrestar la actual uniformidad que nos invade. De otra parte, la Europa que un día derribó un muro que la oprimía no puede ahora levantar otro que no por más sutil deja de ser tan cruel e impenetrable. Si no podemos asumir masas de inmigrantes ayudemos de verdad al desarrollo del tercer mundo y no contribuyamos, como hasta ahora, a la desigualdad creciente. La Europa del futuro o acepta la diversidad cultural y étnica o no será, salvo que deje crecer en sus tierras mortíferas plantas para la libertad como son el racismo y la xenofobia.

V. La juventud europea es cada vez más sensible a la idea de que somos parte de la naturaleza y de que los ataques contra ésta son, en el fondo, atentados contra los derechos humanos. Cuando sentimos y decimos que el planeta está amenazado es estúpido deducir que no somos los humanos los que estamos en grave peligro. No debe haber, pues, separación entre los derechos humanos y los 'derechos de la naturaleza'. La Unión debe ser un bastión del desarrollo sostenible y duradero y debería oponerse a las agresiones contra el medio ambiente con tanta energía como si lo fuesen contra los derechos del hombre. Hoy en día es tan grave o más para la humanidad la postura del presidente de USA sobre el protocolo de Kyoto que la actividad de los tiranuelos que todavía pululan por el planeta.

Todas estas ideas fuerza son las que nos hacen pensar que vale la pena construir una Europa unida, pues sin el esfuerzo combinado de todos sería impensable su realización práctica. Necesitan, sin duda, propuestas más concretas, pero creo que es previo responder a la pregunta ¿para qué queremos marchar juntos los europeos hacia un destino común? Probablemente porque si queremos conservar y profundizar en nuestro modelo de sociedad, en nuestra democracia y bienestar, en mantener la paz, en no destruir el planeta, potenciar nuestra plural identidad y contribuir de manera efectiva a un mundo en el que la democracia y el desarrollo sean generales, únicamente lo podemos hacer cada vez más unidos, pues por separado seríamos impotentes y además dominados.

Nicolás Sartorius es vicepresidente de la Fundación Alternativas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_