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Columna
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Etcétera

Juan José Millás

En el verano, las calles se meten en las casas con resultados estremecedores. La gente abre las ventanas para que entre el aire, pero en lugar de entrar el aire entran las moscas, el anhídrido carbónico, el ruido de las obras municipales, de los automóviles, de los bares, así como los gritos de la gente feliz y desdichada, que se manifiestan igual. Entonces nos damos cuenta de hasta qué punto el exterior es agresivo. Todo invita a hacer de la propia casa una caja fuerte. Es ésta una época de dobles ventanas, doble vida, doble rasero, doble personalidad, palabra doble.

Abres la ventana para que entre el fresco y en lugar de entrar el fresco entra una moto por el salón y sale por la cocina. A mí se me coló una vez por la ventana del estudio un helicóptero que salió por la del dormitorio. Los policías me saludaron al pasar porque ya éramos viejos amigos. Estaban investigando las azoteas, como es su obligación, de modo que el ruido era un efecto secundario o colateral, qué le vamos a hacer. En esta época no tengo más remedio que trabajar con la ventana abierta, para que corra el aire, pero el aire se queda quieto. No deja de moverse, en cambio, la maquinaria del Ayuntamiento, que levanta calles y aceras a lo loco. Uno ha intentado comprender mil veces el criterio con el que el Equipo A de Álvarez del Manzano actúa, pero no hay forma. Ahora dicen que suena para embajador de España en el Vaticano. A ver si es verdad y se larga. Esta ciudad necesita un poco de sosiego, sobre todo en verano, cuando la calle entra en la casa y, con la calle, ese hilo de aire que proporciona un ligero alivio a los pulmones.

Dicho esto, y como el verano es también una época de interrogantes filosóficos, nos preguntamos ingenuamente si hay leyes antirruido, leyes anticontaminación, leyes antibasura, leyes, en fin, que garanticen a los ciudadanos que al abrir la ventana nadie les va a arrojar un cubo de basura dentro del dormitorio. Durante la Edad Media era un peligro pasar por debajo de las ventanas porque al grito de 'agua va' te arrojaban un cubo de inmundicias. Ahora estamos viviendo una Edad Media al revés, puesto que lo peligroso es caminar por el interior de la vivienda. Vas del cuarto de baño a la sala de estar cuando alguien grita:

-Decibelios van.

Y te cae encima un helicóptero o un camión de gran tonelaje o el ladrido de un perro insuficientemente educado. Hay gente que deja ladrar a los perros durante horas para ayudar a Álvarez del Manzano a enloquecer al que permanece honradamente dentro de su casa, sin meterse con nadie. A veces, abres la ventana y en lugar de entrar el aire entra un asesino. Pero del asesino de Pozuelo ya hemos hablado la semana pasada y se ha quedado antiguo. Ansuátegui y Múgica, delegado del Gobierno y Defensor del Pueblo, respectivamente, dijeron aquello de la seguridad privada y continúan sueltos, por lo visto. Estamos rodeados, pues, por el Gobierno y por los que tendrían que defendernos del Gobierno. Abres la ventana para respirar un poco, pero en vez de entrar el oxígeno entra una declaración asfixiante de Múgica.

Y es que no hay leyes anti-Múgica, como no hay leyes antirruido ni leyes anticontaminación ni leyes antimanzano. Quizá las haya, pero no se aplican, que viene a ser lo mismo. Tiene uno que elegir entre cerrar las ventanas y perecer de asfixia o abrirlas y perecer de una declaración. En esas estábamos cuando vi a un vecino colocando dobles ventanas antibalas.

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-Es para que no entre la realidad -me dijo.

También me dijo que iba a poner aire acondicionado. Es lo que hice yo el año pasado, pero estuve a punto de perecer por culpa de unas anginas que me dieron 40 de fiebre en pleno mes de julio. No sé si ustedes han probado unas anginas de este calibre con cuarenta grados en el exterior, pero les aseguro que es horrible. O sea, que cierras las ventanas y pones aire acondicionado para que no entren los ruidos, la polución, los helicópteros, las grúas municipales, las declaraciones de Ansuátegui y Múgica, el asesino nocturno, pero te entra la fiebre y estás listo.

¿Y dónde se denuncia todo esto? En ningún sitio. Ya lo han dicho el representante del pueblo y el representante del Gobierno: esto es la ley de la selva. Dispare usted desde su propia ventana a quienes le molesten o viva en una caja fuerte en vez de en un hogar con ventanas, que también es capricho. En el verano, las calles se meten en las casas con resultados estremecedores. La gente abre las ventanas para que entre el aire, pero en lugar de entrar el aire entran las moscas, el anhídrido carbónico, etcétera.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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