Violencia en el metro
Son las nueve de la mañana del 18 de junio y estoy impresionado de la escena que acabo de ver en la estación de metro de Laguna. Entre las 8.30 y las 8.40, dos, o quizás tres vigilantes jurados, dos con uniforme y uno sin él, han apaleado con sus porras a dos muchachos de entre 17 y 20 años, delgados, pelo corto, con mochila, que, aterrados, pedían que no les pegasen; a uno de ellos le han abierto una brecha en la ceja, de la que sangraba abundantemente.
Los que pasábamos por allí nos hemos quedado sorprendidos por tan gratuita violencia. Una niña, agarrada a la mano de su madre, le ha preguntado por qué les pegaban. Su madre no ha sabido contestarle.
¿Es necesaria tanta violencia contra dos chicos indefensos? He pensado, con terror, que uno de ellos podría ser mi hijo o cualquier otro cuyo delito fuera entrar sin pagar, cantar, saltar o cualquier tontería que pudiera enfadar a tan celosos y crueles vigilantes. Les aseguro que escenas como éstas no transmiten más seguridad a los viajeros, sino todo lo contrario.
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