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Columna
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Ensalada

Una empresa de Navarra ha registrado la marca Ensalada de la Huerta Valenciana, bajo cuyo nombre comercializa un variopinto conjunto de hortalizas procedentes de la ribera tudelana del Ebro. El periódico que el domingo pasado daba cuenta de ello es el mismo que hace unos años hubiera convertido esa información en piedra de escándalo contra 'un Gobierno incapaz de defender los intereses valencianos'. Hoy es una página dominical con datos de la empresa y de la gama comercial de hortalizas manipuladas. Una página aderezada, eso sí, con algunos de los resabios chauvinistas de la casa. Y puede que ese pequeño adobo ideológico sea suficiente para extenderse como una mancha de aceite subliminal en la macerada memoria de los lectores del rotativo. De esta forma se evocan sus fantasmas familiares y se les halaga el retrogusto de su educación sentimental, pero de forma suave, ligera, light, como los tiempos que corren.

En cualquier caso, el cambio en el tratamiento dado a la dichosa ensalada de la huerta valenciana, poca cosa es en comparación con lo que está pasando con la lengua, igualmente valenciana. Hoy vemos a los que antaño agredían a las autoridades, lanzando huevos contra sus propios dirigentes, convencidos de que la Academia Valenciana de la Lengua, auspiciada por Eduardo Zaplana con el apoyo del PSOE es un instrumento del pancatalanismo. Y sin embargo, aparecen en los medios hasta ahora afines como un trasnochado reducto, como idealistas equivocados con esa lectura que hacía el franquismo del falangismo puro y duro, o el centrismo de la transición de los nostálgicos del franquismo.

Y es que con el tema de la lengua y la reconversión zaplanista, posiblemente nos encontremos con ese tipo de aparentes paradojas que tanto han abundado en la política española. Recordemos. Tuvo que ser un ex secretario general del Movimiento Nacional, quien desde la jefatura del Gobierno propiciara el harakiri franquista. Tuvo que ser un Gobierno socialista el que hiciera la reconversión industrial y metiera a España en la OTAN. Ha tenido que ser un Gobierno del PP el que suprimiera el servicio militar obligatorio e intente llenar sus filas con soldados de fortuna. Ha tenido que ser un presidente de la Generalitat, como Eduardo Zaplana, natural de Cartagena y con acento panocho, el que haya propiciado el acuerdo de la academia. Aparentes paradojas que dan cuenta de los límites en que se mueven los gobiernos, realquilados de lujo en el edificio de un poder que muchas veces no es precisamente el que otorga las urnas.

Por lo demás, la lengua siempre ha sido aquí un tema muy socorrido para distraer al personal de otros asuntos. Y así se da por sentado que el presidente del Gobierno valenciano se aburre como si ya no tuviera trabajo por haber cumplido sus compromisos de gestión. Los retrocesos en inversión sanitaria se esconden simétricamente a como se esconde la inversión pública en proyectos privados de ocio como Terra Mítica y tiene que ser la Unión Europea la que abra expediente para que nos enteremos de lo que el Gobierno valenciano gasta en atracciones de feria. Como se esconde no ya el endeudamiento de la Generalitat que también, pero que ya irá saliendo porque, aunque sea a largo plazo y con otro Gobierno, habrá que pagarlo, sino algo bastante distinto, el déficit, los agujeros negros de cada ejercicio presupuestario. Esa sí que es una ensalada amarga y difícil de tragar.

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