La nueva derecha europea
La historia reciente de nuestro país parece demostrar que nuestra gran especialidad política es ir a contrapié del resto de Europa. No hablo sólo de los cuarenta años de la dictadura franquista en una Europa que iba saliendo de la catástrofe de sus dos guerras, sino también de nuestro periodo democrático. Cuando en 1982 el Partido Socialista ganó las elecciones por mayoría absoluta y empezó a gobernar en una monarquía -novedades insólitas las dos en toda nuestra historia-, en la Europa de este lado del muro de Berlín predominaban las derechas en la República Federal Alemana, en Gran Bretaña, en Italia, en Portugal, en Bélgica y en Grecia. Incluso en Francia, con Mitterrand al frente, se producían alternancias entre socialistas y gaullistas, con más peso de éstos que de aquéllos. Ahora, ya derrocado el mismo muro, cuando predominan las izquierdas en la RFA, en Gran Bretaña, en Francia, en Portugal, en los países nórdicos, en Grecia y en los Países Bajos, en España tenemos un Gobierno de derechas puro y duro, que ya tiene un compañero igualmente puro y duro, Silvio Berlusconi, y otro Gobierno parecido, el de Austria, con el nazi Haider en el candelero.
Dejando de lado a este último, José María Aznar y Silvio Berlusconi son, pues, los dos adalides de la derecha europea en un momento decisivo para el futuro de la Comunidad Europea. La derecha anterior, la de los De Gaulle, Kohl, Thatcher, Chirac, Andreotti y demás, se apoyaba en un proyecto de Europa condicionado por la división de ésta en dos bloques: el Este y el Oeste o, más exactamente, el ruso y el norteamericano. Por la misma razón, la izquierda tenía dificultades porque la línea divisoria fundamental era la confrontación entre comunismo y anticomunismo y los partidos socialistas se encontraban a menudo convertidos en el jamón del bocadillo, a pesar del empuje de Mitterrand en Francia y de la solidez del socialismo nórdico.
Hoy la línea divisoria ya no es comunismo sí o comunismo no, y la tarea fundamental, la que marcará el futuro de nuestro continente, es la construcción de una Europa unida, capaz de superar una terrible historia de confrontaciones y de convertirse en un gran espacio de democracia política y económica. Y es significativo que el gran motor de este cambio sea hoy una socialdemocracia que ha salido con fuerza de sus dificultades y que empieza a diseñar las estructuras del futuro, como han hecho ya Schroeder en la RFA y Jospin en Francia.
Frente a esto, tenemos una derecha británica que sólo clama contra el euro como moneda única, una derecha francesa dividida y metida en una seria crisis, una derecha italiana tan dispersa como la izquierda italiana, una derecha alemana que no se ha repuesto de la desaparición de Helmut Kohl y, en definitiva, una derecha que no ha encontrado un nuevo rumbo ni una nueva perspectiva.
La pregunta es, pues, si José María Aznar y Silvio Berlusconi son los líderes capaces de pilotar el renacimiento de una nueva derecha europea en una Europa que ya no es ni será la del pasado, en un momento de cambios fundamentales de la estructura económica y también de cambios en la estructura y el papel de los Estados.
A tenor de lo que hemos visto hasta ahora, mi respuesta sería que no, por varias razones. La primera es que ambos se aferran a su propio espacio y no se les ve, ni política ni personalmente, como los forjadores de un gran proyecto que pueda abrir el camino a una nueva derecha europea potente.
La segunda y más importante es que, en el mundo de la globalización, ambos ven el Estado como una especie de feudo y de palanca político-económica que sirve para fortalecer sus propias posiciones partidistas en dos o tres temas principales, como son el control de los medios de comunicación, el control y hasta la apropiación de empresas públicas convertidas en privadas y, en general, el acercamiento y hasta la fusión entre lo público y lo privado.
En el caso de Berlusconi esto es claro y transparente: se queda con todos los grandes medios de comunicación televisiva y otros, fortalece sus propias empresas y está en condiciones de apoderarse de otras, y sabe que cuando deje el poder político, que sólo es una parte de su poderío, seguirá siendo, si cabe, más poderoso porque desde el Gobierno habrá dado un paso de gigante para situarse mejor en el ámbito de la globalización.
No muy diferente, aunque quizá no tan descarnado, es el poder político que encabeza José María Aznar en nuestro país. No hay más que recordar que cuando el PP ganó las elecciones de 1996 por una mayoría exigua una de las primeras cosas que intentó, de manera extremadamente soez, fue cargarse inmediatamente al Grupo PRISA y a los dirigentes del Grupo Zeta, considerados como enemigos suyos. Con la ayuda de lo que ahora llamamos la 'Brunete mediática', lanzó una batalla brutal que a punto estuvo de terminar con el encarcelamiento de los máximos dirigentes de PRISA. Yo viví muy de cerca aquel rifirrafe como diputado y comprendí -como comprendieron todos los demás- que entrábamos en una nueva fase política extremadamente peligrosa. Luego ha habido otra fase, la de la privatización de las grandes empresas públicas, que casi todas han ido a parar a manos de afines al propio Aznar. De modo que cuando Aznar y sus compañeros del PP dejen el poder político seguirán teniendo en sus manos un fortísimo poder mediático y económico.
Estamos, pues, en una nueva fase de la derecha europea. Si la izquierda discute sobre las consecuencias, los valores y los peligros de la llamada globalización y las relaciones de la misma con el poder político de cada país y de la futura Europa unida, la derecha actual se convierte en agente directo de la misma globalización, con el Estado y sin él, con el poder político en sus manos y sin él. No sé si saldrán otros líderes de esta derecha, con más amplitud de visión y con más sensibilidad hacia la integración de una Europa plural y compleja, pero de momento esto es lo que hay: Aznar y Berlusconi. Un Berlusconi que desde hace tiempo va sorteando la justicia italiana a base de mucho dinero y un Aznar que crea un consejo de personalidades para estudiar el futuro de Europa y que en el acto de su presentación se permite el lujo de convertirles en enemigos radicales del PSOE sin pedirles su opinión. O también un Aznar que se carga el Poder Judicial para favorecer a un juez condenado por prevaricación, y un Aznar que saluda a Bush como un vasallo, a sabiendas de que los demás países europeos no aceptan, como acepta él, el gran negocio del llamado escudo antimisiles.
Jordi Solé Tura es senador por el PSC-PSOE.
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