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Crítica:FESTIVAL MOZART
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo sencillo es hermoso

En el paso del ecuador de su cuarta edición coruñesa, el Festival Mozart incidió este fin de semana, con Orfeo y Eurídice, de Gluck, y Zaide, de Mozart, en los dos ejes fundamentales de su programación operística de este año, basada en el mito de Orfeo y en las turquerías y orientalismos del arte lírico occidental.

Zaide se situaba precisamente después de La flauta mágica de la semana anterior, buscando las líneas de correspondencia entre un punto de partida y otro de llegada a través del singspiel. El Festival Mozart ha tenido siempre cierta debilidad por Zaide. En su década madrileña se pudo escuchar en la segunda edición y en la última, con la Ópera de Cámara de Varsovia y con la Academia de Música Antigua, respectivamente. En A Coruña, ahora, incluso ha merecido los honores de una nueva producción, la única del festival.

'Zaide' y 'Orfeo y Eurídice'

Zaide, de Mozart. Teatro Rosalía de Castro. A Coruña, 15 de junio. Orfeo y Eurídice, de Gluck. Palacio de la Ópera. A Coruña, 16 de junio.

¿Qué tiene Zaide para esta atracción? Por encima de todo, la belleza de la música. La obra es ingenua y antiteatral. Su estilo es simple; su estructura, esquemática. Rinaldo Alessandrini dirigió la dúctil y flexible Sinfónica de Galicia como si estuviese al frente de una orquesta de instrumentos originales. Forzó las asperezas, los contrastes, los golpes secos. Y en esa dialéctica de estéticas cruzadas saltó el magnetismo, más evidente en los momentos dramáticos y expresivos, más enigmático en los contemplativos.

Lo imposible

Santiago Palés imaginó escénicamente la obra como un sueño del personaje Gomatz. Y de un plumazo, en ese carácter de ensoñación, de hiperrealismo, de deleite en las siluetas, de correspondencia entre el autor y sus personajes, consiguió hacer coherente lo imposible. Con la sugerencia de una vela de barco, con unos cuadrados a lo Albers, con los sutiles contrastes entre grises y rojos, con el protagonismo determinante de las voces. Fue la de Palés -curtido en mil batallas salzburguesas al lado de los Herrmann, Wernicke, Marthaler, Bondy y otros- una lectura elegante y sosegada, hermosa desde la sencillez, nada petulante. Y en ese espíritu encontró una inestimable ayuda en la escenografía nada farragosa de Carmen Castañón y en el colorista vestuario de Gabriela Salaverri. El resto fue una lección narrativa de utilización del color a través de la luz. Todo ello potenciado por la respuesta de los cantantes, claro. Cinzia Forte, de voz carnosa y viva musicalidad; Rockwell Blake, con su técnica apabullante; Josep Miquel Ramón, poderoso y con irresistible empuje; y, en fin, los muy estimables Jermy Ovenden y Federico Gallar.

Lo curioso era, en cualquier caso, presenciar una representación de tanto oficio de una ópera mozartiana de tan rara ubicación en un lugar tan alejado de los circuitos líricos como A Coruña. Quizá sea esa dimensión de hacer cotidiano lo difícilmente accesible uno de los mayores méritos de este festival.

No se consiguió una conjunción tan feliz entre música, teatro y voces en Orfeo y Eurídice, una ópera que en su intimismo arrastra muchas dificultades. La puesta en escena fue de corte moderno. Eurídice muere en un accidente de automóvil; el personaje de Orfeo se desdobla entre un actor y una cantante; coches, luces intermitentes, fotos de la noticia y una geometría en la distribución más sofocante que liberadora. Por ahí se movieron los cantantes, pero la chispa de la emoción no saltó. Y la de Gluck es una ópera de emociones. Sara Fulgoni estuvo correcta, pero no arrebatadora. Ana Rodrigo y Cristina Obregón se mantuvieron a cierta distancia. Como Josep Pons, al frente de la Orquesta de Castilla y León, en una lectura quizá contenida en exceso. El Coro de la Comunidad de Madrid, con Jordi Casas, volvió a mostrar su profesionalidad habitual.

Una escena de <b></b><i>Orfeo y Eurídice, </i>en el Palacio de la Ópera de A Coruña.
Una escena de Orfeo y Eurídice, en el Palacio de la Ópera de A Coruña.MIGUEL FERNÁNDEZ
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