_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dublín en Ronda

En los últimos años setenta y en los primeros ochenta hubo por Sevilla y Jaén y Granada y Córdoba apariciones de vírgenes, excursiones en autobús, peregrinaciones en coches particulares absolutamente cargados, una fiebre de fe, y el sol bailaba en el cielo, milagro de la Virgen María, anuncio del terrorífico y salvador fin del mundo mientras el Anticristo era obispo de Roma y el papa vivía en Sevilla. Y, en una novela de vanguardia, irlandesa, de 50 o 60 años antes, una mujer, Molly Bloom, recordaba su infancia andaluza, santos y vírgenes y milagros del Domingo de Resurrección: el baile del sol en el cielo de antes de 1900.

Leo que en Sevilla celebran en una cervecería irlandesa el Día de Bloom, el 16 de junio, día en que transcurren las mil y una páginas del Ulises, la novela de James Joyce, la novela de Leopoldo y Molly Bloom. ¿Todavía se lee el Ulises? Un día de junio de 1904 la gibraltareña Molly Bloom recuerda en Dublín el toque de guardia en la Roca, el cañonazo que anuncia el cierre nocturno de la verja, y Algeciras y la bahía, los monos y el primer beso, una corrida de toros en La Línea, mantillas blancas y caballos destripados en una época en la que, según Molly, más de la mitad de las muchachas de Gibraltar no llevaban bragas.

Son las últimas páginas del Ulises de James Joyce, en la traducción feliz de Francisco García Tortosa, profesor en Sevilla, donde, hace poco, Cervecerías Guinness fabricaba la Cruzcampo. Ian Gibson, que vive en Granada y celebra en Sevilla a Joyce, dice que Irlanda y España son el norte y sur de un solo país: un país de iglesias y bares. Dublín o Sevilla, o Granada y Málaga. Recuerdo lo que Claudio Magris decía de Trieste, puerto del imperio austrohúngaro: aquí el cenáculo literario no es el lugar de la literatura, el lugar de la literatura es el bar. Por los bares de aquí va James Joyce, profesor de idiomas, huyendo de la iglesia adormilada y de la casa familiar e inhóspita. ¿Existe todavía ese mundo?

Miro ahora mismo una foto del comerciante Ettore Schmitz, que hacía negocios de día y escribía de noche en Trieste, como tantos comerciantes de ahora pasan del programa de contabilidad de su ordenador al archivo dedicado a una novela autobiográfica y secreta. Schmitz, que está liando un cigarro en la foto, tomó el nombre de Italo Svevo para publicar La conciencia de Zeno, la historia de Zeno, comerciante como su autor: Zeno escribía porque, recordando, quería curarse de la mala vida, del tabaco. Svevo era un hombre muy de nuestro tiempo: quería dejar de fumar y murió en accidente de coche en 1928. Dicen que es el modelo de Leopoldo Bloom, el hombre al que ahora recuerdan en una cervecería de Sevilla, aunque quizá estén recordando nuestras ciudades, nuestra vida provincial.

Joyce pisó Dublín por última vez en 1912 y empezó a escribir su Ulises en 1915. Creó un Dublín tan verdadero que hoy es la imagen de muchas ciudades del mundo. Quizá su Dublín sea tan exacto porque Joyce vagó, como un Ulises irlandés, por Zurich, Trieste, Roma y París, y acabó en la cama de Molly Bloom, recordando las celosías de Ronda, donde no estuvo nunca, pero donde Molly se puso una flor en el pelo como hacían, dice, las muchachas andaluzas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_