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Nunca alguien molestó a más gente en menos tiempo

Ésta es la marca mundial establecida por el presidente Bush en sus primeros cien días de gobierno. Se especula si semejante registro responde a balbuceos iniciales o si está llamado a marcar pauta. Veremos, pero es un hecho que Bush ha comenzado su andadura internacional con resolución. El tiempo puede reclamarle correcciones, pero ya ha dejado ver que tiene criterios para moverse por el mundo. Uno es: 'lo primero, América'; y otro: 'o detrás de mí o enfrente'.

El primer criterio es sustantivo y establece una prioridad de intereses clara. El segundo es funcional y determina la manera de tratar con otros sujetos de la política mundial. Ambos criterios contrastan con los que utilizó Clinton durante los años noventa. Clinton sostuvo que, tras la guerra fría, las relaciones internacionales habían dejado de ser un juego de suma cero para convertirse en un juego en el que 'todos podían ganar'. La manera de lograrlo, decía Clinton, era 'colaborar con Estados Unidos'. Bush no está nada convencido de que en los próximos años la política internacional vaya a resultar un juego en el que todo el mundo puede ganar. Por eso quiere dejar claro que su prioridad es que Estados Unidos sea quien más gane: 'lo primero, América'. Bush cree que para lograr tal cosa el método que siguió Clinton no vale. Tener a todo el mundo de tu lado, aunque sea ambiguamente, es un procedimiento que a Bush no le inspira ninguna confianza. Su convicción es que para moverse en la escena internacional debe comenzar por saber con claridad quién está de su lado y quién no lo está. Y continuar diferenciando entre unos y otros: 'o estás detrás de mí o me encontrarás enfrente'.

Clinton llegó a la Casa Blanca al poco de desaparecer la Unión Soviética y se encontró con que Estados Unidos era el vencedor de la gran competición entre superpotencias que había marcado los cuarenta años anteriores. Y, al igual que ocurrió tras otras competiciones históricas, el vencedor creyó que su victoria sería definitiva y que podría conservar para siempre los privilegios que había adquirido. Sin embargo, esa esperanza siempre se reveló vana, y en el caso de Clinton, también. El tiempo fue mostrando que no todo el mundo aceptaba el liderazgo americano ni cooperaba a mantenerlo. Clinton se resistió a verlo, pero Bush lo tiene claro. Para los conservadores americanos, la influencia de Estados Unidos en el mundo viene decreciendo, al menos desde mediados de los noventa. Bush considera que el estatus internacional que alcanzó Estados Unidos al final de la guerra fría está cuestionado y que su tarea es restaurarlo. Además, cuenta con que el crecimiento que experimentó la economía americana durante los años noventa difícilmente se va a mantener otros diez años, es decir, sabe que la probabilidad de que Estados Unidos padezca una recesión en la presente década es alta y que, cuando eso ocurra, unas cuantas cosas van a complicar su gestión de la política exterior: varias economías de tamaño medio pueden desestabilizarse, el proteccionismo se fortalecerá en Estados Unidos y la opinión pública americana estará menos dispuesta a asumir costes y riesgos en el exterior.

Probablemente Bush se dice: si Clinton, con todos los factores a favor, no pudo evitar que Estados Unidos fuera perdiendo credibilidad e influencia, yo, que tengo que moverme en condiciones más desfavorables, para tener más éxito necesito aplicar una política diferente a la de mi predecesor. De ahí surge el paso de 'todos podemos ganar' a 'lo primero, América', y de 'colabore con Estados Unidos' a 'o detrás de mí o enfrente'. Bush piensa que Clinton se equivocó conformándose con una especie de pax americana en la que, aunque casi todo el mundo rendía pleitesía verbal a la 'única superpotencia', a la hora de actuar cada vez eran más los que ignoraban sus deseos. Ahora bien, ¿acierta Bush creyendo que puede reafirmar la posición de su país a base de dar prioridad a lo americano, reclamar disciplina a sus socios y presionar a quienes no lo son? Sólo apuntaré que corre el riesgo de que ocurra precisamente lo contrario.

La historia ofrece escasas regularidades, pero una bastante marcada consiste en que la existencia de una potencia con pretensiones hegemónicas concita oposición. El problema de Bush es que su estilo deja mucho más a la vista que el de Clinton las pretensiones hegemónicas que le animan. Con ello corre el riesgo de agudizar lo que trata de evitar. Bush no quiere hegemonías globales ambiguas, sino ordenar el mundo en torno a un poderoso campo bajo disciplina americana. Pero muy bien puede ocurrir que un número creciente de potencias acepten cada vez menos la disciplina que Bush reclama y pasen a actuar para imponer límites al comportamiento de Estados Unidos.

La secuencia, competición entre potencias, seguida de un interregno dominado por la potencia ganadora, que concluye dando paso a una nueva competición entre potencias, es algo que viene repitiéndose en la historia mundial desde que Colón y Magallanes hicieron que el mundo fuera uno. El estilo que Bush ha inaugurado puede estar precipitando el final del interregno clintoniano de la posguerra fría y dando paso a otro periodo marcado de nuevo por la competencia entre potencias. Si es así, caminamos hacia una situación mundial en la que Estados Unidos se va a esforzar por asegurarse un estatus privilegiado, mientras que una serie de potencias que rechazan esa pretensión van a ir coincidiendo en el empeño estratégico de reducir el poder de Estados Unidos. Con sus primeras medidas, Bush ha animado a Rusia, China, y puede que a más países, a emprender ese juego.

Enzarzándose con China y Rusia al mismo tiempo, Bush está contribuyendo a aproximar a esos dos grandes países, algo que en modo alguno le interesa. Que Rusia y China se aproximen tampoco le interesa a la India, por lo que Bush también está perturbando estratégicamente a un tercer gran país. A su vez, Japón teme que la defensa antimisiles americana lleve a China a incrementar sus capacidades nucleares y que polarice la situación en el Pacífico, dos cosas que desea evitar. Hay mil ramificaciones más, pero aquí sólo se trata de apuntar que Bush puede estar poniendo en marcha la dinámica a que antes me he referido: Estados Unidos se esfuerza por asegurarse un estatus privilegiado y una seriede potencias rechazan esa pretensión y responden intentando reducir el poder de Estados Unidos. Lo interesante es que la evolución de esa dinámica dependerá de que la Unión Europea y Japón acepten ajustarse al procedimiento 'o detrás de mí o enfrente' o de que se resistan a hacerlo, ya que Estados Unidos no puede organizar el mundo en una parte de atrás y una parte de enfrente si Europa y Japón en sus relaciones con terceros países ignoran dónde los sitúa Washington.

En eso reside el meollo del debate europeo sobre la política exterior americana y no en el contraste entre los enfoques de Clinton y Bush. Lo que Clinton se propuso fue asentar y consolidar la situación de superioridad estadounidense que se creó al final de la guerra fría. Y exactamente eso, y no otra cosa, es lo que hoy se propone Bush. Clinton lo intentó por una vía más persuasiva y cooperativa y obtuvo resultados que para Bush dejan mucho que desear. Bush ha empezado a intentarlo con formas más imperativas y conflictivas esperando obtener resultados mejores. Pero ambos buscan lo mismo. Ambos sueñan el sueño de los vencedores, ambos albergan la esperanza de impedir que la victoria de su país se vea cuestionada, y sus privilegios, disminuidos. Las diferencias entre Clinton y Bush residen en cómo servir mejor ese objetivo.

Para quienes no gozan de los privilegios de Estados Unidos, y no digamos ya para países que padecen por efecto de esos privilegios, el debate planteado es otro. Se centra en cómo reducir los desequilibrios heredados de los años noventa, el mayor de los cuales es la superioridad de Estados Unidos sobre el resto de los países. Si Europa aspira a algo más que a estar detrás de Bush, lo que debe plantearse es qué pueden hacer la Unión Europea y sus Estados miembros para mejorar su posición respecto a Estados Unidos. Pero, hoy por hoy, los políticos europeos parece que prefieren discutir las diferencias entre Powell y Cheney.

Carlos Alonso Zaldívar es autor de Al contrario: sobre liderazgo, globalización e injerencia.

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