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Columna
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Julio y Eduardo

Julio Iglesias comparece hoy en la plaza de toros y si su amigo Eduardo Zaplana no lo remedia, próximamente, cantará en las Cortes Valencianas.

La estúpida obsesión que tiene la realidad por imitar a la ficción produce extraños fenómenos. Ahora acaba de llevarse a la tumba a un vecino de El Palmar, víctima del tiro de escopeta que le descerrajó un amigo. Era una discusión sin importancia, pero la escopeta estaba allí. Miquel Alberola aludía a las novelas de Blasco Ibáñez, sí, pero también podríamos acordarnos de Primera Plana, la película de Billy Wilder en la que el pobre diablo a punto de ser ejecutado explica que disparó porque tenía una pistola entre las manos y las cosas están para usarse. Es decir, que el objeto conduce a la acción, el arma al disparo... o el poder a la corrupción.

Y es que hay cosas que claman las unas por las otras. Sin ir más lejos, las Cortes Valencianas. El día en que a sus señorías se les ocurrió dar el tratamiento de Molt Excelent President a su primus inter pares, auguré que semejante dignidad protocolaria acabaría pareciendo un tebeo de Mortadelo y Filemón y su jefe el Superintendente Vicente... y así sucedió, apenas unos años después, cuando a pesar de ser el grupo más minoritario de la cámara, Unión Valenciana consiguió hacer de González Lizondo el Molt Excelent President Vicent.

Pero no se acabaron ahí mis profecías sobre ese lugar, y pido disculpas porque con tanto vaticinio cumplido parece que pretenda disputar el papel de profeta chirivía en estas páginas a Vicent Franch y su 'ya lo dije yo'. Cuando se reformó el Palacio de Benicarló para construir el actual hemiciclo, también pronostiqué que aquello acabaría convertido en un club de música. Aún no habían acabado de instalar las poltronas, pero el maderamen de las paredes convertía aquella estancia en la sala de mejor acústica de la ciudad en un tiempo en que acababa de abrirse Perdido Club de Jazz y estaba por inaugurarse el Palau de la Música. Lástima que los intérpretes no estuvieran a la altura del escenario más famoso por su coro de castrati, parlamentariamente hablando, cosas de las mayorías absolutas. Allí apenas destacaron algún tenor, como Segundo Bru, y algún que otro barítono del género bufo, como Martín Quirós. Hasta que llegó Eduardo Zaplana que, como todo el mundo sabe, es un gran cantante melódico.

Aunque todo eso no deja de ser una metáfora. Ahora la realidad se impone y el Grupo Parlamentario Socialista ha amenazado con pedir la comparecencia en la cámara de Julio Iglesias para que cante, para que aclare lo que Eduardo Zaplana y su consejero de Industria se niegan a explicar: cuánto dinero de la Generalitat Valenciana han costado sus conciertos promocionales, a quién y en concepto de qué han ido a parar los 533 millones por encima de los 375 millones del contrato conocido y por qué han sido desviados a paraísos fiscales.

Hace unos días, en unas declaraciones radiofónicas, Julio Iglesias afirmó que Eduardo Zaplana era 'un gran empresario'. Algo que si lo hubiera dicho un político de la oposición, hubiera sonado a una ironía, pura maldad, pero que oído de boca de quien se dice su amigo, francamente, da para pensar.

Algo raro pasa cuando los hechos convierten las metáforas en realidad y los cantantes tienen que interpretar sus milongas en las Cortes.

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