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Columna
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Inversiones garantizadas

Juan José Millás

Aseguran los expertos del hospital Gregorio Marañón que la ansiedad infantil ha crecido un 20% en cinco años. Quizá un 20% no sea mucho si hablamos del índice Dow Jones, o del producto interior bruto, no lo sé, pero referido a la ansiedad se trata de un porcentaje pavoroso. No hay fondo de inversión que haya dado unos beneficios tan altos, ni en la renta variable ni en la fija, durante el último lustro. La ansiedad debería entrar ya en el Ibex 35, que es donde cotizan los valores más seguros del mercado.

A lo mejor lleva usted invirtiendo en felicidad durante meses y meses; tal vez se ha casado o se ha divorciado, o se ha puesto a estudiar fontanería por correspondencia. ¿Y qué beneficio ha obtenido de estas actividades? Seamos sinceros: poco o ninguno. En cambio, si hubiera usted invertido en ansiedad, como hacen los niños, que son más listos que nosotros, hoy tendría usted un 20% más de ansiedad que hace cinco años.

-Es que yo no soy nada ansioso -se dirán algunos.

Naturalmente, ni usted es nada ingeniero, ni nada médico, ni nada electricista. La ansiedad es una conquista, como el resto de las cosas de la vida. ¿Acaso le ha regalado alguien el insomnio? ¿Verdad que no? ¿Verdad que se lo ha tenido que trabajar usted a pulso, como esa faringitis crónica o ese ardor de estómago infernal? Pues con la ansiedad pasa lo mismo. No sabemos si estamos dotados para ella hasta que empezamos a practicarla. Comience usted mordiéndose las uñas, incluso las uñas de los pies. Muchos creen que la gente se muerde las uñas porque está ansiosa, pero es al contrario: está ansiosa porque se muerde las uñas.

De modo que cuando acabe con sus uñas, continúe con las de su esposa. Y luego vaya a la nevera y tómese un yogur con mucha prisa. La ansiedad consiste, sobre todo, en tener miedo de llegar tarde a ningún sitio. Mire usted el reloj cada poco y dé paseos cortos por la casa, o de un extremo a otro de la marquesina del autobús. Si sigue bien las instrucciones, en un mes tendrá usted un cuadro de ansiedad envidiable. Hágaselo mirar entonces y comience a controlar la cotización diaria. En cinco años, será usted un 20% más ansioso que ahora. Sólo la vivienda ha subido tanto, pero todos sabemos que es gracias al euro y a la consecuente puesta en circulación del dinero negro que guarda la gente dentro de su alma.

Los niños son una fuente de sabiduría. Lo que pasa es que los observamos poco. Fíjense en este dato: la cuarta parte de los alumnos del último curso de la ESO no logra superar los estudios. Eso sí que es fracasar y no lo que nos sucede a los adultos. Muchas veces nos volvemos locos buscando motivos para ponernos tristes, porque tenemos esa manía, la de estar tristes, qué le vamos a hacer, y resulta que todo nos sale bien. Cuando no nos renuevan el contrato-basura de tres meses, nos toca el reintegro en la Lotería Nacional. Se dice pronto, Lotería Nacional, pero reparen ustedes en las mayúsculas. Estamos hablando, pues, de la lotería de la Nación. Una nación sin lotería es como un jardín sin flores o un matrimonio sin hijos. Lo esencial de la nación es la lotería, incluso la lotería negativa de la que hablaba Borges en su célebre cuento sobre Babilonia. Deberíamos emocionarnos cuando decimos Lotería Nacional como cuando decimos Madre o Patria o Hígado. No pretendemos, pues, poner en cuestión una institución tan sagrada.

Pero reconozcamos que el reintegro, pese a ser enteramente nacional, es terrible, porque se parece a esa voz de la conciencia que te dice inténtalo otra vez, no te rindas, tú puedes. Y lo intentas, claro, y entonces, además del reintegro, te sale la terminación.

No se puede ser desgraciado de ese modo. No se sabe de ningún poeta maldito que comprara Lotería Nacional o, que en el caso de comprarla, le tocara la terminación. Los estudiantes de la ESO no compran lotería y miren ustedes, tienen garantizado un 25% de fracaso escolar. Con un 20% de ansiedad y un 25% de fracaso escolar puedes hacer lo que quieras en la vida. Lo que quieras.

El problema es que no siempre los fracasados y los ansiosos son los mismos. Conocemos gente que se pone ansiosa al triunfar e individuos que se alivian al fracasar. Ignoramos si el Gregorio Marañón tiene estudiado este fenómeno. En cualquier caso, convendría que el fracaso y la ansiedad coincidieran siempre en el mismo individuo, porque no hay nada más peligroso ni desconcertante que un triunfador ansioso, o que un fracasado feliz.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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