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Columna
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Visos de sensatez

Las comarcas litorales del País Valenciano están sufriendo una presión urbanística sin precedentes y se tiene la impresión de que ya ha llegado el futuro tan a menudo pronosticado. Los planes de ordenación, agotados o no, se revisan a toda a toda leche para encajar nuevas urbanizaciones, campos de golf y otras instalaciones ociosas. Es raro el alcalde que se resiste a este maná que es la recaudación por licencias de obra, ese pan para hoy y miseria para mañana. Los heraldos de la sensatez, con los ecologistas al frente, poco pueden hacer ante este proceso delirante que se autopropulsa mediante la expectativa de las desalinizadoras, los trasvases y la laxitud de la política territorial huera de criterios previsores.

La fiebre del atobón no es exclusiva de los municipios costeros, aunque esté lejos de alcanzar parajes como los de la Serranía, ahora en pie de guerra por la sobrevivencia y el respeto a sus propios recursos naturales. Esta misma semana, el alcalde de Torrent, el socialista Jesús Ros, nos ha sorprendido con el cante de que se propone transformar 1.500.000 de metros cuadrados de naranjal y cultivos para albergar 40.000 almas, que se sumarán a las 62.000 largas que nutren actualmente el censo. Hay que prever el futuro y darle techo a los que no son ricos, ha venido a decir, con un sonrojante tono demagógico y animado quizá por la certidumbre de que se perpetuará en la poltrona.

No es necesario echar mano de las hemerotecas para constatar que este fervor expansionista está generalizado, no obstante las limitaciones razonables y los riesgos medioambientales. La consigna tácita alecciona a crecer ahora, a toda prisa y a toda costa. Ha poco, un experto al servicio de los intereses inmobiliarios impugnaba nuestros reparos aduciendo las muchas hectáreas vírgenes que, en el marco valenciano, se constatan en las imágenes que proporcionan los satélites. La Serra d'Irta o el palmeral de Elx, por ejemplo, serían susceptibles de colonizarse. ¿Qué diferencia habría entre este despropósito y el que maquinan los ediles torrentinos a costa de la huerta?

Como contrapunto a esta calamidad, conforta saber que Ayuntamientos como el de Teulada, en la Marina Alta, del que se informaba en estas páginas el martes pasado, había decidido limitar la masificación sobre una superficie de 313 hectáreas y proteger su entorno natural. La parcela mínima para construir pasará de 800 a 10.000 metros cuadrados, lo que garantiza el crecimiento sostenible y la calidad del mismo. Por desgracia, muchas localidades costeras, sobresaturadas, no puedan contemplar ya esta alternativa, pero seguro que sigue siendo válida y ejemplar para otras.

En esta misma línea innovadora y confortante hay que situar la iniciativa de los municipios de la Vega Baja, Almoradí y Algorfa, con la probable adhesión de Orihuela y Torrevieja, para constituir un área metropolitana que ahorme su desarrollo, racionalizando la organización de su territorio y servicios comunes. Cierto es que el desmadre inmobiliario de aquella comarca deja pocas opciones, pero no por ello resulta menos plausible esta muestra de sensatez que brilla por su ausencia en espacios no menos caóticos, como el metropolitano del cap i casal, sin ir más lejos, o la conurbación que se está produciendo entre Elx y Alicante.

El lector se habrá percatado del carácter voluntario común en los procesos citados, tanto en Teulada como en la Vega Baja. Es la vía idónea para concertar voluntades y desarmar las reticencias de los taifatos municipales. Pero este ejercicio de libre voluntad no exime a la Administración de apoyar y estimular estos fenómenos insólitos de racionalidad. Eso en el supuesto de que sus preferencias no se alineen con el alcalde torrentino y consideren que el mejor paisaje es el compendio del asfalto y el hormigón sin otra ordenanza que la del máximo beneficio. Al fin y al cabo, contemplado desde una aeronave, el País Valenciano es una invitación a la especulación y la piqueta.

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