Corre, Sissi, corre
Hace tres años, el inesperado éxito en Europa de un filme de producción alemana, Corre, Lola, corre, dio a conocer a un cineasta ya reconocido en su país, Tom Tykwer, quien había recibido aplausos por sus dos largometrajes anteriores, aquí rigurosamente inéditos.
Confeso admirador de cineastas, por otra parte tan de admirar como Aki Kaurismäki, Lars von Trier o Wim Wenders, a los que dedicó sendos documentales, Tykwer jugó, como ya había hecho alguno de sus maestros, sobre una idea segura: la fuerza arrolladora del amor, mostrada desde una historia trufada de momentos desconcertantes y explosiones del más puro azar.
Que el éxito pide repetición, esa fórmula a la que tanto apela el cine de hoy -el cine de siempre, a decir verdad-, lo prueba por enésima vez el caso de Tykwer, un autor que debería estar curado de tales veleidades. Pero aquí vuelve a jugar sobre seguro, y con la, perdónese el chiste fácil, poderosa imagen de su propia esposa, Franka Potente, como reclamo, replantea una situación extrema, la que vive Sissi, una enfermera psiquiátrica repentina, feroz, irremediablemente enamorada de un soldado al que, por muy accidentado azar, salva la vida.
Todo el largo, germánicamente excesivo metraje de La princesa y el guerrero, está concebido, primero, para presentar meticulosamente a los dos personajes. Luego, para poner en funcionamiento una trama de encuentros y desencuentros de los dos protagonistas -el soldado purga con un invencible complejo de culpa la muerte, otra vez, en accidente de su mujer; la enfermera / princesa es obseso objeto de deseo de quien ella no quiere- presidido por la férrea voluntad de la mujer por conquistar al hombre. Porque a Sissi le ocurre lo que demostrara Ettore Scola en uno de sus más extraños filmes, Pasión de amor: el límite de su deseo, del deseo femenino, está sólo en la mente del patriarca, nunca en la de quien desea.
Tiene el asunto el aire un poco posmoderno, no ahorra incluso, como su directo precedente, una persecución tras uno de los atracos más estrambóticos vistos en el cine de los últimos tiempos.
Es innecesariamente estirado hasta más allá de lo conveniente; pero hay que reconocerle, nobleza obliga, una voluntad tan grande por contar a calzón quitado una historia de amor imposible, que no cuesta trabajo augurarle un lugar en el corazón de muchos espectadores jóvenes, de esos que, felices de ellos, aún se asombran ante una pasión desbordada contada con demasiados artificios. Porque, al fin y al cabo, son los que aún siguen yendo al cine.
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