Un sistema de vigilancia militar detecta la explosión de dos grandes meteoritos
Al anochecer del 23 de abril, mientras la capital estadounidense comenzaba a relajarse tras la crisis del avión espía en China, las alarmas se dispararon en el sistema militar para la detección de explosiones nucleares en la Tierra.
Satélites en órbita que vigilan posibles ataques nucleares habían detectado una luz cegadora y repentina sobre el Pacífico, varios miles de kilómetros al suroeste de Los Ángeles. En el suelo, las ondas resultantes eran suficientemente fuertes como para registrarse en medio mundo. La tensión aumentó hasta que el Pentágono pudo confirmar al Gobierno que la luz no correspondía a una explosión nuclear. Era un meteorito que había chocado contra la atmósfera de la Tierra, y explotado en una intensa bola de fuego.
'Se produjo una enorme actividad', recuerda Douglas O. ReVelle, científico que colabora en el funcionamiento de los detectores militares. 'Acontecimientos como éste no se producen todos los días'. Según cálculos preliminares, señala ReVelle, el intruso espacial era el tercero en tamaño desde que el Pentágono comenzó a realizar observaciones por satélite hace un cuarto de siglo. Su explosión en la atmósfera alcanzó una fuerza casi equivalente a la de la bomba atómica lanzada en Hiroshima.
El episodio demuestra que el sistema, diseñado para advertir de ataques con misiles y de explosiones nucleares clandestinas, está evolucionando rápidamente para detectar también meteoros del tamaño de una bomba. Ahora los localiza una vez al mes, por término medio, pero este ritmo aumentará. ReVelle, científico del Laboratorio Nacional de Los Alamos, en Nuevo México, explicó en una entrevista que el sistema que se está desarrollando probablemente descubra muchas más explosiones naturales en los próximos años. 'El número real es probablemente mayor' explica. 'No hay duda al respecto. Pero no sabemos en qué medida es mayor'.
El sistema ha demostrado ya que el planeta está siendo golpeado continuamente por grandes y veloces rocas, y que el ritmo de bombardeo es mayor del que previamente se suponía. Los objetos rocosos llegan a tener hasta 25 metros de diámetro. Se desvanecen en titánicas explosiones en la parte alta de la atmósfera, y su gigantesca energía de movimiento se convierte casi al instante en enormes cantidades de calor y luz, que nadie suele observar porque se producen sobre el mar o en áreas deshabitadas.
Las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos no hicieron público el suceso hasta finales de mayo, un mes después del hecho, y entonces se limitaron a decir que se observaron brillantes luces durante más de dos segundos. En un lacónico comunicado presentado el 25 de mayo, su Centro de Aplicaciones Técnicas, en la Patrick Air Force Base, de Florida, afirmaba que la explosión era 'no nuclear' y concordaba con explosiones de meteoritos observadas en el pasado.
Después de esa revelación, el Laboratorio Nacional de Los Álamos obtuvo permiso para revelar su propia detección del acontecimiento de abril, así como otro similar el pasado 25 de agosto. Sus sensores en tierra son incluso más sensibles a las repercusiones de las explosiones de meteoritos que los satélites en órbita. Estos sensores funcionan como sensibles oídos que detectan las ondas sonoras de baja frecuencia, que se expanden a partir de la roca que explota en un radio de hasta cientos y miles de kilómetros.
Los sensores registran sonidos muy por debajo del rango de audición humana, incluidos los producidos por pruebas nucleares subterráneas y por explosiones atmosféricas. ReVelle afirmó que las cuatro baterías de sensores que tiene instaladas el laboratorio habían captado la explosión del pasado abril. También la captaron otros detectores en EE UU, Canadá, Alemania y el continente suramericano. La veloz roca medía aproximadamente 3,5 metros de diámetro, añadió.
'Hay personas que se preocupan por los impactos en la Tierra, y estas cosas nos están dando un mejor conocimiento del ritmo de impactos', añade ReVelle. 'Ése es el verdadero subproducto, científicamente hablando'. Se está construyendo un oído mundial todavía más sensible, porque se intenta vigilar el cumplimiento del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares. Cuando esté terminado dentro de un año, serán 60 las baterías de sensores que podrán detectar explosiones en cualquier lugar del mundo.
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