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Columna
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Jesuitas

El colegio de San José de los Jesuitas ya no es lo que era. De acuerdo con las últimas informaciones, el recinto de Fernando el Católico colindante con el universitario Jardín Botánico y con vistas al parque de las Hespérides, se va a dedicar a la formación de inmigrantes, fruto de una acuerdo con la Generalitat. No me cuesta mucho imaginar al conseller de Bienestar Social, Rafael Blasco, negociando con el rector y el provincial de turno para intercambiar bazas, de administración a administración, entre los intereses estratégicos de la Compañía de Jesús y los de nuestro gobierno autonómico. Sé que a muchos valencianos les suenan los jesuitas, por la famosa polémica -que aún subsiste- en torno a un solar que tan sólo representa una parte del conjunto que cubrían estas instalaciones docentes hace 25 años. Los jesuitas son importantes en Valencia y en la Comunidad Valenciana porque han influido en muchos aspectos de la sociedad. El hecho de que ahora se cierre el colegio de San José a los efectos para los que fue construido, es decir para formar y educar, es importante. Por sus aulas pasaron familias influyentes, en sus inicios sólo varones, tanto en el campo de la economía como en el vecino de la política, en el de la cultura o en el de las artes: los Villalonga, Noguera, Duato, Casanova, Agramunt, Maldonado entre otros muchos, junto a individualidades brillantes, de las que podemos citar a Vicente Iborra, Eliseu Climent, Jiménez de la Iglesia, José María Gil-Suay, Alejandro Mañes, Juan y Fernando Roig, José María Soriano Besó, por ofrecer un reducido y variado muestreo. Los jesuitas se posicionaron en estas latitudes ya en el siglo XVI, de la mano del Duque de Gandía, Francisco de Borja,quien después de confiar en los dominicos para fundar un colegio en Llombai, para educar a los moriscos, llegó a la cúspide de esta congregación. De ahí hasta el colegio de San José hay toda una historia de influencias, vericuetos y expectativas. El actual instituto Luis Vives de la calle de Xátiva no era otra cosa que el colegio de San Pablo incautado a los jesuitas entre expulsiones y restablecimientos. Esta vida dura de la compañía no sólo en sus avatares españoles y valencianos, sino en las intrigas vaticanas ha ayudado a sus miembros a sobrevivir en la adversidad. Líderes en las acciones misioneras, -Vicente Ferrer, reciente premio Príncipe de Asturias, es un buen exponente- y expertos en las trincheras dialécticas de la Teología de la Liberación, marcan un hito al dedicar sus energías formativas al apasionante mundo de la inmigración. Conectan así con las inquietudes de sus antepasados, que en la prehistoria de la compañía sintieron la necesidad de formar a la población morisca. Su implantación accidentada a lo largo de la Comunidad Valenciana ha dejado huellas permanentes y sus señas de identidad en los sitios por donde han pasado. Colegios, universidades, Centro Escolar y Mercantil (CEM), Centro de Cultura Valenciana, Academia de Jurisprudencia, Archivo del Reino, Escuelas de Formación Profesional del Padre Muedra y, ahora, centro de formación para inmigrantes. Una etapa se cierra y otra se abre, en el entorno de una polvareda urbanística que aún colea pero de cuya turbulencia sigue incólume la capilla y la explicación principal de un centro educativo que no es solamente un colegio.

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