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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una bella mirada oscura

Karyn Kusama es una guionista y directora estadounidense casi aprendiza, pero que en Girlfight, su primer largometraje, concibe y mueve imágenes con recursos de una curtida profesional. Su humilde e inteligente filme recorrió en el año 2000 un esplendoroso itinerario, que le llevó desde su desvelamiento y triunfo en el Festival de Sundance a la sanción bautismal de convertirse en un título básico de la muy rigurosa y célebre programación de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, donde arrancó otro premio.

No es Girlfight uno de esos livianos, huecos ejercicios de cine facilón y con trastienda tramposa que entran en los circuitos de la distribución multinacional nortea-mericana amparándose en el prestigio y la condición de coartada que les da su pobreza. Es ciertamente cine pobre, hecho con cuatro dólares en el aire sucio (pero libre) de una esquina y en la encerrona de un viejo garaje abandonado, pero lleva dentro riqueza en forma de limpieza, de diafanidad expositiva y de apasionante (e infrecuente) cercanía entre lo que la cámara busca y lo que encuentra, indicio fiable de dominio de las reglas de juego que gobiernan los frágiles y borrosos territorios del cine de acera, donde esta humilde lección de inteligencia se mueve con soltura y rara capacidad para ir al grano.

GIRLFIGHT

Directora y guionista: Karyn Kusama. Intérpretes: Michelle Rodríguez, Jaime Tirelli, Paul Calderón, Santiago Douglas. Género: drama. Producción: Stephen Beatrice. Estados Unidos, 2000. Duración: 105 minutos.

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Kusama no usa pirotecnias de imagen amañada ni turbias cartas marcadas en la composición de un relato que se presta a ambas marrullerías a causa de su condición de parábola, de arco metafórico global. La intensa y loca busca de libertad de una bella, terca y recia muchacha del Nueva York hispano, que encuentra en el ring de boxeo de su barrio un campo de batalla íntimo en el que hacer aflorar los rasgos de su identidad herida, es con toda evidencia un arco metafórico. Pero Kusama no nos cuela, en las oquedades que le ofrece este arco, un relleno de materia retórica, o un amaño de ideología feminista de andar por casa, sino la creación de cine realista de alta precisión y gran pureza, físicamente vivo, creíble, con el poder de convicción y la inmediatez de imagen de un genuino documento.

Es la admirable actriz Michelle Rodríguez quien pone tierra firme y carne de asfalto bajo los pies de barro del filme, quien carga de gravedad y energía (una explosiva energía fotogénica con capacidad de arrastre moral) a esa busca de inmediatez de su directora. La joven actriz, casi una chiquilla, materializa una composición física tan pegadiza, natural y ajustada al personaje; tan concienzuda y llena de pausada viveza, que se convierte en una chica boxeadora de perfil nítido e irrefutable, una ficción de carne viva. Michelle Rodríguez es la columna vertebral de un juego dramático peligroso, que se mueve en el borde de la tragedia y que, por ello, corre el peligro de un batacazo que no llega gracias a ella y a la humildad de su directora, que acepta al pozo de la oscura mirada de la niña boxeadora como espejo en el que debemos buscar la luz escondida de este bello filme balbuciente.

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