A la Cibeles
Al alcalde de Madrid le ha molestado la celebración del título de Liga -oé, oé, oé, oé- del Real Madrid en la Cibeles y se ha puesto hecho un basilisco, con toda la razón del mundo, por los destrozos causados durante la algarabía -oé, oé, oé, oé- callejera del 26-M. ¿Ustedes se han fijado en el basilisco que hay en el Parque Zoológico de Madrid? Si lo han visto, ya sabrán por qué la mitología le atribuyó a ese extraño reptil la facultad de matar con la mirada. El basilisco es una especie de iguana de color verde con una enfurecida cresta, una larga cola y, por encima de todo, unos ojos amarillos que están llenos de indignación y de reproches y que se clavan en quien lo mira con una mezcla de cólera y desprecio; unos ojos ofendidos, llenos de agravios, de injusticias, de cuentas que saldar. Bueno, pues así es como se ha puesto el alcalde Álvarez al ver flores y céspedes pisoteados por valor de siete millones de pesetas: hecho un basilisco.
Su enfado es comprensible si además es cierto que el Real Madrid había pactado con el Ayuntamiento que sólo un jugador -oé, oé, oé, oé- se subiera a la Cibeles: se subieron todos y hasta el golfista-polizón Sergio García, y, ante tal avalancha de celebridades victoriosas, el alcalde y sus lugartenientes mandaron quedarse quieta a la policía. 'Hubiese sido peor disolverlos', ha afirmado Álvarez. Y, sin duda, en eso también tiene razón. ¿Se imaginan a los antidisturbios dándole con la porra a Figo delante de 300.000 hinchas -oé, oé, oé, oé- aún embelesados por los quiebros inverosímiles y los tres pases de gol que acababa de dar en Chamartín el extremo? ¿Se los imaginan esposando a Raúl o llevándose de la oreja al gran Fernando Hierro? Los policías se quedaron de piedra y los aficionados fueron felices para siempre mientras Figo -oé, oé, oé, oé- besaba los labios madridistas de la diosa. El escritor Luis García Montero y yo, socios número 90.666 y 90.667, pensamos que todo era tan parecido a aquel poema inolvidable de Jaime Gil de Biedma: 'No sé si la bebida / sola nos exaltó, puede que el aire, / la suavidad de la naturaleza / que hacía más lejanas nuestras voces, / menos reales, cuando rompimos a cantar. / Fue entonces ese instante de la noche / que se confunde casi con la vida. / Alguien bajó a besar los labios de la estatua / blanca, dentro en el mar, mientras que vacilábamos / contra la madrugada. Y yo pedí, / grité que por favor que no volviéramos / nunca, nunca jamás a casa'.
Aquel día, el escritor Luis García Montero y yo, sin embargo, no pisoteamos ninguna flor, ni hicimos añicos ningún cristal -oé, oé, oé, oé-, como la mayor parte de la gente que estaba allí; y hoy no entendemos por qué el alcalde Álvarez dice que las celebraciones del fútbol hay que hacerlas en el Bernabéu, no en la Cibeles. ¿Por qué? Se entiende que se censure a los memos que pisotean flores, rompen marquesinas o vuelcan contenedores. Se entiende también que no se permita subirse a veinte futbolistas a una estatua pública. Pero ¿por qué no va a salir la gente a celebrar el triunfo de su equipo a la calle? ¿Acaso no celebra el PP del alcalde Álvarez sus éxitos electorales en la calle de Génova? ¿Acaso no sale, en esas ocasiones, el sonriente alcalde a saludar a sus fervorosos votantes desde las alturas del edificio del PP? ¿Acaso no recorren luego esos mismos votantes la noche electoral haciendo sonar sus cláxones, gritando consignas y agitando sus banderas? Quizás el alcalde no sabe que el que cambia de color según las circunstancias es el camaleón, no el basilisco.
Uno comprende perfectamente la irritación y los trastornos que días como el 26-M deben de causarles las masas futboleras -oé, oé, oé, oé- a las personas a quienes no les guste o no les interese el fútbol. Esas molestias no son, sin embargo, muy distintas de las que causan los cientos de manifestaciones que se autorizan cada año en la ciudad y que, por muy justo que sea lo que reivindican, producen los mismos efectos o peores, puesto que suelen celebrarse en hora punta. A lo mejor, lo que tiene que hacer el Ayuntamiento el próximo año es conseguir que sólo suba un jugador a la Cibeles, poner una tarima -ya se hizo en otra ocasión- para el resto y dejarnos a los ciudadanos salir a la calle cuando nos parezca. Oé, oé, oé, oé. Perdonen, es que se me escapa.
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